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Mis tardes con la 'striper'

Los extremos se abrazaban para aplastar una acción artística que no podía ser más sencilla y franca

Sábado, 14 de diciembre 2019, 00:51

Fue en febrero de 2015. Nos presentábamos en ARCO con una performance de Yann Leto que se llamó 'Congress Topless' en la cual una 'striper' bailaba en un falso club de 'striptease'. Era una crítica irónica que venía a decir que el Congreso de los Diputados era un putiferio. Después de lo que hemos ido viendo en los últimos años, tras tres votaciones seguidas y en espera de unas más que posibles cuartas elecciones, hoy parece como muy obvio pero entonces aún quedaba algo de dignidad en la cámara baja así que la crítica tenía sentido, había una razón para aquel performance exquisitamente producido por Yann. El lugar era ARCO, donde más difusión podía lograrse.

En un océano de arte contemporáneo, de ruido visual y conceptual, aquella acción debía tener una repercusión reducida, o eso pensábamos nosotros, pero el día de la inauguración, cuando se abrieron las cortinas, un centenar de cámaras dispararon los flashes sobre la 'striper', que se llama Carol Klane. Quedó deslumbrada por los flashes frente a un mar de gente que se empujaba por entrar. Tras el desconcierto inicial y sin ver apenas nada, empezó su baile de forma extremadamente profesional.

Lo que sucedió los días que siguieron es historia del arte pero también sociología. Una chica baila semidesnuda en 2014 en un país occidental y supuestamente moderno y los periódicos la llevan a portada. Las colas para presenciar la acción pasaban los 100 metros y en redes nos llovía de todo. Se nos dijo machistas, terroristas, irrespetuosos, oportunistas... La presión a pie de 'stand' era enorme. Por una parte, el feminismo condenaba la acción por contratar a una 'striper'; por otra, los sectores ultraconservadores nos machacaban porque la chica bailaba semidesnuda. Los extremos se abrazaban para aplastar una acción artística que no podía ser más sencilla y franca. Queriendo destruir el hecho machacaban por el camino a las personas. En medio de esa lluvia de mierda no había forma de contener a una masa de gente que quería ver bailar a Carolina. No entendíamos lo que estaba pasando y aún hoy, cuando veo el dosier de prensa de aquellos días sigo sin entenderlo. El último día de la feria una televisión, la enésima, me entrevistaba con un acento latinoamericano que no llegaba a definir y le pregunté al periodista que de dónde venían. De República Dominicana. Aquello había dado varias veces la vuelta al mundo.

Todo aquello nos desbordó a todos, pero especialmente a Carol. Aquellos días, en los descansos de su función, todos los del equipo nos refugiábamos en la salita de 'striptease' y cerrábamos las cortinas mientras fuera la tormenta arreciaba por minutos. Emocionalmente aquello era devastador y físicamente nos ponía al límite. Hablé mucho con la involuntaria protagonista y entendí algo nuevo, y es que le encantaba su trabajo. Siempre había visto su forma de ganarse la vida como algo negativo. Mujeres exhibiéndose a hombres por dinero, básicamente. Nunca había asistido más que en esas despedidas de soltero en las que el buen gusto está de vacaciones. Nunca había hablado con una de ellas, no me había interesado. Carol Klein se prepara a diario para su trabajo. Lo cuenta en redes, se siente orgullosa de las funciones que salen bien, trabaja su cuerpo con la máxima disciplina. Trabaja en discotecas sobre todo y es muy cotizada en lo que hace. Existe como una suerte de 'ranking' en el que las que mejor bailan y están en mejor forma son las más demandadas. Con el paso de los días aquel infierno generó lazos y empatía entre todos los que resistíamos el chaparrón y empecé a ver a la mujer detrás del objeto y me hizo dudar de algo que siempre tuve muy claro. Ella elegía libremente lo que hacía. Estaba allí trabajando para Yann, que le pagaba un sueldo durante los días que trabajó en su performance. Le interesaba la visibilidad que aquello podía aportar a su carrera si bien no pudo prever que se convertiría en apertura de telediarios. Tengo un recuerdo de todos en aquella salita llena de espejos. En aquellos descansos se cubría con una chaqueta y hablábamos de la vida, de su hija y de cosas cotidianas. Mientras un millón de miradas la censuraban desde la aparente modernidad, el feminismo de manual y el ultraconservadurismo. No podían entender que ella hubiese elegido ese trabajo, como yo no lo había entendido hasta entonces. Entonces sonaba la campana, se quitaba la chaqueta, se agarraba a la barra y cada día, más acostumbrada a las colas y los periodistas, hacía su función profesionalmente. Luego la sustituyó Alejandra Chen, otra enorme profesional que llegó ya asumiendo el éxito mediático.

Aquellos días respondí a muchos ataques de todo tipo. Intenté no dejar nada sin contestar, especialmente a las feministas y a los ultraconservadores que consideraban que una mujer no debe elegir esa forma de ganarse la vida. Hasta entonces yo pensaba igual, desde que conocí a Carol pongo en duda más cosas que antes, empezando por los pensamientos únicos. Tuvo aquello consecuencias largas que nos pusieron a todos al límite pero siempre quise escribir esto y contar las tardes con la 'striper', que hay formas de ganarse la vida que no entendemos, como mucha gente no entenderá la forma en que me la gano yo.

Este artículo se entenderá mal, no me cabe duda, pero a estas alturas del verano me da igual.

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