La vacuna contra Putin
ESPEJISMOS ·
Todos los elementos del aciago mandato de Thatcher sobre el Reino Unido se ciernen ahora sobre EuropaEsta semana la invasión de Ucrania ha cumplido un mes. Sigue siendo válida la máxima de que una de las primeras víctimas de la guerra ... es la verdad (el periodista español Pablo González sigue preso en Polonia, por cierto), pero la Historia no sale tampoco muy bien parada. Fluyen ríos de tinta y es raro el comentarista que no mete mano a la vieja ciencia de la diosa Clío para apoyar, de forma más o menos descarada, su argumentario. La verdad, espero que todo esto le pille jubilada. A Clío, me refiero. O al menos, que tenga un spray de pimienta a mano.
¿Qué está pasando en Ucrania? Lo mismo que pasó en X el año Y por culpa de Z. Y hala, ya tenemos el articulete. Y la barrida para adentro. Hay para todos los gustos: igual te comparan la situación con la de la República Española (ey, no sabía que fueras tan republicano, encantado), abandonada por Occidente tras el golpe de Estado fascista del 36. O lo mismo te invocan aquella infame Conferencia de Múnich en la que Europa intentó en 1938 apaciguar a Hitler. Ahí ya sabemos que la moraleja del texto va a ir de la necesidad de mandar ejércitos para allá. Si te salen con la I Guerra Mundial, o con el papel del nacionalismo ucraniano en la II, puede que intenten venderte a continuación que pelillos a la mar, que ya se arregla Putin con sus vecinos. Por lo que sea, el precedente más reciente de una superpotencia invadiendo un país con pretextos chanantes (EE UU en Irak, 2003) no sale mucho en este tipo de opinionismo de historia-ficción.
A mí hay un personaje histórico que me viene todo el tiempo a la cabeza, y para variar no es Hitler. Ni Stepán Bandera. Es Margaret Thatcher. La recordareis de éxitos como la guerra de las Malvinas (1982), el colegueo con Pinochet y la laca. Poca broma, ms. Thatcher. Fanática del libre mercado, utilizó la estanflación causada por las crisis del petróleo de los años 70 para romper el consenso keynesiano y dinamitar el estado social británico. Con el país patas arriba –inflación, desempleo, recortes, disturbios generalizados y huelgas–, se aprovechó del furor militarista contra Argentina para afianzarse en el poder y quebrar el de los sindicatos.
Todos los elementos del aciago mandato de Thatcher sobre el Reino Unido se ciernen ahora sobre Europa: la crisis energética, la inflación, el descontento y el belicismo. Pero nuestro mundo no es el suyo. A alguna de sus célebres boutades, como «si tienes más de 30 y vas en autobús eres un fracasado», casi se les puede dar la vuelta: lo chungo en 2022 es tener que coger el coche. El orden neoliberal que instituyeron entre ella y Reagan en los 80 hace aguas por todas partes. La alegre desregulación financiera hizo quebrar el planeta en 2008 y a la crisis de la Covid Occidente ha respondido con tales paquetes de inversiones públicas que le rizarían el pelo de golpe a la Dama de Hierro. Además, las sanciones contra Putin han supuesto una inmensa operación de desglobalización, bloqueando las reservas externas del Banco Central de Rusia (algo que no le hicimos ni a –otra vez– Hitler) y sacando de golpe al país más grande del mundo del sistema internacional de transacciones bancarias SWIFT.
Ello no significa que el fundamentalismo de mercado esté muerto. En un reciente artículo en 'The Guardian', Thomas Piketty ha demostrado la cobardía de Occidente a la hora de dar un paso más allá para fiscalizar internacionalmente las enormes fortunas de los millonarios rusos (spoiler: porque los millonarios occidentales no quieren ni oír hablar de ese mecanismo). La dificultosa gira de Sánchez por Europa para desvincular los precios de electricidad y gas es otra muestra de esa debilidad: una UE que ya empieza a notar la agitación social (hola, transportistas) no se decide aún a regular sus mercados.
En una entrevista al final de su vida, la duquesa Thatcher afirmó que sus mayores logros habían sido Tony Blair y un Nuevo Laborismo que daba por buenos sus dislates turbocapitalistas. No sabemos qué habrá tras el horror de Ucrania, qué Europa ni qué Rusia después de Putin, pero sí podemos desear rechazar el putinismo, su desprecio por la democracia, la diversidad y las libertades, su belicismo, su autoritarismo, su ultranacionalismo y su plutocracia. Avanzar en soberanía energética y alimentaria, proteger las condiciones de vida de quienes están más expuestos a los vaivenes del mercado (hola otra vez, transportistas), acoger a quienes huyen de la guerra y la miseria, borrar a Putin de nuestros ideales y nuestras banderas. Salvarnos de convertirnos en sus hijos. Y llamarlo (a esto sí) victoria, por una vez.
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