Tomás Zamora: el legado de un gigante
Ami llegada a Argentina leo en LA VERDAD que el Círculo de Economía concede su II Premio a la Transparencia, Ética y Buen Gobierno a ... Tomás Zamora. Los recuerdos me trasladan a aquel mes de noviembre de 1995 donde Tomás me dio la alternativa, era mi primera vez como sindicalista en un acto de reafirmación empresarial. El Auditorio y Centro de Congresos Víctor Villegas estaba lleno hasta la bandera de empresarios que no acababan de entender nada. Bueno, también había un nutrido grupo de políticos que entendían aún menos. El caso es que fue nuestra primera portada en LA VERDAD.
Empecé mi intervención afirmando que sindicalismo es política porque todo en la vida lo es. Añadiendo que el sindicalismo implica la defensa de los intereses de los trabajadores en el acceso y disfrute de ese bien llamado trabajo, siempre escaso y que debiera ser universal, para todos los ciudadanos. Les comenté que era necesario modificar sustancialmente algunos conceptos, arraigados en las vísceras de la propia cultura laboral de nuestro país. Demasiados años encapsulados en un modelo paternalista, bajo el marco del más aletargante proteccionismo, habían traído los lodos de los que entonces estábamos intentando salir. Naturalmente que los sindicatos habíamos cometido también errores, y no pequeños, aceptando el concepto que, hasta entonces, había supuesto el eje de las relaciones laborales: tú pierdes, yo gano.
Mi principal apuesta como secretario general de la UGT fue que los trabajadores éramos los primeros interesados en la supervivencia de la empresa. Por ello, también estábamos interesados en lograr un marco laboral competitivo en el que la consecución de la transparencia, la ética, el buen gobierno y la calidad pasaran a ser un objetivo común en el que caminar junto a los empresarios. Un nuevo modelo de relaciones laborales en el que siempre encontré el apoyo de Tomás.
Ambos coincidíamos que era imposible competir en el nuevo mercado internacional sin unos niveles de calidad que validaran nuestros productos y servicios. La entrada en la Unión Europea suponía enfrentarse a países que habían sabido invertir tiempo en formación y desarrollo de la misma. Porque calidad era –y es– ahorro, beneficio, puestos de trabajo, en definitiva, ventajas en la gobernanza de la empresa privada y de la administración.
Tomás Zamora y yo entendimos la necesidad de proporcionar elementos para que las empresas pudieran lograr la calidad en su productos o servicios; pero para ello había previamente que redefinir conceptos, revisar estilos, implantar otras filosofías. La clave era desarrollar nuevas bases de entendimiento, para gobernar la realidad mediante un nuevo concepto: tú ganas, yo gano.
Para nosotros había tres pilares sobre los que asentar el nuevo modelo de relación laboral:
1.- Participación. Está demostrado que la motivación por la misma es aún más fuerte que la obtención de beneficio económico. Difícilmente podrán los trabajadores sentirse identificados con los objetivos de la empresa, pública o privada, si no se sienten partícipes de la toma de decisiones. Yo siempre añadía que las empresas, como las parejas, cambian de lógica cuando se pasaba de la vertical a la horizontal. En fin, una cuestión de juventud y hormonas aplicadas a las relaciones laborales.
2.- Formación. Hablamos de formación integral, no solamente técnica, en la que se adquieran instrumentos para la dirección, la convivencia y la comunicación. Sabíamos que vivíamos en un mundo donde lo único permanente era el cambio y donde, por lo tanto, la formación era la clave del éxito. Porque venía un futuro en el que el mayor activo sería no ya el aprender, sino el aprender a aprender.
3.- Transparencia, ética, buen gobierno y calidad. Su consecución era cosa de todos y no se podían eludir responsabilidades si es que queríamos asegurar el futuro de las nuevas generaciones que nos han de suceder. Y también necesitábamos gobiernos que apoyaran medidas de implantación de la calidad, tanto en las empresas privadas como en sus propias estructuras administrativas. Ello implicaba también y fundamentalmente el desarrollo de políticas de intervención social, de 'predistribución' y redistribución del valor agregado a lo económico, en definitiva, acciones que evitaran guetos de miseria y desesperanza que supusieran un lastre para el desarrollo futuro de nuestra región.
Para nosotros, invertir en 'lo social' de forma inteligente era también apostar por el respeto por el medio ambiente. Es inútil, por ejemplo, el esfuerzo que se haga por empresarios y trabajadores de una empresa hostelera si no acude el turismo por la degradación de playas, montes o ríos. Todo está conectado.
No quiero terminar sin hacer referencia a un hecho esencial, y es que Tomás forma parte de la generación del 45 del s. XX. Una generación que vivió en la posguerra, se enfrentó a problemas económicos, sociales y políticos enormes y, sin embargo, fue capaz de construir empresa y por tanto nación. Son ellos, los que nos precedieron y que aún tienen mucho que decir, de los que debemos aprender a capear el presente y el futuro, con sus lecciones morales y empresariales. Nuestra historia progresa a hombros de gigantes, en Murcia y en todo el mundo.
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