Matarratas en jefe
A Cabo de Palos podríamos invitarla a cambio de que acabara con la invasión de roedores del palmeral
«Se busca una persona ultramotivada, sedienta de sangre y decidida a estudiar todas las soluciones desde varios ángulos, con impulso, determinación e instinto asesino ... para luchar contra las astutas, voraces y prolíficas ratas de Nueva York», rezaba una oferta de trabajo publicada hace cuatro meses por el equipo del alcalde Eric Adams. La bióloga y experta en gestión de residuos Kathleen Corradi se llevó el gato al agua y la semana pasada fue nombrada la primera directora de Mitigación de Roedores de la Gran Manzana. Les cuento que en la ciudad de los rascacielos se rumorea que hay una rata por cada cuatro habitantes, aunque la leyenda urbana va más allá y asegura que existen más que personas empadronadas. Por dios santo, qué asco.
Ni el veneno, las píldoras anticonceptivas, los perros adiestrados, la nieve carbónica, las trampas pegajosas o el hielo seco en las madrigueras subterráneas han podido con las ratas neoyorquinas de las que el escritor Charles Dickens ya se quejó hace dos siglos de que estaban por todas partes y cuya población en pandemia creció hasta porcentajes insospechados. Ahora son más grandes y atrevidas, hacen volteretas cual gimnastas y te pisan o te saltan justo frente a la cara. Eso cuentan los vecinos y a mí, solo de pensarlo, se me revuelve hasta el alma porque si hay algo en este mundo que odie con todas mis ganas es una maldita y asquerosa rata. El último intento de mantener a raya a estos roedores ha sido un bando municipal a principios de abril para concienciar a los vecinos de que saquen la basura a última hora de la tarde y así evitar que las bolsas se queden en las aceras durante horas tiradas.
En Nueva York las ratas son tan jodidas que se atreven a esclafar sus reales posaderas en cualquier parte y tanto es así que de repente un buen día tu coche comienza a comportarse de forma extraña, nuevas luces de avería, el motor no arranca y los mecánicos tienen que lidiar primero con los roedores antes de arreglar lo que estos se han cargado. ¿Y cómo se las va a apañar la matarratas en jefe para acabar con las que tienen a Nueva York al borde del colapso? Ni idea, pero para gran disgusto de los animalistas Kathleen ya ha adelantado que planea una matanza a gran escala. A Cabo de Palos podríamos invitarla: billete en business class, suite con vistas al mar, paseo en barco, caldero y subida al faro a cambio de que acabara con la invasión de roedores del palmeral que también rebosa de cacas de perro, pero de eso tienen la culpa los dueños que son unos marranos.
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