Dejar huella
De la necesidad de un pacto por las cosas serias
Aunque huyo de los telediarios y su patulea de noticias desagradables, a veces me perturba la de cosas que, por más que me esfuerce, no ... termino de entender. Verbigracia, las pieles humanas convertidas en soportes de dibujos, mensajes o antojos de colores. Por supuesto que respeto a quienes deciden agujerearse la piel, una moda antes propia de culturas orientales o de tribus amazónicas cuyos tatuajes tenían un significado social, pero sigo sin entender por qué se ha extendido tanto en Occidente.
La respuesta más frecuente que recibo a mi porqué es la de que se graban el cuerpo «para hacerse notar» o que son una especie de rebeldía, o una aspiración a dejar huella, de distinguirse, de libre expresión o, simplemente, porque están de moda. Las modas suelen ser efímeras pero los tatuajes son para toda la vida, dejan huella, sí, pero solo en el pellejo. Dejan huella los inventores, los investigadores con cuyos descubrimientos hacen avanzar a la Humanidad, los filósofos que analizan la convivencia, los artistas y literatos cuyo legado no pierde actualidad, o los líderes con capacidad de trazar en positivo la vida de los demás.
Líderes. Esta es la cuestión.
La reciente aprobación de reformar un artículo de la Constitución, para que en ella no figure el término 'disminuido' al referirse a personas con discapacidad física, sensorial y psíquica se debe a un pacto previo entre PSOE y PP, partidos que ahora están demostrando su discapacidad para pactar cosas serias. La del término 'discapacitado' será la tercera reforma que sufre la Constitución, las dos primeras por exigencias europeas y esta última por la reivindicación, desde hace años, del Comité de Representantes de Personas con Discapacidad. Bienvenida sea. Qué lejos está de aquella primera definición de 'subnormales'. Pero echo de menos más pactos. Pactos por las cosas serias, pactos de Estado.
Sigo esperando y, hablando de alianzas, me congratula no haber llegado aún a un pacto con la soledad, que es como García Márquez definió la vejez, porque de momento –y Virgencica mía, que me quede como estoy– no lo necesito. Exceptuando el reguero de noticias que a ciertas edades llegan a caballo de la tristeza («¿Sabes que Fulano está muy mal?»), mis años de jubilado los estoy viviendo en la gratísima compañía de mi familia y en la agradable relación amistosa, si bien que con el WhatsApp supliendo al cada vez más distanciado trato personal.
Menos es nada.
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