Prohibida la mujer
ALGO QUE DECIR ·
Imagino un mundo masculino en su totalidad y se me representa el infiernoHe leído en la prensa las prohibiciones que los talibanes han dictado contra la mujer tras su invasión de Afganistán y he llegado a la ... clara conclusión de que a los talibanes no les gustan las mujeres, no Alá y Mahoma, su profeta, sino a estos enviados del Hades, que no solo ocupan de nuevo y de un modo ilegítimo una tierra libre, sino que además pisan con desprecio los más elementales derechos de sus habitantes, sobre todo de ellas, que al parecer constituyen su objetivo primordial.
Una persona, un credo o una ideología que desprecia a las mujeres me desprecia a mí también, nos desprecia en general a todos los hombres que amamos a las mujeres por diversos motivos, no solo porque nos dieron la vida, sino porque nunca dejaron de alegrárnosla sin pedir mucho a cambio, porque nos han acompañado durante muchos años, nos han enseñado lo más elemental, nos han curado, nos han amado y han sido siempre nuestras complementarias y nuestras iguales.
Prohibir ciertos aspectos de la vida relacionados con ellas es prohibir el espíritu femenino, y me van a perdonar, pero un planeta en el que faltara este maravilloso aroma, esta sutil inteligencia, esta delicadeza de los sentidos y esta profundidad de las emociones, que solo ellas mantienen vivos y con plena vigencia, sería un planeta inhabitable en el que yo no podría estar ni un solo minuto. Imagino un mundo masculino en su totalidad y se me representa el infierno; imagino las escuelas, el trabajo, la universidad, los mercados, las playas, las calles y las plazas sin mujeres, o con mujeres acompañadas a la fuerza por algún hombre de su familia, desfeminizadas, amedrentadas, ocultas bajo un saco negro que simboliza la muerte, y esta imagen me provoca un horror indescriptible y un asco infinito por la humanidad.
Mi protesta no es de índole feminista, no, mi repudio va mucho más allá, porque cuando todo un país amenaza a las mujeres, se arroga el derecho de manipularlas, de imponerles una moral represora, de castigarlas y de matarlas cuando ejerzan su libertad y su dignidad de seres humanos, es que algo va muy mal en nuestra civilización, algo se ha roto del todo en nuestra escala de valores y, por supuesto, la entelequia de los derechos humanos se ha esfumado. Cuando leo estas barbaridades no puedo evitar acordarme de los edictos nazi contra los judíos y contra cualquier otra etnia que no fuera aquel invento de la raza aria.
Lamentablemente siempre habrá un loco o un puñado de locos que intenten fastidiarnos a todos de una manera o de otra, con una fe radical, un credo inhumano o cualquier otra patochada, que uno nunca sabe bien de qué averno turbio han sacado. El error es considerar que el resto de los hombres y las mujeres no tenemos responsabilidad en este desaguisado, en su origen o en sus consecuencias, que no fuimos culpables cuando los vimos venir y no hicimos nada o no demasiado, y que ahora, en pleno horror, con las estampidas diarias de afganos y de afganas intentando subirse a un avión de cualquier modo, encaramarse en su estructura para caer un poco más tarde como estrellas rotas del cielo en una estampa de angustia y de terror con la que comemos cada día, nos estallan en las narices como una infamia de una sociedad brutal a la que, por desgracia, pertenecemos.
Decía Borges algo así como que lo que le sucede a un hombre les sucede a todos los hombres y, como en tantas ocasiones, el preclaro escritor argentino llevaba razón. Este no es un artículo feminista, porque rebajaríamos toda su indignación, este es el artículo de un hombre que está enojado y furioso contra el resto de la humanidad.
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