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A propósito de todo

No dudo de que la intención de Woody Allen haya sido hacer el simple relato de su vida, pero el resultado es infinitamente superior

Miércoles, 17 de junio 2020, 01:08

Cuando tuve en mis manos las memorias de Woody Allen, 'A propósito de nada', lo primero que atrajo mi atención fue su apariencia, que coincide exactamente con el formato inicial y final de sus películas: en la portada, sobre un fondo negro, las letras simples y blancas como títulos de crédito cinematográficos informan de manera austera acerca del nombre del autor, del título de la obra y de su condición de autobiografía; en la contraportada, una fotografía reciente muestra al propio Allen, medio recostado en un sillón en actitud indolente, dirigiendo a la cámara su mirada sabia y escéptica. Pensé sin dudarlo: «Este es un libro que voy a leer más de una vez».

Al concluir la lectura de sus más de 400 páginas, no pude evitar el recuerdo de otras memorias, las de Gabriel García Márquez, cuyo frontispicio afirma: «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla». Pues bien: ambos, el novelista y el cineasta, han escrito una narración literaria que solo por los nombres reales que aparecen en ella puede llamarse autobiografía. Por fortuna, prevalece el artista creador sobre el mero recopilador objetivo que en un principio esperamos.

No dudo de que la intención de Woody Allen haya sido hacer el simple relato de su vida, pero el resultado es infinitamente superior y perdurable en el tiempo que ese primigenio propósito.

El narrador se retrata a sí mismo como un solitario que rehúye a la mayoría de personas porque no le caen bien o no le inspiran confianza, como un ser inquieto, temeroso, aislado y pesimista que jamás se siente cómodo en el mundo, al que jamás entenderá, aprobará ni perdonará, que considera la realidad como su archienemiga y a la que desprecia anhelando una magia que la sustituya, al que no le gusta conocer gente ni desenvolverse en sociedad, que sufre ansiedad si no se encuentra cerca del hospital de Nueva York, que está siempre en busca de la mujer perfecta a la que le guste el cine sueco pero que no sabe encarar una aventura amorosa porque supone demasiado esfuerzo, que se siente crónicamente insatisfecho, que cita a Sófocles para afirmar que no haber nacido puede ser la mayor de las bendiciones, que cree que la vida es un sinsentido demasiado irónico como para entenderlo, que se deprime cuando hay sol pero se siente bien con la lluvia y que trabaja todo el día no por adicción, sino porque eso le evita tener que enfrentarse al mundo. No es difícil reconocer en esta descripción un indudable temperamento creativo y un inevitable destino artístico.

Woody Allen se sabe escritor desde siempre. Es más, afirma que ya antes de leer escribía, es decir, inventaba ficciones. Se siente un dramaturgo frustrado de la década de los 30, cree que encaja con la época de Arthur Miller y Tennessee Williams, cuya obra 'Un tranvía llamado Deseo' representa para él la perfección artística total, la combinación más lograda de guion, interpretación y dirección que ha visto en su vida. A sus 84 años, se considera fundamentalmente escritor, lo cual es una bendición porque nunca depende de que lo contraten para trabajar, sino que genera su propio trabajo y elige su horario.

Sin embargo, por lo que es mundialmente reconocido es por su labor como director de algunas de las mejores películas de la segunda mitad del siglo XX. Para él, el interés de filmar reside únicamente en el acto recreativo, sin que tengan la más mínima importancia ni los elogios ni los vituperios que la obra pueda suscitar: su indiferencia es tal que jamás ve sus películas una vez finalizado el montaje. Algo parecido, y coherente, le sucede con los galardones: no le gusta la idea de que se premien obras de arte, no está interesado en el pronunciamiento de ningún grupo respecto a cuál es la mejor película del año, o el mejor libro, o el intérprete más valioso. Por lo tanto, ha rehusado pertenecer a la Academia de Cine y es conocida su irónica explicación de que nunca asiste a la entrega de los Oscar porque se lo impide un compromiso anterior con un club de Nueva York en el que toca el clarinete a ritmo de jazz.

Por si lo anterior fuera poco, siente que su éxito se ha debido a que ha sido bendecido por golpes de suerte que siempre se producían en el momento más adecuado.

Sr. Allen: me gustaría poder trasladarle mágicamente mi infinito agradecimiento por lo mucho y valioso que ha aportado a mi vida durante tantos años. Y permítame una sugerencia: en la segunda edición de su libro, ponga como título 'A propósito de todo', porque todo está en él y en él nada sobra.

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