Virginia Bernal: «Para dedicarse al arte hay que tener vocación, porque hay que sacrificar cosas»
Estío a la murciana ·
«Soy de pasar el verano en la ciudad. Disfruto las pequeñas cosas y las entiendo como un viaje inmóvil más sentimental»A la hora indeterminada en que el reloj marca la siesta, Virginia Bernal (Cartagena, 1970) se refugia en su casa del calor estival. Allí crea ... y también descansa esta artista plástica que se ha acostumbrado a pasar los veranos en su ciudad milenaria natal, después de estar muchos años cuidando a su madre. Bernal dedica los días a disfrutar de paseos por el puerto, desayunos en el centro y algún día de playa, pero nunca se despoja de su mirada artística, una que trata de inducir una evasión de la realidad. Las exposiciones que inundan los espacios museísticos locales, la programación de La Mar de Músicas e incluso la imponente arqueología que la rodea la llevan a un estado de observación continua, llegando a imaginarse como una «turista en su ciudad».
–¿Tiene Cartagena un papel en sus creaciones?
–Hace años sí. Me pasaba el tiempo haciendo fotos en los museos de arqueología, en los faros, en el puerto, en los edificios del centro de la ciudad. Ahora lo que hago es retomar ese viaje a partir de los negativos, como un archivo de ideas de arquitectura, de un tipo de suelo o un tipo de mueble. Los saco de su entorno y creo otra cosa. El que es de Cartagena, probablemente lo reconozca. Además, me acuerdo que una vez me preguntaron: «¿No hay nada de Cartagena en tu exposición?». Y dije: «Pues yo».
–¿Qué le inspira?
–Ahora mismo y desde hace unos años, el legado. El legado cultural que podemos dejar al mundo los artistas, el recuerdo que se va a dejar a los jóvenes. Lo veo como pequeños mensajes de pensamientos universales que la gente pueda entender para hacer un poco más amable el mundo o simplemente compartir una vivencia. Es difícil de definir, pero se trata de dejar un estado de felicidad, de tranquilidad, de conocimiento; algo que sirva a los que vengan a continuación. Me gustaría provocar un rato agradable de comprender el mensaje que tienen delante. Entonces el arte es ocio, pero también aprendizaje, como hicimos en unos talleres infantiles de cianotipia. Quisimos meter el gusanillo a los niños de que sí se puede ser creativo más allá de las 'maquinitas'. En mi sobrino ahora veo que los niños no saben jugar, pero nosotros nos tirábamos en la calle hasta las tantas de la noche.
–¿Cómo recuerda los veranos de su infancia?
–Recuerdo mucho el cine de verano de cerca de mi casa, de Los Juncos. Ahí empezó mi gusto por el cine. Iba con la pandilla y con mi hermana a todo tipo de películas, veíamos las estrellas fugaces de alguna noche de agosto y pedíamos deseos, todo tan peliculero. También me gustaba, al igual que ahora, ir al mercado de Santa Florentina, un punto muy auténtico, muy cercano, con gente de todas las edades. Después, en la adolescencia, recuerdo los primeros conciertos. Era el día a día de los veranos de una época. Antes eran muy tranquilos.
–Y ahora, ¿cómo los vive?
–Soy de pasar el verano en la ciudad, un poco aburrida en ese aspecto. Disfruto las pequeñas cosas y las entiendo como un viaje inmóvil más sentimental. Quizá en algún momento me da por coger la maleta y no paro, pero en este momento prefiero el descanso: los planes de reunirse con la familia, comer fuera, salir con amigos o quedar con esa gente que vive fuera y regresa en verano.
En tragos cortos
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¿Un sitio para tomar una cerveza? La Bodega Nicolás, en Cartagena.
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¿Una canción? 'Panic', de The Smiths.
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¿Un libro para el verano? 'Que tenga una casa', de Florencia del Campo.
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¿Un consejo? No juzgar alegremente.
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¿Un aroma? La flor de azahar.
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¿Con quién no cenaría jamás? Schopenhauer nunca me ha caído bien.
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¿Le gustaría ser invisible? Me tienta, pero no.
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¿Que le gustaría ser de mayor? Una filósofa o escritora, alguien con sabiduría. Una mujer inteligente.
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¿Tiene enemigos? Claro, como todo el mundo. De esos que juzgan sin saber.
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¿Lo que más detesta? La violencia. El juzgar te lleva a la violencia y al maltrato.
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¿Un baño ideal? Los Alcázares.
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¿Un sueño cumplido? Dedicarme al arte, aunque haya sido una locura, porque tiene un precio.
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¿Una pesadilla recurrente? Volver al colegio. No porque lo pasara mal, sino por tener que volver a la casilla inicial y rehacer todo el recorrido.
–¿Sigue creando en sus vacaciones?
–Sí, sigo. Llevo varios años en los que me tomo el verano como el preludio del curso, porque para mí el año empieza en septiembre. Casi provoco el estar ocupada con trabajo para tener siempre algún proyecto en la cabeza, aunque también tengo tiempo para salir y descansar. Así intento llegar a septiembre y a las exposiciones de final de año más relajada, sin ir con el tiempo justo, porque los meses y el tiempo pasan volando.
–¿Cambia la percepción de su obra en verano?
–Puede ser, a veces en la temática, respecto a ese viaje imaginado que pueden ser las vacaciones de verano. Sería una cuestión de tomar apuntes de viaje acerca del mar, las composiciones, incluso los juegos de verano. Sí tiene algo de inspiración.
Arte para superar la timidez
–¿Cuándo supo que el arte iba a ser el centro de su vida?
–Fue de joven, con veintitantos. Estudié la carrera pensando: «Si esto no tiene muchas salidas, doy clases». Pero terminé y pronto pude exponer en galerías y fui ganando premios. Me vino una cosa con otra y supe que, aunque esto es una carrera dura, me quería dedicar a ello. Lo digo así, como si fuera un capricho, pero yo tenía una vocación. Para esto hay que tener vocación, porque hay que sacrificar una serie de cosas. Soy realista y lo entendí así, tiré para adelante y todavía sigo con ello. No sé hacer otra cosa.
–Consiguió hacer de su afición su profesión. ¿Cuáles son ahora sus 'hobbies'?
–Lo hablo con amigos artistas y la verdad es que 'hobbies' puedes tener algunos como ver una serie, ir al cine o leer, pero siempre está relacionado con la producción de arte. A veces es un poco adictivo, porque nos juntamos los que nos dedicamos a lo mismo y terminamos hablando de cómo están las galerías, cómo están las salas o el último cotilleo en el mundo del arte. Lo que es ocio para los demás, intentas que lo sea también para ti sin ser tan analítico, simplemente como ocio y descanso.
«Unas señoras mayores se emocionaron ante una de mis fotos de unas niñas porque se reconocían en ellas»
–La mirada del artista lo impregna todo.
–Sí, aunque no quiera, es algo por deformación. A veces intento ver algo más suave o completamente contrario a lo que suelo ver, porque no me apetece pensar. Si siempre estás analizando, se convierte en algo obsesivo. Intento consumir la cultura sin ir más allá, por ejemplo, leyendo un libro sin importar si me va a aportar o no. O incluso viendo un partido de fútbol. La cabeza necesita descansar.
–Además de artista, ¿cómo es Virginia Bernal?
–Tímida. Lo fui y lo soy. Pero creo que dedicarme a esto me hizo saber tratar más con la gente. Unos dicen que soy tranquila, aunque yo no me veo tanto. Soy de esas personas que no se nota lo nerviosas que están. Me preocupo, le doy muchas vueltas a las cosas, pero he aprendido que eso debe ocupar el menor tiempo posible. Lo que todo el mundo dice de disfrutar lo bueno es verdad, porque esas son las certezas de la vida: estar con gente que te respete y la respetes, que tenga una educación y unos valores. Eso me gusta, porque soy una persona que cojo afecto y cariño a la gente, a veces empática de más. Lo suelo corregir, porque a veces no te trae nada bueno y tienes que protegerte de esa manera de ser antes de que se convierta en un problema. En fin, hablar de mí tampoco es que me guste.
–Hablemos de los demás. ¿Qué es lo más bonito que alguien le ha dicho?
–Fue en una exposición. Unas señoras mayores estaban mirando una de mis fotos, unas siluetas de unas niña en cianotipia. Y se emocionaron, porque decían que se reconocían en la imagen. Iban las dos cogiditas del brazo y me dijeron: «Soy yo, somos nosotras». Me emocionó pensar hasta qué punto puedes llegar a la gente con tu obra. Me ha pasado varias veces que me digan: «He salido más feliz después de ver la obra». Te hace gracia, porque una sí sabe lo que ha puesto, pero nunca puedes controlar cómo lo van a recibir.
«Siempre me sorprende conocer en persona a gente que llevas toda la vida viendo en catálogos. A veces soy muy 'groupie' de otros»
–En otra vida, ¿a qué se habría dedicado?
–Creo que habría intentando ser periodista. De pequeña quería serlo y siempre me ha gustado. Me gustaba la prensa gráfica, la fotografía, y de ahí salté al otro lado del arte. En COU estudiaba Diseño y no se me daba mal, así que ahí me quedé. Al final estudié Bellas Artes y creo que, por mi forma de ser, me encontré más segura en el arte que en el periodismo. Aunque quizá me hubiese espabilado antes en los medios, pero me imponía más. De todas formas, eran dos carreras difíciles y sacrificadas para mi gusto, pero es cierto que a día de hoy, cuando veo a los periodistas, todavía me gusta.
–¿Dónde acude cuando las cosas van mal?
–Sobre todo, a las canciones, aunque a veces no me sacan del estado de ánimo. También a las películas, suelo repetirlas, sobre todo el cine clásico. A veces salgo a comprar un libro, un cuaderno o una caja de acuarelas, algo que me guste. Al final el problema puede seguir o puedes sentirte mejor, es como quien compra un pastel. Si es un problema más o menos importante, tienes que aceptarlo y meterlo en tu rutina. E intentar, aunque es muy fácil decirlo con palabras, sobrellevarlo.
De artista a 'groupie'
–Sus exposiciones le han llevado a viajar mucho por España e Italia. ¿Tiene alguna anécdota?
–Lo que más me sorprende siempre es conocer a gente que llevas toda la vida viendo en catálogos y con la que ahora puedes hablar en persona. Por ejemplo, recuerdo una vez que comí con el actor Gabino Diego; hubo un taller en el que conocí al artista Joan Fontcuberta; o también a Liliana Porter, una artista argentina, aquí en el Palacio Aguirre de Cartagena. A veces yo también soy muy 'groupie' de otros, aunque no me gusta mucho pedir autógrafos.
–¿Qué se aprende de una misma cuando expone lejos de su propia casa?
–Que todo aprendizaje lleva su tiempo. Había cosas que antes te agobiaban y ahora ya no. Con el tiempo aprendes a darle importancia a cosas que la tienen, a no enfadarte, a no echarle la culpa a otras personas y crear un mal ambiente que hará que salga todo mal. También a cómo salir de los atolladeros, a intentar arreglar y subsanar los problemas que van saliendo y que sirvan para la próxima vez, desde que no te funcione un ordenador en una conferencia hasta que el montaje no esté bien hecho. La clave está en seguir adelante aunque se rompa un cristal y, sobre todo, en mantener la ilusión.
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