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Mula volvió a resonar anoche con un sinfín de redobles de tambores «sin orden ni concierto». Una condición indispensable «para no perder la esencia» de ... una manifestación artística que surgió como un acto de rebeldía del pueblo a las normas del siglo XIX que prohibían a los vecinos hacer ruido –así como transitar por las calles del municipio– a determinadas horas del día durante la celebración de la Semana Santa, según explicó el concejal de Tambores y Cultura, Diego Boluda, sobre la convocatoria pasional más esperada de la localidad, que hace del Martes Santo un día marcado a fuego en el calendario de los muleños.
La Noche de los Tambores, que consiguió hace tres años la declaración de Interés Turístico Internacional y que fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, volvió a congregar ayer a miles de personas ataviadas con las tradicionales túnicas negras y 'armadas' con sus instrumentos de percusión, así como con sus correspondientes palillos. En este sentido, Boluda resaltó la idea de que «los muleños no nacemos con un pan debajo del brazo, sino con un tambor».
Antes del estruendo que a medianoche marcó el inicio de una tamborada de 17 horas de duración –ya que se alargará hasta las cinco de la tarde de hoy, Miércoles Santo– se hizo la oscuridad y se llamó al silencio en una plaza del Ayuntamiento en la que no cabía un alfiler. Los niños de la Escuela del Tambor con sus repiqueteos dieron paso a la Agrupación Musical Muleña, cuyos integrantes interpretaron la fanfarria 'Llamada a la tamborada', una composición de Fernando Belíjar Gómez para instrumentos de viento y metal que sirvió de pistoletazo de salida del estruendo que inundó cada rincón de un pueblo cuya identidad no se entendería sin el inconfundible sonido de un tambor.
Para que ningún asistente perdiera detalle de la fiesta por excelencia de Mula, se instalaron tres pantallas gigantes en las inmediaciones de la plaza del Ayuntamiento. «Conservamos ese espíritu 'ad libitum', una expresión del latín que significa a voluntad», remarcó Boluda sobre una «noche mágica» en la que afloran sentimientos grabados a fuego de un pueblo cuya pasión va ligada al sonido de un tambor.
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