Francisco Vaño lo dejó todo por el mar y se dedicó a cruzar a solas el Atlántico en velero
Emprendedor como es, fabricaba el técnico ortopédico Francisco Vaño calzados especiales y de escalada cuando el mar voceó su nombre. «Sentí la llamada del océano», ... afirma con la certeza confirmada de quien responde a los toques a rebato sin acobardarse. Vendió la empresa y se dedicó al negocio de las embarcaciones como 'yacht broker' hasta ver realizada su obsesión: cruzar el Atlántico en velero.
Ha tenido tantos barcos como ilusiones, desde la canoa que se construyó con la rueda de un tractor, dos amigos y tres remos, hasta el velero de 12 metros con el que llegó el pasado invierno a Colombia y que vendió allí con la mente puesta en el siguiente sueño.
La primera vez que atravesó el océano, le esperaba el alcalde de Cartagena de Indias, placa conmemorativa en mano, para homenajearle como el primer navegante de la historia que llegaba en solitario desde el otro lado del océano solo empujado por los vientos, como un Colón del siglo XXI.
Diario de a bordo
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Uno de sus momentos de felicidad plena consiste en sentarse con su brújula y su compás para trazar la derrota, como definen los navegantes el trayecto que hará la nave de un puerto a otro. Francisco nunca se vio derrotado. «Nunca veo problemas, solo grandes soluciones», declara. Así lo afrontó cuando se vio solo una madrugada en altamar y le cayó la botavara con vientos de 35 nudos y un frío que pelaba el alma. «Tenía a dos amigos que iban a zarpar conmigo desde Canarias a Colombia, pero en el último momento me dejaron colgado, así que zarpé solo», recuerda de su primera aventura oceánica. Es partidario de, cuando el barco da bandazos, «bajar las velas y navegar a palo limpio, con sangre fría y la cabeza bien puesta».
Aprendió Francisco que «en el mar, el camino más corto no es el más recto». Aconseja no olvidar que «en un velero en medio del océano, no eres nada. Tu vida depende de ti. Te baja los humos y llegas más humilde». Para el navegante, no deja de ser «un desafío intelectual». «Calculas teniendo en cuenta la corriente que te desplaza, las estrellas, los vientos, aquella isla que está en la carta náutica, pero que aún no ves, y después comprobar que no te has equivocado», es para Francisco como descorchar el mejor cava.
Se entretuvo en la inmensidad del mar pescando atunes y dorados. «Los troceaba y los cocinaba encebollados, a la vinagreta o a la plancha. Siempre he sido cocinitas», se relamía en su velero. Como buen navegante, ya tiene la cabeza en la próxima salida, rumbo a Grecia a recoger su próximo barco, aunque ya escucha la nueva llamada del océano. A sus 70 años en diciembre levará anclas de nuevo hacia el Caribe para volver a ver el verde de las islas y sentir el poder del viento.
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