Mentir en el currículum
Solo puedo sentir rabia por la decrepitud de nuestra vida política, por la normalidad con la que asumimos la mentira para escalar en la vida pública
No le voy a aplaudir a Noelia Núñez el gesto de dimitir. Han sido al menos diez años de mentiras, y eso, en un cargo ... público, resulta intolerable. Noelia Núñez no ha dimitido por honradez. Ni tan siquiera por vergüenza. Lo ha hecho porque la han obligado sus mayores, porque los tiempos electorales exigen aparentar una pulcritud que está ausente desde décadas en nuestra política. Sin embargo, el gesto de Noelia Núñez adquiere relevancia por inusual. En España, una mujer ha llegado a dirigir una cátedra en la Universidad pública más prestigiosa del país sin tan siquiera tener un título universitario. Su mérito es afectivo. Duerme en la misma cama que el presidente del Gobierno. Esa es la altura del precipicio moral en el que hemos caído. Por eso sorprende que una diputada haga las maletas y vuelva a las clases, pudiendo agachar la cabeza, inventar una conspiración o simplemente sonreír con el rostro de cemento porque sabe que en el país de los ciegos, el tuerto es el rey.
El caso resulta paradigmático porque esclarece para qué sirven las organizaciones juveniles de los partidos. No todos hacen lo mismo, por supuesto, pero últimamente los que llegan lejos suelen ser personas que entregan su vida al aparato, que abandonan las bibliotecas para pegar carteles, para repartir propaganda en las puertas de los comercios y para prometer una nueva vida a cambio del voto. Los chicos de veinte años deberían saber que la mejor forma de comprometerse con su país es estudiando, formándose, yéndose al extranjero si pueden, viajando, forjándose una experiencia basada en los aciertos y errores, leyendo el mundo a su alrededor a través de las páginas y las conversaciones con iguales. Pero nunca en una sede, tras una pancarta que atiende no a unos ideales, sino a una doctrina.
Son políticos profesionales, gente que no tiene red más allá de la política, que se agarra al escaño con uñas y dientes no solamente por el sueldo impúdico, sino porque no tienen a dónde ir, sobre todo si no se han fraguado las suficientes relaciones. El futuro es gélido sin la nómina, por eso se aguanta el chaparrón, por eso se miente si es necesario, porque la vida que les espera siempre merece la pena, con 80.000 euros al año, con el dudoso prestigio que da ser tratado como 'señoría', viajes en AVE, reverencias en restaurantes, inauguraciones donde un pléyade de catetos se quitan el sombrero al paso. Para todo eso hay que valer. Para todo eso se necesita cuajo. Y tirar tu juventud a la basura.
Por eso me resulta original el desenlace que nos ha ofrecido la diputada Núñez. Falsear el currículum se ha convertido en un deporte nacional. Dimitir, no. Ahí tenemos a Patxi López, ingeniero durante años en los papeles, teórico de puentes entre la Moncloa y el privilegio de unos pocos (siempre nacionalistas, oiga), mentiroso por costumbre y a punto de tomarse unas deliciosas vacaciones, porque ser portavoz del PSOE bien merece un descanso. Asumimos que los políticos socialistas pueden mentir (y me refiero hoy exclusivamente al currículum) porque el pecado original del partido ya lo pagó Carmen Montón, ministra que duró apenas una semana cuando se nos vendía desde Moncloa que habían llegado a España un nuevo tiempo de limpieza y honradez.
Hay otro tema que subyace y que es más grave que la propia mentira, a la que estamos acostumbrados tras siete años de sanchismo. Hablo de la escasa preparación de nuestros políticos, de que hayamos normalizado que los elegidos entre casi cincuenta millones sean hombres y mujeres con tal nula preparación que la alternativa a un currículum vacío sea la mentira. Pienso en todos los puestos en los que se exige un máster, en todos esos abogados, profesores, farmacéuticos y psicólogos alargando su vida universitaria un par de años más, pagando unas clases absurdas y borreguiles a precio de oro, acumulando en sus bolsillos no monedas, sino títulos de idiomas porque todo el mundo sabe que no se puede explicar a Berceo sin saber inglés. Los imagino frente al periódico, leyendo el enésimo caso de un político que ha falseado su trayectoria académica, un sueldo que nace directamente de nuestros impuestos. Los observo desde esta columna y solamente puedo sentir rabia por la decrepitud de nuestra vida política, por la normalidad con la que asumimos la mentira como herramienta vital para escalar en la vida pública.
¿Pero qué podemos esperar de España si el pecado original del presidente que rige nuestros destino desde hace siete años fue una tesis doctoral plagiada, ni siquiera escrita por él mismo? Otra estatua de sal que dejamos en el camino, que aceptamos por inercia. Noelia Núñez se ha creído que puede ser Sánchez. Y lo lamento profundamente. Sánchez solamente hay uno.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión