Pedro Cano, a sus 80 años, que cumple hoy, en su estudio alicantino de Campoamor. Enrique Martínez Bueso
Pintor

Pedro Cano: «Si no me acuerdo de los dolores, vengo al estudio y pinto. A mis 80 años lo hago con la ilusión de siempre»

«Uno no llega a los sitios si no hay alguien que te eche una mano»

Sábado, 10 de agosto 2024, 00:55

Todavía recuerda Pedro Cano (Blanca, 1944) cuando de pequeño apenas nadie se bañaba en las playas del Mojón, «y había una especie de barraca junto ... al hostal de Juanito donde hacían un arroz muy bueno». Con quince años, alojados en San Pedro del Pinatar, «veníamos a la playa de la Glea a bañarnos, y estábamos prácticamente solos». Desde finales de los años 90, Pedro Cano y sus hermanos Pepe, ya fallecido, y Jesús, fiel escudero y testigo de mil hazañas familiares, veranean en un piso frente a la playa de Barranco Rubio, en la Dehesa de Campoamor, donde el artista tiene su estudio de verano. Un garaje transformado en espacio de trabajo, con la inacabable banda sonora del mar y, de vez en cuando, alguna mirada infantil que, con curiosidad, se asoma al cristal enmarcado en acero corten. El pintor de Blanca cumple hoy 80 años, y quiere celebrarlo dando las gracias a los murcianos y compartir con todos los lectores algunas de sus peripecias vitales. Es un magnífico contador de historias. Memoria de un tiempo que, como en sus acuarelas, está detenido en colores níveos y terroso.

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-¿Qué recuerdos le vienen a la cabeza hoy, que cumple 80 años?

-Voy a leerte una cosa. Me da como vergüenza, pero mira. [Busca un cuaderno, de esos que le gusta pintar, y lee unos fragmentos de textos autobiográficos escritos por él a tinta]. Son las cosas más antiguas que yo recuerdo de cuando era pequeño: «Un hombre anciano me tiene en sus brazos, está sentado junto al fuego, o no. Solo recuerdo vagamente el traje de pana negro, que después vi en una foto con mi madre, que era su hija. Ella muy joven, él fuerte como un animal salvaje. Esos brazos a mí me daban un cariño indescriptible, aunque me habían quitado medio nombre suyo y él se sintió ofendido. Él se llamaba Pedro Antonio».

En tragos cortos

  • Un sitio para tapear El del Púas de Blanca: maravilloso.

  • Una canción 'Mediterráneo', de Serrat.

  • Un libro para el verano 'La postal', de Anne Berest.

  • ¿Cómo lleva la decepción? Cuando vienen las cosas mal dadas, hay que acordarse de la poesía de Calderón: «(...) otro sabio iba cogiendo las hierbas que él arrojó».

  • ¿Con quién no cenaría jamás? [silencio] Es complicado. Si tienes hambre, cenas con cualquier persona.

  • ¿Quién dejó de caerle mal? No puedo enumerar la cantidad de gente que en el primer impacto no me han gustado, y eran fantásticos.

  • ¿Qué dón le gustaría tener? A veces, ser invisible.

  • ¿Qué le parece mágico? La relación que se crea con una persona y cuando te das cuenta de que de verdad estás construyendo una amistad.

  • Un consejo Trabaja todo lo que puedas.

  • Una película 'El crepúsculo de los dioses' (1950), de Billy Wilder.

  • Un baño ideal En Itapuã (Brasil).

-Qué bonito pintar con palabras, y qué sugerentes pueden ser las imágenes que cada uno crea, escenas que desaparecen como estrellas fugaces.

-Te leo otra cosa: «No tenía un año, pero reconocía la voz del señor que venía vendiendo polos por las calles. Metido en un cajón de tabaco, posiblemente a modo de cuna, yo veía el mundo metido en aquel contenedor. La voz de ese hombre de los polos me hacía saltar de entusiasmo. No recuerdo si mi madre, o Milola, la chica que nos cuidaba, o uno de sus mis hermanos, abrían el portalón de la calle Núñez donde nací yo y me traían la refrescante golosina. Tampoco me acuerdo si me ayudaban a consumirla». Sería bonito hacer un libro con estos recuerdos, ¿no?

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-Cuando le duele algo, ¿en qué suele pensar?

-Me duelen muchas cosas: la espalda, las piernas... sufro de años la estenosis, y, siempre, digo, ya no puedo pedir más dolores a la vida. Pero si no me acuerdo de los dolores, voy al huerto, vengo al estudio y pinto, y te diré que pinto con la misma ilusión de siempre.

-Lo último que está haciendo en Campoamor es un trabajo sobre el Panteón de Agripa de Roma.

-La última vez que fui a Roma, como no tenía casa donde estar, me fui a un hotel que siempre que pasaba por allí me parecía bonito. Todavía estaba escrita la palabra 'albergo'. Me encontré allí con Javier Cercas, le dejé una nota en recepción. Y pensé estando allí en todo lo que envuelve el Panteón. Tengo un cuadro que regalé a la institución de los Académicos Pontificios, y es un museo que tienes que pedir permiso para verlo, y fui a verlo en este último viaje con Raquel Vázquez-Dodero [directora-gerente de la Fundación Pedro Cano de Blanca]. Es superinteresante, porque allí están las manos de Rafael, cuando murió las hicieron de yeso. Hay dibujos antiguos maravillosos, y obras de pintores y escultores increíbles. Sentí que era emocionante estar en una institución como esa con una cosa mía, que es una obra del punto donde precisamente el Panteón se curva.

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-Esta nueva serie es una especie de evocación de la piel del Panteón de Agripa.

-Sí, tengo un papel de color azul de Fabriano que lo he modificado pintándolo. Hay unos en los que solo he pintado con tonos verdes y azules. Hay otros en los que he conseguido hacer un blanco. Era una buena idea hacerlo aquí en Campoamor, porque si no me traigo trabajo esto se me hace largo.

Pedro Cano. Enrique Martínez Bueso

-¿Duerme bien?

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-La noche de las elecciones en Venezuela, por ejemplo, no. Me desperté varias veces para ver los resultados sabiendo que Nicolás Maduro iba a ganar y que estaba la situación más negra que nada.

-Usted ha tenido incluso una época hippie, ¿cómo fue aquello?

-Yo fui hippie muy joven, sí. A mediados de los 70 pasé un año entero en Sudamérica con mi mujer [en 1972 se casó con la italiana Patrizia Guadagno]. Fue en un momento en que todo el mundo se iba entonces a la India, salían autobuses de Londres y llegaban a Estambul, donde te daban los visados, y atravesabas Oriente hasta llegar a India. Conozco gente que hizo ese viaje. Pensamos mi mujer en hacer un viaje largo, pero optamos por el mundo precolombino, y españoles te topabas pocos allá.

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«Me encantan los frutos secos. Tener en la mesa unas almendras, unos cacahuetes, unos pistachos y torraos... agarrar un puñado y comérmelos, como le gustaba a Valle-Inclán»

-¿Qué pintó en América Latina?

-Como viajábamos de noche, en autobuses, el contacto con la gente me hizo pintar cuatro cuadros interesantes. Uno está en París, lo compró un asesor de Chirac, a través de Galleria Giulia; otro lo compró alguien que tenía una especie de galería en Roma; otro fue para un arquitecto y el que falta fue para alguien que había heredado una hacienda de lácteos. Me llamaban la atención las casas de Papantla, al norte del estado de Veracruz, en México, con grandes ventanales, como las que te encuentras en Cuba. Me gustaban las escenas de porteadores, gente trajinante que llevaba flores, máquinas de coser, colchones o bebés a cuestas. Y recuerdo unos retratos de desconocidos, hoy uno de ellos está en el Museo de la Ciudad de Murcia.

Pedro Cano. Enrique Martínez Bueso

Memorable

-¿Cómo se le ha quedado la mano derecha tras un tropiezo que sufrió en febrero [solo unos minutos antes de empezar el Aula de Cultura de LA VERDAD en la Fundación Cajamurcia en la que rememoró mágicos encuentros con gente inolvidable]?

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-Estos días me duele más, creo que sigo teniendo algo ahí. Quizás uno de los hilos. De los cinco que me dejaron dentro de los diez puntos que me dieron, tres me los sacaron. ¡Qué sustazo fue! Yo estaba jodido, pero aquello teníamos que hacerlo, y creo que quedó memorable, con tanta gente, quién iba a imaginar aquel disgustazo.

-¿Qué relación tuvo con Franco Battiato, el célebre compositor y músico fallecido en 2021?

-Yo tenía un amigo llamado Pierluigi, que fue mi mujer quien me lo presentó. Era un chico que pintaba en la calle, joven, dibujaba muy bien, y me enseñó cosas que hacía. Me dijo que tenía que dejar la pintura porque su padre era músico, compositor, y trabajaba en la RCA, la compañía de discos, y me dijo que iba a probar ahí y meter la cabeza, porque ciertamente vivir de esto de la pintura es tan incierto, y tan difícil. El zagal entró en aquello, y, fíjate, murió de cáncer sin haber fumado a los 20 años de eso. Yo tengo un abrigo, que cuando estaba enfermísimo, un Armani tipo militar, acostado en la cama muriéndose, le dijo a su hermana si habían recogido el abrigo del tinte para que me lo llevara. Con una 'forza d'animo e integrità' admirables. Y él fue una persona de muchísimo peso en la RCA porque le caía muy bien a la gente. Recuerdo un concierto en Roma de Paul McCartney y éramos solo 20 personas en el lugar. A Battiato lo trajo a mi casa de Anguillara Sabazia a pintar, y le gustaba pintar, pero pintaba muy mal, y le encantaron mis cosas. Battiato tenía algo de un niño pequeño, una gran ilusión. Los gurús de la música italiana, al principio, lo tomaron como algo cómico, pero fue alguien único, absolutamente nuevo, alguien que creó un lenguaje totalmente distinto. Otra noche nos llevó a cenar a casa a Roberto Murolo, personaje clave en la música napolitana, y vino con Mia Martini, que cantaba cosas de Serrat y demás. Conocí también a Francesco de Gregori, que allí en Italia es como Serrat.

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«Me gustaría volver a tener la vitalidad que he tenido siempre»

-¿Qué es verdad?

-Que uno no llega solo a los sitios si no hay alguien que te eche una mano. Yo siempre he pensado que un pintor tiene, sobre todo, que pintar. Y un escritor tiene que escribir, y un actor hacer en un escenario. Tú ves que la gente que hace alarde y movimientos de otro tipo no han llegado a hacer una gran obra porque estaban ocupados en otras cosas. Yo tuve la suerte de que he podido vivir de la pintura, a partir de mi beca en la Real Academia de España en Roma.

-¿Qué le gustaría volver a tener?

-La vitalidad que yo he tenido. En la última exposición en Madrid, con la que quedé tan a gusto, en Casa de Vacas, la gente me decía: '¿Pero usted dónde estaba?'. ¡Pues yo estaba pintando!

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-¿Qué compra en el mercado?

-Esta misma mañana he ido y lo que más he comprado son lechugas, tomates para freír, para hacer rellenos de arroz que me gustan mucho y un poco para ensalada; pepinos también, y melocotones de Cieza y peras pequeñicas de Jumilla. Cosas de ese tipo.

Pedro Cano. Enrique Martínez Bueso

-Un descubrimiento reciente.

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-Lo que me gustan los frutos secos. Tener allí unas almendras, cacahuetes, torraos, pistachos, y coger un puñado y comérmelos. Valle-Inclán comía poco en la mesa y le encantaban los frutos secos.

-Le espera un septiembre ajetreado. Expondrá por vez primera en el Real Casino de Murcia.

-Sí, se llama la exposición 'De un pueblo de Murcia', y estará bastante bien. Hay un cuadro muy grande, de Blanca; una especie de rompecabezas, grande también; unas cuantas acuarelas, y unas piezas chiquititas del río, cosas hechas con acuarela y con técnica mixta.

-¿Qué color tiene su vida?

-No podría pintar nada que no tuviera el color tierra. Aunque el blanco es mi color favorito. Pese a que mis pastillas de ocres y negros son más grandes que las otras.

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