Televida

ALGO QUE DECIR ·

¿Podremos poner en práctica alguna vez el teleamor, la telefelicidad, el teledisgusto o la teletristeza?

Lo que me mosquea de todo esto no son solo las muertes por la pandemia, a la que le tengo pánico como todo quisque, ni el estado de sitio en el que lentamente nos vamos metiendo todos, con los hospitales atestados y el ejército en la calle, ni el miedo a un enemigo tan invisible como poderoso, ni la soledad en la que nos va confinando un peligroso agente del mal, lo que de verdad me escama es que nos vayamos acostumbrando, como nos acostumbramos a todo, a esa tremenda y penosa tontería del teletrabajo, que no es otra cosa que una mera excusa para mantener a malas penas el statu quo laboral y no admitir que la peste está arrasando el mundo, que hasta hace apenas unas semanas teníamos controlado. El teletrabajo constituye una artimaña maligna para traerse a casa el estrés, las inquietudes del día, los sinsabores de ese fracaso de siglos al que nos condenó un dios cruel y vengativo.

Publicidad

Hasta ayer mismo, uno soltaba los sapos y las culebras en otro espacio, volvía a casa, se duchaba, se cenaba compungido el hervido de turno y se acostaba absuelto, porque el mal se quedaba fuera, al otro lado de la puerta de casa, pero estamos demostrando que casi todo ya lo podemos hacer desde nuestro propio domicilio, asomados a una pantalla más o menos amplia, desde impartir clases de lengua a dar un concierto de música en directo o hacer un programa de televisión, con varios invitados y diversas conexiones.

El teletrabajo es un invento diabólico sin duda que no va a permitirnos en un futuro próximo ni un minuto de descanso, ni una pizca de esperanza en el progreso del ocio, así lo creo yo que tan contrario he sido siempre a doblar el lomo y, sobre todo, a hacerlo por obligación y diariamente.

Queda, no obstante, un buen puñado de incógnitas al respecto. ¿Podremos poner en práctica alguna vez el teleamor, la telefelicidad, el teledisgusto o la teletristeza? ¿Se me concederá tomarme con el tiempo un telechato de vino o una teletapa de carne mechada o una telemarinera? ¿Dónde me encontraré con la mujer de mis sueños, con esos ojos que vienen buscándome hace años y todavía no me han encontrado si se me prohíbe bajar a la calle y ocupar mi territorio?

No parece que vaya a ser fácil imprimir el gusto y la gracia en las clases de literatura a distancia, o calmar el desasosiego de un paciente con la templanza de un consejo médico por ordenador, o enamorar a la mujer de nuestra vida con un puñado de palabras sin música y sin alma escritas en una pantalla de ordenador.

Publicidad

Pasar de la vida en directo, de los abrazos contundentes, de los besos húmedos y del sexo cálido, libre y apasionado a la telesensualidad, al teleamor o al telesexo no va a ser tarea fácil. Habrá que vaciar de antemano nuestros depósitos inútiles de espíritu, nuestros colmados de errores y de genio y nuestros graneros de duende y de inspiración y llenarlos de nuevo con aplicaciones informáticas y programas de ordenador que cubran todas y cada una de nuestras necesidades y sus múltiples combinaciones, sustituir la humanidad por miles de algoritmos y confiar en que los placeres no perderán demasiada intensidad y que las lágrimas seguirán siendo saladas y sonoros y emocionantes lo aplausos de cada noche.

La futura telehumanidad ocupará un planeta con una televida necesariamente previsible, pues nada ha de quedar al azar si pretendemos controlarlo todo, incluidas las futuras enfermedades, el trabajo cotidiano, la amistad o el arte.

Publicidad

Es posible (ojalá) que en ese camino hacia el futuro encontremos la eternidad definitiva y nos quedemos en ella para siempre.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad