Un verano perfecto
ALGO QUE DECIR ·
Volver a la rutina después de haber vivido la excepción diaria unas semanas es una forma interesante de culminar unas vacacionesNo hacer nada durante un par de meses podría ser una buena opción, sobre todo en un tiempo en el que no apetece hacer nada. ... Dormir sin tregua, comer aquello que te ponen encima de la mesa, deambular y vagar el resto del día hasta la hora de regresar a la cama, aunque algunos, la verdad, no nacimos para que la vida nos pasara por encima y el tiempo se apoderara de nosotros en vano y por eso no hemos permitido nunca que las vacaciones transcurrieran en balde, que se agotaran los días y las semanas y no hubiésemos aportado nada al tránsito diario ni a nuestra comezón interna.
Leer un par de horas al día no es mala opción, porque la aventura también reside en los libros y luego en otoño uno puede volver a la normalidad del curso con un equipaje de interesantes lecturas para rumiar en el invierno y aconsejarlas a nuestros compañeros de trabajo. Visitar algún museo y recrearse con pintores de siempre, estoy pensando en el Prado y en Velázquez, en Figueras y Dalí, en Murcia y Gaya, en Málaga y Picasso y en tantos otros sitios de España donde no falta el arte y los artistas.
Reconozco mi predilección por visitar ciudades pequeñas, a ser posible españolas, disfrutar de sus encantos paisajísticos, pasear por sus calles, tomar café, helados y algún cóctel nocturno en sus terrazas, degustar sus especialidades culinarias y depositarlo todo en la memoria como único y verdadero álbum fotográfico, aunque alguna vez, si es posible, escribir sobre todo ello o hacer alguna foto.
Muchos solemos traernos algún proyecto interesante de vida en la cabeza para el invierno
Yo creo que uno se trae a casa de estos días un botín bien provisto de la mirada, de los sentidos en general y del corazón, porque ya no volveremos a sentir igual cuando alguien pronuncie junto a nosotros las palabras Lisboa, Oviedo, Córdoba, Valencia o Granada, cuando se refieran a los Picos de Europa, a la Plaza del Obradoiro o a la Avenida de la Liberdade, a unas patatas a la riojana, unos torreznos de Soria acompañados de cualquier Ribera o unas sardinas al espeto en la playa de la Malagueta. Ya nada será igual para nosotros, no porque hayamos acumulado instantáneas de playas de ensueño o de impresionantes y remotas sierras, no porque hayamos estado en pueblos singulares, entrado en monumentos de incalculable valor, recorrido los últimos cinco kilómetros del Camino, sino porque lo que hemos visto, lo que hemos comido y bebido y lo que hemos compartido con los nuestros: esa sinagoga de Toledo trasminando espíritu y humanidad, ese arroz en la Albufera valenciana de sabor inaudito, o esa cena junto a una mezquita de Almería con un vino blanco muy frío ligeramente afrutado, y la conversación amistosa y confidencial, casi íntima de un puñado de amigos y de nuestra mujer que nos ha acompañado durante todo el viaje constituyen una experiencia incomparable.
Volver a la vida o a la rutina después de haber vivido la excepción diaria durante algunas semanas es una forma interesante de culminar unas vacaciones, en las que no han faltado naturaleza, arte, cultura, amistad y amor y de las que vamos a vivir durante bastante tiempo, porque lo que hemos traído del verano no es un museo de cera ni un catálogo de una agencia de viajes, sino que nos hemos traído a nosotros mismos corregidos y aumentados, un poco más morenos, porque también tuvimos tiempo de bañarnos en la playa y tomar el sol con precauciones, con algún kilo de más porque el estío también es exceso y despreocupación y ya haré régimen este invierno, pero lo que muchos de nosotros solemos traernos es algún proyecto interesante de vida en la cabeza para el invierno, que siempre ha sido para mí el nuevo año, algún propósito de cambio imprescindible para que nuestra existencia mejore de algún modo.
Pero nos traemos, sobre todo, ganas de seguir viviendo, ganas de seguir intentando todos los días esto tan efímero pero tan mágico que llamamos vida, este soplo de tiempo y de ilusiones en que consiste levantarse cada mañana a buena hora y marcharse al trabajo, volver a comer, besar a la esposa y a los hijos y creer firmemente que un día de estos nos pasará lo que venimos esperando una vida entera.
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