Agosto enfila ya la última recta. Tres de la mañana. Un vecino suelta un tropel de tacos a voz en grito. No me levanto, acostumbrado ... como estoy a que la ciudad suene en estéreo estos días a la hora de acostarse. Quiero decir que duermes con el balcón abierto y, claro, lo oyes todo, desde el ronquido del vecino que no se ha ido, al siseo de la mosca que piruetea queriendo entrar y, cómo no, el quiquiriquí de gritos en la calle. Tampoco me importa tanto; en realidad, decir tacos es un deporte injustamente criticado. Siempre he pensado que soltar un coño a tiempo sirve para descargar tensiones y sentirte bien contigo mismo.
Sí, las palabrotas tienen mal cartel, pero sin una base sólida. Quién no se ha quedado en la gloria alguna vez tras soltar un hostia puta en toda regla, que es la versión moderna del me cago en todo lo que se menea. Eso se decía antes. Y es que la panoplia de tacos es caudalosa en este país de pillos, que tan bien se adapta a un lenguaje malencarado y lenguaraz. Es lo que le dio a entender Carlitos a Djokovic tras caer en Cincinnati: «Los españoles es que somos así, no nos rendimos».
Y ya lo dijo hasta el mismo R. L. Stevenson, autor de 'La isla del tesoro' y 'El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde'. Murió joven, a los 44 años, con la salud jironada ya en sus últimos años, de forma que le fueron prohibiendo cosas: «Hasta el grog me han quitado. Ya no soy yo. De aquel estrafalario escocés, tocado por el whisky y dado al arte y a los placeres de la carne, la única cualidad que queda hoy es la de decir burradas -dijo y añadió-: Eso al menos me lo llevaré a la tumba; mi última palabra, probablemente, será un exabrupto».
Y quizá soltar un buen hostia puta a tiempo le hubiera venido bien al mismo Rubiales, para descargar tensiones y evitarnos el bochorno de verlo hacer el tarambana en el palco, que está muy bien si estás en tu casa, pero no en un estadio. En fin, manda huevos, que diría Trillo, ya que la cosa va de tacos.
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