Nico Munuera: «Si hay algo que a mí me hace temblar, pienso que de algún modo conectará con otras personas»
«Los veranos en El Consejero me han marcado para hacer lo que hago y crear mi personalidad, que busca la soledad y el sosiego»
Aunque tardó 18 años en descubrir la pintura, Nicolás Munuera (Lorca, 1974) solo necesitó unos cuantos meses para enamorarse de ella, los que tardó en ... darse cuenta de que sus estudios de Matemáticas, recientemente comenzados en la Universidad de Murcia, no eran para él. La culpa la tuvo un amigo que le dejó unos óleos: él, que nunca los había usado antes, comenzó un juego con la pintura que continúa a día de hoy. Desde entonces, el arte se ha convertido en una de las grandes constantes en la vida de este pintor y artista plástico.
La otra llegó de la mano de su compañera de vida hace un cuarto de siglo: con María, Munuera cambió sus veranos en la pedanía lorquina de El Consejero por las aguas turquesas de Ibiza. Desde hace 25 años, la isla le ofrece el refugio para frenar durante un par de meses, disfrutar del sosiego entre la salida y la puesta del sol y dejarse llevar por los planes que van surgiendo. Aunque, en toda esta rutina, siempre está presente la creación artística a través de una mirada al exterior que nunca frena.
–Entre El Consejero e Ibiza, ¿con cuál se queda?
–He encontrado puntos de unión entre ambos. En El Consejero pasé todos los veranos de mi vida hasta los 25 años. Creo que ese lugar me ha marcado para hacer lo que hago y crear mi personalidad, que busca la soledad, el sosiego y la tranquilidad. Después cambié ese paisaje, que era prácticamente el desierto, por el de Ibiza, que aparentemente es un paraíso. Al principio no quería ir, porque pensaba que la isla solo era esa idea de discoteca y fiesta que tenemos. Pero en realidad hay una parte natural de paisaje y calma que es increíble. Además, encontré muchísimas similitudes, empezando por las lagartijas y el mantener la mirada perdida, bien en el desierto, bien en el mar.
–¿Cómo es un domingo de verano en la isla?
–Lo que hago todos los días: levantarme sin despertador, tomar un café, leer, escribir, salir a las rocas, meterme en el agua, salir, tomarme una cerveza con algún amigo que ya esté en el bar, comer bien, echar la siesta y volver a repetir todo por la tarde. Todo eso es desconexión, pero también es una parte de trabajo, la que hay fuera. Dedico tiempo para mí y para hacer lo que quiero, pero muchas veces lo que quiero hacer es mi trabajo. La verdad es que vivo bastante bien todo el año, porque me dedico a algo en lo que hago lo que quiero.
En tragos cortos
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-Un sitio para tomar una cerveza. -La Plaza de las Flores de Murcia.
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-Una canción -Cualquiera de Nick Cave.
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-Un libro para el verano. -'El zen y la cultura japonesa', de Daisetsu Teitaro Suzuki.
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-Un consejo. -No te preocupes.
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-Un aroma -Salitre.
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-¿Con quién no cenaría jamás? -Alguien que no tenga buena mesa.
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-¿Le gustaría ser invisible? -Y pequeñito.
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-¿Que le gustaría ser de mayor? -Aún no lo sé.
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-¿Tiene enemigos? -No tengo ni idea.
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-Lo que más detesta? -La mala educación.
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-¿Un baño ideal? La cala de Portinatx, en Ibiza.
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-¿Un sueño cumplido? -Conseguir vivir el presente.
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-¿Una pesadilla recurrente? -Duermo fatal, muy poco. Por suerte no tengo pesadillas, lo que me faltaba.
–¿El verano le da una inspiración especial?
–Para mí el verano es muy productivo. No pinto ni dibujo, no hago nada físico, pero sí hago muchísimas fotos. El verano para mí es el estudio exterior, donde más tengo esa conexión con la naturaleza para luego estar encerrado en un lugar que no tiene ventanas, como es el estudio. Es el motor que me sirve para el resto del año.
–¿Se mueve por impulsos o es un artista de método?
–Soy muy disciplinado, de los que piensan que hay que ir al estudio todos los días. Y todos los días es sábado, domingo y cualquier día. Ahora en Ibiza todos los días salgo a hacer fotos y todos los días escribo, pero no me lo planteo como una obligación. Es lo que me gusta hacer, el lugar donde estoy a gusto y me encuentro. La única pauta que tengo en mi vida es ir al estudio. Necesito esos espacios de soledad diaria.
–Estudiaba Matemáticas cuando descubrió la pintura. ¿Cómo llevó a cabo el cambio?
–Cuando decidí que quería dejar mis estudios y dedicarme a ello, fui a casa y se lo dije a mis padres. Fueron ellos quienes me orientaron yendo a ver a mi profesora de dibujo del instituto. Yo lo único que sabía era que quería pintar, pero no sabía dónde hacerlo. Cuando me hablaron de Bellas Artes, yo no sabía ni lo que se hacía ni para lo que servía, pero dije: «Si allí puedo pintar, me voy allí». Me sacaba las asignaturas, pero nunca he sido un alumno brillante, porque a lo que me dedicaba era a pintar.
–¿Cómo se tomaron sus padres el salto artístico?
–Mis padres me vieron tan mal que lo entendieron y me dieron esa oportunidad. Son de una generación que lo único que quería era que sus hijos estudiaran, que tuvieran lo que ellos no habían tenido. Cuando empecé Bellas Artes mi padre me construyó mi primer estudio en la casa que teníamos en El Consejero y yo pasaba allí mucho tiempo, en vez de estar en Valencia en clase. Ahora esa casa ya no es nuestra, pero las personas que la compraron mantienen todo igual, incluso el estudio.
El momento zen
–¿Qué le mueve a la hora de crear su obra abstracta?
–Para mí, hay dos cosas: el exterior, lo que vemos y nos afecta; y el interior, lo que sucede en el estudio. Me importa lo que realmente da la pintura en sí, cómo se comporta, más allá de que pueda haber un referente. La veo como naturaleza en sí, porque es agua y pigmento conducida por mí. Lo que me interesa es lo que sucede con la pintura y conmigo en el instante que lo estoy haciendo, el aquí y el ahora de un acontecimiento que está sucediendo delante de mí. Yo estoy encima de ese acontecimiento hasta que realmente aparece algo que me hace pararme y veo que conecta de algún modo. Ese momento tiene mucho que ver con la filosofía zen, de estar en el lugar y observar las cosas mínimas.
–¿Cómo identifica ese 'momento zen'?
–No son cosas que surgen de la nada, sino que, cuando vas al estudio todos los días, es como si te quedases en la última página que escribiste y siempre tienes un hilo. Mi motivo es muy simple, la propia pintura, el agua y lo que sucede ahí. Para mí es muy importante leer y tener una conexión real con la naturaleza para que, cuando llegues a ese lugar, encuentres esa sintonía con lo que está sucediendo. Lo que intento es llegar a ese lugar que no conozco; ahí es cuando me interesa lo que hay, cuando se mantiene esa tensión y cuando me sorprende que unas manchas de pintura puedan llevarme a un lugar que no puedo describir con palabras. Es un lugar incómodo, temeroso, atractivo, bello, a veces más feo. Casi un lugar de incomunicación verbal.
–¿Piensa en la impresión que puede provocar en el público?
–No, no pienso en el público. Pienso en mí, que soy el primer público que hay. Partiendo de ahí, si hay algo que a mí me hace temblar, pienso que de algún modo conectará con alguna otra persona que también le hará temblar, porque al final soy un humano como él. Es como cuando suentan cuatro notas y de repente se te ponen los pelos de punta y no sabes por qué. Busco eso en mí y pienso que de algún modo otros sentirán lo mismo.
–En alguna ocasión ha dicho que, si pudiera, expondría solo cada 5 años. ¿El exceso de exposición limita al artista?
–El hecho de la exposición, que parece una cosa muy bonita, es un esfuerzo muy grande, porque te expones a los demás y las críticas o las opiniones te llegan. A mí no me gusta mucho que me digan cosas sobre mi obra, aunque sean buenas, porque me coloca en un lugar extraño. Si lo pudiese permitir, expondría menos, porque yo no tengo ninguna necesidad de enseñar lo que hago, solo de hacerlo. Cuando cierra el estudio y me quedo ahí solo con mis pinturas, para mí ese es el estado de meditación, el más perfecto, el de poder estar donde quieres con lo que quieres estar.
–Su obra le ha llevado a viajar bastante y a disfrutar estancias en París o Nueva York. ¿Qué ha aprendido de esos viajes?
–Es curioso porque hace ya años que tengo menos necesidad de viajar y de ver sitios nuevos. Ahora hay cosas que encuentro mucho mejor en el cine o en los libros. Pero es verdad que cuando he viajado más he aprendido muchísimo. Se te abre la mente. Por ejemplo, de Nueva York me quedo con la posibilidad de ver las obras de arte en directo, porque en Instagram no sirve, es una basura. En París vi muchísimas obras de teatro experimental, fue otro tipo de experiencia. De Berlín lo que me quedo es la relación con artistas de muchos sitios del mundo, pero había un grupo de españoles que ahora son súper amigos. Yo siempre recomiendo viajar, sobre todo cuando hay tantos temas de racismo, xenofobia, de no querer al otro. Vete fuera, vete a cualquier sitio tres meses y vas a entender lo que puede sentir la gente que viene de fuera.
–¿Recuerda algo que le haya marcado en esos viajes?
–Me acuerdo que, cuando estaba en Nueva York, iba muchas veces al MoMA simplemente a sentarme a contemplar un cuadro rojo de 3 metros de Barnett Newman. También recuerdo de ir a Venecia dos días y dormir en la calle para ver una exposición de Cy Twombly, una serie que se llamaba 'Lepanto'. Son cosas que te marcan de algún modo.
Naturaleza y arte
–¿Qué le ha enseñado el arte que aplique en el día a día?
–Que se puede sacar mucho de uno mismo y que además, eso es útil para la comunidad, para otras personas, incluso para quien no conoces. Qué maravilla es que te llegue un libro de alguien que lo escribió hace 100 años y tú lo veas y te emociones. La persona que creó ese artefacto, que ha venido de otro continente y ha llegado a tus manos, hizo un bien brutal.
–¿Qué cosas le emocionan especialmente?
–Precisamente el hecho de saber que algo que haya hecho yo pueda llegarle tanto a una persona que no conozco. Me asombra y me hace creer realmente en el arte. Una persona que está a 1.000 kilómetros puede ver una cosa que tú has hecho, que nadie te ha pedido, que no sabe ni para lo que es ni para lo que sirven aquellas manchas en un papel, y emocionarse muchísimo. Me parece que el arte tiene un poder increíble que toca cosas internas comunes a todos los seres humanos, algo que desconocemos y que van por una vía ajena a la razón.
–De no ser pintor, ¿a qué se dedicaría?
– ¿Y por qué no voy a ser pintor? Es complicado. Podría leer, escribir, pasear, me adaptaría, encontraría algo, pero seguro que me decantaría por algo en el arte, porque hay una cosa interna que me lo pide. Por ejemplo, lo intentaría en la música: la música es una locura, un lugar de abstracción pero que se mete dentro sin que lo puedas evitar, porque ni siquiera te tienes que parar delante. Otro de los poderes que me parecen brutales del arte es la música, es mucho más potente.
–¿A quién le enseña sus obras antes que a nadie?
–A María, mi pareja. Ella ve lo que hago continuamente porque viene al estudio. No se dedica al arte, pero creo que es algo así como una artista sin obra. En realidad es bióloga y educadora medioambiental, pero hace tiempo que también trabaja conmigo y está totalmente involucrada en el estudio. Yo creo que nos une el amor a la naturaleza y al arte.
–¿Hay algo que antes no le importaba y hoy sí se ha vuelto esencial?
–Quizá me preocupan menos cosas. Creo que voy teniendo más calma. Aunque parezca un poco triste, también tengo más consciencia de la muerte, pero eso hace que me preocupe menos de muchas cosas, porque pienso que simplemente estamos de paso por aquí. Creo que lo importante es estar bien, ocuparte de tu entorno hasta donde puedas llegar. Digamos que se trata de dejar buenas cosas, pero aquí nadie va a ser Picasso. Me importa más estar en paz y que las perssonas que hay alrededor puedan estarlo también. Es una cuestión de aceptar que no somos nada ni nadie aquí y que simplemente hay que hacer lo mejor que podamos con lo que esté en nuestra mano.
–Si tuviera que hacer un cuadro de este verano, ¿cómo sería?
–Un lienzo en blanco, porque no voy a hacer ninguno.
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