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Silencio

ALGO QUE DECIR ·

Reconozcamos que hemos disfrutado del descanso y de la armonía que nos otorgaban aquellas horas de miedo y prevención

Miércoles, 15 de julio 2020, 00:57

Nos quedamos mudos y sordos de repente, paralizados y escondidos como en una de esas películas apocalípticas que nos venían de América de vez en cuando y nos metían el miedo en el cuerpo, pero aquello era pura ficción y cuando acababan, volvíamos a la realidad aliviados y a salvo. En estos últimos meses nos despertábamos con la tozuda certidumbre de que estábamos sobreviviendo casi en la clandestinidad, embozados, con guantes y con un poco de canguelo.

Pero a cambio descubrimos el silencio en mitad de la barahúnda urbana y, sobre todo, en el interior de nuestros corazones; para colmo a algunos nos pilló solos y caímos en la cuenta de que tal vez fuera el momento oportuno para hacer un ejercicio de conocimiento acerca de nuestro interior, de lo que somos cuando no hay casi nadie y apenas se oye nada, cuando resulta inútil aducir excusas o dar explicaciones vanas, porque en el exterior apenas sucede un atisbo, la actividad laboral casi se ha detenido y, sobre todo, se han cerrado los bares y los espectáculos y resulta complicado deambular por las calles o viajar en coche.

Entonces escuchamos el silencio y nos quedamos extrañados, como en estado de éxtasis, tal vez porque se nos había escamoteado hasta ahora y emprendíamos todas las tareas con un espeso tapón de ruido informe, que casi no nos permitía percibir con claridad la vida y, aún menos, percibirnos a nosotros mismos. Tiene por supuesto sus ventajas, porque no siempre es halagüeña la visión y tal vez en ocasiones sea preferible omitir el disgusto que nos produce vernos como verdaderamente somos, a nosotros mismos y a los demás, a los que comparten las horas con nosotros como una costumbre incuestionable, y quizás por eso este es un tiempo peligroso; por un lado, nos cercioramos de lo que no nos agrada en absoluto y no queda más remedio que protestar, pero por otra parte, se nos da la posibilidad de buscarnos fuera y dentro de nosotros, de mirar mejor el mundo y a los que nos acompañan y ver, al cabo, que hay una infinidad de cosas que merecen la pena.

El silencio nos ayuda a crear, a buscar la explicación de ciertos enigmas y la salida a muchos laberintos

El silencio nos ayuda a crear, a buscar la explicación de ciertos enigmas y la salida a muchos laberintos, así, de la manera más sencilla, aplicando todos nuestros sentidos y escuchando el bálsamo de esa nueva paz, la sinfonía deleitosa de la música callada, que no es patrimonio solo del toreo, como escribió con tanto acierto Bergamín, sino que en estas fechas, por un extraño accidente del destino, se nos ha concedido en la forma de una epidemia peligrosa, aunque yo he insistido en el optimismo y cuando salía a mi terraza grababa la melodía deleitosa de los pájaros que tan bien se escuchaba entonces, con la ausencia de coches, motos y demás algaradas horrísonas, como si capturara un tesoro que habíamos perdido quizás porque la vida se nutre del tráfago constante, del fragor de los seres humanos y del estruendo de las máquinas, mientras que la enfermedad y la muerte requieren del recogimiento y del misterio.

Estamos volviendo, por fortuna, en estos días al escándalo entrañable y cotidiano de siempre, pero reconozcamos que hemos disfrutado del descanso y de la armonía que nos otorgaban aquellas horas de miedo y prevención, aquella guerra en sordina, que ha invadido el mundo entero con ese ritmo manriqueño, funeral e inquietante, ese tan callando perturbador como viene la muerte y extiende sus dominios con un gesto lúgubre y luctuoso de autoridad.

Ahora que parece haber pasado todo, aprovechemos el sapientísimo 'carpe diem' y escuchemos con alegría la vuelta del ajetreo, el regreso del bullicio, pues hace apenas unos meses nuestro más acendrado deseo era tornar al estrépito y al vacío.

Parece mentira que ya no oigamos el canto de los pájaros.

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