La moción de censura presentada por Vox ha sido una pseudomoción o, como se diría ahora, una moción 'fake', en la medida que no cumplía ... con la finalidad constitucional para la que está previsto este mecanismo parlamentario de exigencia de responsabilidad política. De acuerdo con nuestra Constitución, la moción de censura debe ser «constructiva», es decir, además de buscar la crítica o censura a quien ostenta la presidencia del Gobierno, tiene que incluir un candidato y un proyecto político alternativo. En este caso, había candidato, pero, por razón de su edad, éste no era apto para asumir la presidencia del Gobierno, y no había un proyecto político alternativo. Es verdad que, de las cinco censuras que se habían planteado en nuestra democracia, quizá la única auténticamente constructiva fue la de 1980 de Felipe González contra Suárez, que sí ofreció un claro proyecto que se consumó tras las siguientes elecciones, ya que la moción no prosperó aunque contó con un apoyo sólido. Las otras tres se encontraron muy lejos de dar una alternativa política consistente. Y la única que fue aprobada fue en realidad una moción estrictamente negativa, para echar a Rajoy, sin que Sánchez tuviera un programa propio, como prueba que pocos meses después tuviera que adelantar las elecciones ante la imposibilidad de aprobar sus presupuestos.
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Nos podemos preguntar entonces: esta moción de censura ¿ha merecido la pena? ¿Tenía sentido ahora? En mi opinión, no, por varias razones que trataré de explicar.
En primer lugar, si el objeto de la moción era el que los promotores sostenían –convocar elecciones anticipadas–, la moción era extemporánea, en la medida que la legislatura está ya agotada. De hecho, Vox ya promovió una censura anterior que tampoco prosperó. Para colmo, reincidir ahora con una nueva moción a las puertas de que nuestro país asuma la presidencia de la Unión Europea es irresponsable.
En segundo lugar, parece evidente que la finalidad 'real' de esta moción era en exclusiva suscitar un debate parlamentario que situara a Vox en el centro del ruedo político y ver si el PP se retrataba junto a ellos. Hizo bien el PP al mantener un discurso moderado, aunque probablemente debería haber optado por un rotundo voto en contra de esta farsa parlamentaria. Sobre todo, porque la misma ni siquiera creo que haya desgastado al Gobierno, al contrario.
De hecho, la moción de censura ha terminado siendo una suerte de debate preelectoral sobre el estado de la nación, en el que, como viene siendo habitual, se invirtieron los papeles para convertir las sesiones parlamentarias en una ocasión de control a la oposición (y no al Gobierno). El discurso del señor Tamames no fue especialmente brillante. Tuvo algún buen pasaje profesoral, pero, en otros, no logró salir de las ocurrencias y de la crítica simplona. El resto de intervenciones transcurrieron entre la propaganda presidencial, el alarmismo de Vox y un consenso generalizado sobre la impertinencia de la moción, sin salir del cacareo del 'y tú más' al que acostumbran nuestros políticos. Por lo que terminamos sin un debate de altura sobre la situación actual y el futuro político de nuestro país
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Pero, en tercer lugar, lo que más me inquieta de esta moción es el uso instrumental del simbolismo de nuestra Transición. La imagen que ha quedado ha sido poco edificante: un nonagenario, representante de aquel pasado luminoso, esforzándose en ofrecer su última lección ante un Congreso agotado, prestándose al juego de un partido iliberal, cuyo tono del discurso y cuya letra del programa resultan difícilmente conciliables con el espíritu del 78. Ignoro las razones que han llevado al señor Tamames a aceptar esta candidatura, aunque una cosa debemos tenerla clara: el antisanchismo no lo justifica todo.
En conclusión, más que una moción de censura para inaugurar un nuevo proyecto político, nos hemos encontrado con una 'moción de clausura', como ha señalado Josu de Miguel. El cierre a una legislatura nefasta, digna de olvido. Lo advertía el director de este periódico: «Lo mejor de esta legislatura es que se acaba».
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Esta moción ha sido así una metáfora de la decadencia de nuestra malograda democracia del 78. Esperemos que esta frívola moción no sea su epitafio. Por mi parte, me sigo rebelando: de verdad, ¿no podemos aspirar a algo más?, ¿no somos capaces de tener una política más edificante? Quiero pensar que, no sé cómo, pero esa catarsis llegará, por el bien de nuestros hijos y de quienes todavía tenemos años de cotización por delante.
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