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El ridículo cada día

Algo que decir ·

Me revienta la monserga repetida y banal de que este nuevo estilo de educación, trabajo o relación social ha venido para quedarse

Miércoles, 12 de agosto 2020, 02:16

Reconozco que me han dolido algunas palabras recogidas en diversos medios en referencia a la supuesta ineptitud tecnológica de los profesores en esta nueva era del teletrabajo. La verdad es que dice muy poco de nuestra cultura y apenas nada de nuestra sabiduría, porque si ponemos en relación a un profesor con una máquina, si establecemos un algoritmo que cree un contacto seguro entre la aptitud comunicativa de un maestro y la frialdad de los circuitos de una computadora es que algo no está funcionando bien en nuestra sociedad, y lo peor es que no nos estamos dando cuenta.

Admito que lo he pasado mal en estos últimos tres meses para sacar adelante a mis alumnos, para que no se sintieran abandonados en su formación diaria, que he trabajado más de la cuenta porque he necesitado tomar atajos para llegar al mismo sitio que otros muchos, y el esfuerzo y los disgustos han sido abundantes e ímprobos, a lo que debía añadir una escasa provisión de instrumentos informáticos.

También he visto con estupor monumentales y bochornosas faltas de ortografía en ese cotidiano trasiego cibernético, fenomenales disparates de expresión y simplezas por doquier en aquellos que sí eran competentes en esos flamantes procedimientos telemáticos. Da la casualidad de que esta nueva era que habitamos no solo nos exige usar las nuevas herramientas tecnológicas y ser diestros en sus muchos misterios, sino también llevar extremo cuidado con las palabras que movemos de un sitio a otro todos los días, porque en su forma va también nuestra imagen, y no solo en su fondo, y porque son demasiado visibles.

Merma nuestro encanto y proclamamos nuestra ignorancia en la falta de una h, en el trueque de una b, de una g o en la ausencia de una x, pero aún es peor, mucho peor cuando repetimos hasta la saciedad modismos de la televisión, estupideces sin cuento, 'enbasesa', 'anivelesde' o 'adíasdehoy' y tantas lindezas acompañados de gerundios de posterioridad, infinitivos sin verbos auxiliares y otros muchos etcéteras, sobre todo cuando todo esto lo cometen políticos destacados, altos burócratas de la administración pública, profesores muy puestos en las últimas revelaciones del ciberespacio, adeptos insignes de los cables y de las ondas.

Durante estos cien días, escondido en mi trinchera, les he ido repartiendo a mis alumnos ánimos, esperanzas, ejercicios y textos para el comentario de la Ebau semanalmente, he recibido quejas porque no me conectaba bien en la 'classroom', me han toreado en infinidad de ocasiones amparados en la distancia y en la invulnerabilidad, y cuando me ofrecí voluntario para asistir a una clase presencial con el objeto de tranquilizarlos y resolverles alguna duda, apenas vinieron unos pocos.

Me revienta la monserga repetida y banal de que este nuevo estilo de educación, de trabajo o de relación social ha venido para quedarse. Sepa quien afirma tal majadería que en la historia de las modas y de las ideas del ser humano apenas si se ha quedado algo para siempre, que, por fortuna, pasará todo y que dentro de cien años todos calvos, pero me gustaría insistir en la evidencia de que andamos demasiado preocupados por la conectividad y muy poco por las ideas verdaderas, por un talante humanista imprescindible y por una inexcusable reflexión al respecto, que debemos enmendar este yerro con urgencia o, de lo contrario, corremos un serio peligro de caer en una abrumadora estulticia, en un espantoso vacío de contenidos y en una vergonzante e incorrecta manera de formular nuestro propio vacío mental, porque cualquier sorprendente y novedosa tecnología de la información y de la comunicación nos vale también para hacer el ridículo cada día.

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