Teresa Ribera, una ministra conflictiva
Le faltan grandes dosis de empatía, que es precisamente la capacidad para compartir los sentimientos, emociones y pensamientos de los demás
Es sabido que si las críticas personales se perciben exageradas, aunque se basen en hechos ciertos y contrastados, y si no se aporta algún dato medianamente positivo, se corre el riesgo de reducir la credibilidad. Precisamente para evitarlo es por lo que, en primer lugar, quiero poner en valor la formación y experiencia de Teresa Ribera, vicepresidenta cuarta y ministra de Transición Ecológica, a través de su currículum que parece sólido y consistente, a diferencia del de alguna compañera en el Gobierno, que cabría holgadamente en un papel de liar cigarrillos. Teresa Ribera es licenciada en Derecho, perteneciente al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado, ha sido profesora asociada en la Universidad Autónoma de Madrid, y ha ocupado distintos cargos en el Ministerio de Fomento y en las áreas de Medio Ambiente.
Sin embargo, pretender deducir que la formación presupone la inteligencia necesaria sería excesivo, más aún si reparamos en que hay algo de abstracto en el término, habida cuenta de que hoy día los psicólogos hablan de hasta doce tipos o variedades de inteligencia, según se refiera a aspectos lógico-matemáticos, emocionales, creativos y hasta espaciales. En el caso de Teresa Ribera es muy posible que reúna varias de esas modalidades de inteligencia, pero con seguridad hay alguna, como la de la inteligencia interpersonal, de la que carece, entendida esta como la habilidad para relacionarse con otros. Le faltan grandes dosis de empatía, que es precisamente la capacidad para compartir los sentimientos, emociones y pensamientos de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar, y le sobra prepotencia, al trasladar esa imagen de sentirse superior a los demás y querer imponer su autoridad frente a ellos.
Hace ya un tiempo tuve la ocasión de dedicarle desde estas mismas páginas un artículo a raíz de su ya famosa frase: «El diésel tiene los días contados». No recuerdo, sinceramente, otro caso en que tan pocas palabras hayan podido generar tantos perjuicios como los que hasta el día de hoy vienen padeciendo los fabricantes de automóviles y los distribuidores, y que hayan generado tal incertidumbre entre los clientes, la misma que les ha llevado a demorar sus decisiones de compra. Con sus inoportunas e irresponsables declaraciones, solapando, por cierto, la posición de Reyes Maroto, ministra de Industria e interlocutora natural con los fabricantes, contribuyó a que el suave tránsito en la tendencia del diésel a la gasolina, que ya se venía produciendo desde hace años, se acelerase artificialmente. Hasta la fecha no hay noticias de algún intento por su parte para matizar sus palabras ni, muchos menos, atisbo de solicitud de excusas.
Lo más preocupante es la sospecha de que el talante personal de la ministra no va a variar
Recientemente en un programa radiofónico, al trasladarle el entrevistador las críticas generalizadas del sector de la restauración sobre las medidas de desescalonamiento previstas por el Gobierno, no pudo ser más tajante: «El Gobierno no obliga a nadie y si alguien se encuentra incómodo, que no abra». Otra persona distinta habría intentado acudir a los socorridos argumentos de que el Gobierno está en permanente contacto con el sector, dispuesto siempre a negociar para consensuar y encontrar mejores soluciones, etc., etc., pero es que Teresa Ribera es así, capaz de generar problemas donde no los hay o de aumentarlos gratuitamente.
Se supone que el buen político, aparte de tener la formación y experiencia adecuadas, debería, sobre todo, contar con la capacidad de escuchar, negociar y finalmente decidir, pero, eso sí, midiendo siempre el alcance de sus declaraciones. Optar por el camino inverso generalmente conduce a situaciones indeseables.
Actuaciones como las descritas no son solo responsabilidad de quien las origina, sino también de quien las permite y, no sabemos si incluso, respalda y alienta. Confiar en que el presidente del Gobierno, Pedro Sanchez, vaya a retirarle su confianza es harto improbable, sobre todo si reparamos en que lo que decidió fue promocionarla respecto a la anterior legislatura al nombrarla vicepresidenta cuarta y confiarle recientemente el liderazgo del plan de tránsito a la normalidad. Por si quedaba alguna duda podemos remitirnos a la contestación del presidente en la rueda de prensa del sábado 2 de mayo, cuando un periodista se interesó por conocer su opinión respecto al malestar generado en el sector de la restauración por las declaraciones de Teresa Ribera. En realidad es difícil superarla, ya que textualmente respondió: «Me extraña, porque quien conoce la forma de hacer política de Teresa Ribera sabe que es pausada, moderada y contenida», con lo que más de uno se quedó estupefacto.
Siendo importantes los dos desencuentros apuntados con sectores que tienen un gran peso en el PIB nacional y ocupan un importante número de trabajadores, no quiero olvidar los habidos con el anterior p de Redes Eléctricas, Jordi Sevilla, y que provocaron su dimisión, ni tampoco los habidos con nuestro Gobierno regional en temas de su estricta competencia. Lo más preocupante es la sospecha de que el talante personal de la ministra no va a variar y va a seguir contaminando el tratamiento de fondo de cuestiones que deberían abordarse desde posiciones meramente técnicas e incluso ideológicas.