Sopa de letras
Como el caldito de la abuela, una historia inteligente y amable reconforta el mal cuerpo que dejan los telediarios
Así que pase el domingo, el próximo, digo, nuestras calles amanecerán vacías y silenciosas. Si acaso puede que veas a un grupito, cuello de pajarita ... y andar renqueante, derrotado vestigio de una noche trepidante de alegría por decreto, burbujas y brindis con desconocidos, fanfarria, confeti y trompetita. Y seguro que recordaré la segunda y última vez que me apunté a una Nochevieja con cena y cotillón: al poco de las campanadas, uno de los asistentes confundió mi espalda con el lomo de un caballo alazán y allá que se montó, al grito de «Mi padre tiene un barco me cachis en la mar». Mozart redivivo.
Bastó una mirada cómplice con mi impagable compañera de los últimos 66 años para que diésemos por finalizada la fiesta.
Y justo en este histórico momento de darle a la tecla siento sana envidia de las dotes del buen articulista, como el llorado Manuel Alcántara, para saber enlazar ideas y conceptos con el gracejo y la desinhibición de mi admirada Rosa Palo –cada tres días inicio la lectura del periódico por la contraportada para empezar por su columna– porque, aparte de la obligada alusión al final del año, otro más, Vive Dios, hoy lo despido con la necesidad de recurrir a la lectura para mantener la moral, el ánimo, la esperanza y hasta el humor, luego de haberme zampado el telediario. Ya lo escribió otro gran articulista que nos acaba de dejar, Antonio Burgos, quien relató cómo un médico le recetó a un amigo que viera lo que quisiera de la tele, menos los telediarios «porque afectan a la salud emocional y deprimen muchísimo».
Sí, por aquí aún estamos digiriendo el besugo, el cabrito al horno y la inacabable bandeja de turrones, mantecados, polvorones, peladillas, chocolates y demás alimentos sin colesterol ni azúcar, pero los telediarios siguen mostrando bolsas blancas de cadáveres y ruinas. Ahora toca buscar en la biblioteca un historia amable e inteligente que reconforte, como el caldito aquel de la abuela que te repara el mal cuerpo. Una sopa de letras hábilmente juntadas que aleje sinsabores.
Y antes de terminar, un saludo para los servicios de urgencias de los hospitales, para las ambulancias que nos trasladan a ellos, para la gente joven que no está de lentejuelas y que, delicadamente, abren una vía en vena para comprobar qué transporta tu sangre. Gracias.
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