Frédéric Volkringer: «Soy supertímido, es una enfermedad. Lucho contra ello, pero no he encontrado la pastilla»
Estío a la murciana ·
«El hombre necesita desde el principio el arte para estar vivir»Con sus llamativas 'gafapasta', su marcado acento francés, que no han suavizado tres décadas en territorio murciano, sus atrevidos 'looks' y su cámara casi siempre ... a cuestas, Frédéric Volkringer (París, 1955) es una 'rara avis'. «Siempre he sido un guiri. Nací en París hace ya muchísimos años, he vivido en Alsacia gran parte de mi juventud y he trabajado en Suiza 15 años». Y en Murcia, no es distinto, dice este fotógrafo guasón que lo dejó todo por amor y al que le gusta captar el alma de los murcianos, retratándolos y viendo sus manos tras la arquitectura y los objetos que fotografía.
-¿Cuándo cambió todo?
-Vivía en Alsacia, cerca de las tres fronteras -Francia, Alemania y Suiza-, en el valle del Rin. En esta zona, especialmente en Suiza, trabajé en la moda y, después, tuve la suerte de conocer a Marisa López Soria y me vine a Murcia. Lo dejé todo y aquí estoy, disfrutando del sol, el calor, nuevos amigos, nuevos gustos culinarios...
-¿A qué se dedicaba?
-Soy colorista textil. He trabajado para las grandes casas de moda a nivel internacional, de alta costura. [Fue jefe de departamento de Yves Saint Laurent, Courrèges, Dior, Hermes,...] Soy el que hacía la mezcla de colores para el textil de las colecciones.
-¿Cómo era su trabajo?
-Muy difícil, muy complicado, tenso, estresante.., pero, al mismo tiempo, muy apasionante; y conocí a gente increíble. He trabajado para Dior, Courrèges, Yves Saint Laurent..., toda esta gente. Era fantástico, francamente.
-¿Y la vida con esa élite?
-Son jornadas muy largas. Empiezas a veces a las tres de la madrugada y terminas a las tres de la madrugada otra vez. Pero encuentras gente muy interesante, muy abierta, muy diversa, con unas ideas fantásticas. Es un mundo genial, pero muy agotador, eso sí. Y muy artístico, tenía un lado de creación pura y dura; y otro, muy técnico, que permitía encajar los colores. Ese era el gran trabajo.
-¿Cómo se crea un color?
-Depende, primero, del soporte, la tela que vas a utilizar. Eran telas nuevas, ensayos, prototipos y, con la gama de colores que tenía, había que ver si reaccionaban o no. Desde un trozo de papel a un cuadro, un paquete de tabaco o una época histórica pueden ser la referencia para buscar el color de una nueva colección.
-¿Algún color que creara?
-Lo dejé hace 20 años, pero todo lo que salía entonces lo he tocado. Una colección de moda se prepara 5 o 6 años antes, vas a ciegas, no sabes qué va a funcionar o si al final el creador va a cambiar de idea y a empezar desde el principio.
-¿Qué trabajo recuerda?
-Me acuerdo muy bien, que era una locura total para el momento, de la combinación del rosa fucsia y el naranja de Yves Saint Laurent, dos colores opuestos que no casaban, pero, cuando equilibras los tonos y matices, casan muy bien. Tardamos muchísimo, sobre todo en la seda. También he trabajado con negros muy profundos. Fue muy complicado; había 25 colores diferentes en la receta de ese negro que buscaba.
-¿Qué aprendió de los grandes maestros de la alta costura?
-A estar un poco loco; a no tener frenos ni tabúes; a atreverte a seguir, buscar, intentarlo; a perder y empezar otra vez. Y a trabajar mucho para lograr un buen resultado.
-Después del duro trabajo, ¿qué sentía cuando salía una colección?
-Tenía 15 días de descanso y tomaba vacaciones [ríe y casi se siente su alivio], y había que preparar la siguiente. Y, de vez en cuando, te venían con problemas en producción, aunque eran cantidades muy pequeñas y artesanas totalmente. Y tenía que resolverlo.
-Conoció La Manga en los años 70, ¿cómo llegó hasta ahí?
-Tenía unos buenos amigos que me llevaron. Cuando tenía tiempo libre, aprovechaba para buscar tranquilidad y reposo. Unos amigos, que conocí en Suiza y Alsacia, me llevaron a descubrir 'otro lugar diferente, con mucho más calor y sol, y una luz diferente'. Así empezó mi relación con Murcia.
-¿Qué recuerda de entonces?
-Buenos momentos. Era un poco más salvaje. De los mejores recuerdos que tengo es el cine de verano, que para mí era una cosa increíble. Me sorprendió ir al cine al aire libre, con tus pipas (entonces me era imposible comérmelas), con tu cerveza, con tus amigos, y ¡ver dos películas al precio de una! Eso es una pena que se pierda. Era genial.
En tragos cortos
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Un sitio para tomar una cerveza En la terraza de una brasería en Saint-Germain-des-Pres (París).
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Una canción 'Les Marquises', de Jacques Brel.
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Un libro para el verano El libro de poesía 'Muy señores míos', de Marisa López Soria.
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¿Qué consejo daría? Puff, ten cuidado, la vida es muy corta y pasa rápido.
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¿Cuál es su copa preferida? Un buen vino.
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¿Le gustaría ser invisible? Lo soy, un fotógrafo es invisible, nadie lo ve [risas]. No, no creo.
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Un héroe o heroína de ficción Bècassine, de un cómic clásico.
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Un epitafio Por favor, no molestar.
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¿Qué le gustaría ser de mayor? Joven.
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¿Tiene enemigos? Seguramente (risas). No creo.
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¿Qué es lo que más detesta? La tontería humana y la ignorancia, van juntas.
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Un baño ideal En una playa de Bretaña o Asturias.
-¿Cómo terminó en Murcia?
-Por azar, un poco. Yo trabajaba todavía en Basilea (Suiza) y Marisa [López Soria, la escritora, su pareja] fue a ver a una amiga común, que vivía en Estrasburgo y le propuso hacer una parada en Basilea a verme. Así empezó. Eso fue el siglo pasado, a finales de los 80 [vuelve a reír].
-¿Un flechazo?
-Para mí, sí.
-¿Y luego?
-Pasaron cinco años de relación y de conocernos... Tenía que dejar mi trabajo, mi vida de Suiza y Francia, y encontrar un trabajo en Murcia. Eso era lo más complicado. No había mi especialidad, pero encontré un trabajo en Molina con los pigmentos para pintura y construcción. No tenía nada que ver con la moda, pero bueno. Allí pasé los primeros años y, luego, cambié a la fotografía; mi segunda pasión que ya tocaba en Basilea. Y di el salto.
-Un giro de 180 grados.
-Ya que tomé el riesgo de cambiar de vida... Pensé: 'Vamos a cambiar de profesión, es el momento'. Y funcionó, la vida te sorprende. Y ha ido bastante bien. He trabajado la publicidad y he empezado a hacer mis propios proyectos...
-¿Cómo encajó en Murcia?
-Francamente, lo vi muy interesante. Totalmente diferente a una vida ordenada, estresante, muy meticulosa como la mía. Una vida más tranquila, el trabajo era más fluido, también. Con el tiempo, hubo vacaciones. Y la gente, muy abierta. Era muy agradable, y lo sigue siendo. Y el color de la tierra..., la potencia del sol... La luz que hay en Murcia es totalmente diferente a la del norte. Y la gastronomía, por supuesto.
-¿Se siente bien aquí?
-Sí, no tengo problemas. Como en todo, de las culturas hay cosas que te extrañan y no entiendes.
-¿Qué es lo que más le extraña?
-Una cosa muy sencilla. Por ejemplo, dicen: 'Vamos a cenar'. Para mí, es coger el teléfono o ir a un restaurante y reservar mesa. Yo hablaba muy poco español, no entendía casi nada. Nos tomábamos lo típico: la cerveza, el vino, la marinera, lo que sea... Y yo pensaba: 'Pues bueno, pero ya son las 10'. Íbamos a otro sitio y encontrábamos a otra gente; y otra vez. '¿Cuándo vamos a cenar?'. Yo estaba perdido, tenía hambre, porque, al final, no comía. Entonces, llegaba la una de la madrugada... Y tenía que sacar un trozo de queso, como buen francés.
-¿Ahora ya no le pasa?
-No, no, me como el queso antes de salir [bromea].
-Usted que nos retrata, ¿cómo somos los murcianos?
-Divertidos. Sois ruidosos. En el norte son más tranquilos. Habláis mucho, todos al mismo tiempo sin escuchar lo que dice el compañero. Eso es lo más curioso.
-¿Qué es diferente?
-Los gemelos, muy diferentes. Es un trabajo fantástico. [Habla de su proyecto 'Parejas únicas. La ciencia de los gemelos.] Era muy rápido y tenía poco tiempo para estudiar y hacer la foto, y eso para un fotógrafo, como ejercicio, es fantástico. Era un estudio científico sobre las diferencias de salud de dos personas idénticas, pero que han crecido en ambientes y con hábitos diferentes. En los gemelos, hay uno que es el jefe; uno habla y otro piensa; son dos caracteres diferentes, uno se apoya en el otro. Y ves cómo se mueven, es genial, lo captas enseguida.
-¿Qué puede captar la cámara que el ojo no ve?
-El ojo lo ve, es el cerebro que no lo graba. Es 'ser' atento, nada más. Es entrenar el ojo, la curiosidad; lo ves extraño, cómico, tierno... Todos los sentimientos de un ser humano pasan por el ojo y los captas o no. Es como una gimnasia.
«De Dior, Yves Saint Laurent... aprendí a estar un poco loco, a no tener tabúes»
-¿A qué se atrevió?
-A venir a Murcia. Yo soy un tío supertímido, es una enfermedad. Lucho contra ella pero no puedo hacer nada. Lo siento, no he encontrado la pastilla [risas]. Venir a Murcia era una aventura tremenda. Lo decidí, pero no tenía apoyo ni seguridad. Dejé el trabajo de Basilea, tenía que elegir. Me ofrecieron un puesto en Nueva York durante 5 años, con un piso a mi disposición, formación y atención. Y venir a Murcia era la aventura total.
-¿Qué fue lo bonito?
-Eso. Tener este miedo de qué voy a encontrar, qué voy a hacer, voy a ser capaz de adaptarme... Eso es lo genial. Después me metí en la fotografía de moda, la publicidad. Me he dejado llevar sin tabúes ni complejos. Pensé: 'Voy a hacerlo y si es un fracaso, no pasa nada. No es el fin del mundo'.
-¿El amor vence al miedo?
-Sí, sí. Pero tienes que vivir con miedo, le da la sal y la pimienta a la vida. Miedos hay siempre y tienes que superarlos. Poco a poco. Si no tienes miedo en la vida, si no tienes preguntas, dónde vas.
-¿Sin qué no sale de casa?
-Sin las llaves para volver a casa [ríe]. A veces me llevo la cámara, a veces no porque molesta el peso. Y voy siempre sin dinero.
-¿Qué no puede faltar en su vida?
-Ahhhh. La Marisa López Soria, por supuesto. Mi Marisa, eso es fundamental, un apoyo tremendo.
-¿Qué es negativo?
-La tontería humana, me cabrea muchísimo. Y la ignorancia y lo que provoca. El no saber, y decir y opinar. Es tremendo y cada vez más. Lleva al extremismo y en mi familia lo hemos vivido de cerca.
-¿Por?, ¿en la guerra?
-Sí. Mi abuela, mi padre, mis tíos... Vivían en la frontera entre Francia y Alemania y, una mañana, han pasado los alemanes y los han cogido cuando salían del colegio y los han llevado a campos.
-¿Por qué los cogieron?
-Qué pregunta. Porque estaban cabreados, ya era casi el final de la guerra, por suerte, y hacían limpiezas. Los subían al camión y ya está. Y mi abuela no sabía nada, salían del colegio y ya está. Eran niños, el mayor era mi padre, de 16 años. Estuvieron dos años y medio y, después..., recupera eso... Alguno ha salido mal parado. Mi padre ha tenido secuelas toda su vida.
-¿Qué es lo positivo?
-Hace unos dos días visité un museo de Prehistoria, de los cromañones y compañía, en el Périgord, mi tierra. Y vi las primeras herramientas hechas de hueso, del principio del hombre, y ya tenían decoración: había grabados, un dibujo alucinante. ¡Ya necesitaban el arte, hacer el instrumento básico más bello! Eso es una genialidad. Es alucinante. El hombre, desde el principio, necesita el arte para vivir, estar contento, reflexionar... Fue una alegría muy grande.
-¿Qué es un sueño?
-Este verano en la Bretaña y aquí, en Périgord, porque he encontrado a antiguos amigos. La Bretaña fue un momento muy interesante. Era un poco un sueño, porque siempre pensaba 'voy a tener tiempo de ir' porque lo tengo al lado. Y, al vivir en Murcia, se ha hecho más lejos. Lo que más me ha gustado es este mar, que entra con esa potencia...; y el paisaje y el carácter de los bretones; y el marisco (ummm), cómo lo voy a olvidar. La gastronomía aquí es importante: los mejillones, las ostras y la 'gallete' y la 'crêpe'.
-¿Qué le gustaría ver?
-El Polo Norte, y los inuits, y la aurora boreal. Ese desierto blanco... Y tener un poco de frío [bromea]. Creo que voy a ir rápidamente porque, si no, todo se va a transformar en agua.
-¿Qué está fuera de foco y debería ser nuestro objetivo?
-La Tierra. Eso es fundamental, sin ello no podemos vivir. Siempre hemos pensado que somos el punto de la cadena, pero no es verdad, es el planeta. Y eso es un desastre. Hablamos del cambio climático, pero es también la manera que tenemos de vivir, de gastar energía tontamente, agua,... Todo.
-¿Con qué se entretiene?
-Con la cocina, me relaja muchísimo; y ver fotos y leer de otros fotógrafos es un placer inmenso y una forma de aprender; e ir y dar talleres, lo paso muy bien; y estar con amigos y un buen vino, charlando de todo y de nada; y reír y tener humor, lo más importante.
-¿Qué le hace gracia?
-Un buen juego de palabras, lo veo inteligente. Y reírse de uno mismo es lo más sano. Te pone en tu sitio y, ya, sales un poco del problema y lo enfocas de otro modo.
-Está jubilado ya.
Sí, hace poco.
-Y, ¿piensa en retirarse?
-No. En el momento que no pueda aguantar la cámara en mi espalda y empiece a tener parkinson, me compraré un trípode [risas]. Lo único es que me lo voy a tomar con más tranquilidad. Y viajaré, si puedo, al máximo.
-Un deseo.
-Salud y seguir como estoy, haciendo fotos y con Marisa a mi lado, ¿qué más pedir?
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