El último aizkolari socialista
No deja de ser paradigmático que el Gobierno que basó su nacimiento en la lucha contra la corrupción se encuentre ahora inmerso en una ciénaga de mordidas
España es un país maravilloso. Una tierra donde las oportunidades caen de los árboles, o al menos se esconden tras los troncos ennoblecidos de los ... bosques. Basta con un hacha y mucha voluntad. Tesón para vencer al cansancio, a los callos de las manos, a los sinsabores de los días. O si no que se lo digan a Koldo, aizkolari vertiginoso, militante de base del PSOE, amigo de todos los jefes y ejemplo a seguir hasta hace una semana. El bueno de Koldo, cuando se conocía solamente por su perfil de Torrente, recibía los halagos de la columna vertebral del partido. Era un héroe de la madera. Un Robin Hood de las selvas navarras, que robaba la savia de la tierra para dársela a los políticos socialistas.
Como buen héroe de nuestra democracia, Koldo recibió su dosis laudatoria. Le escribieron un panegírico. Qué digo. Un poema épico. Una 'chanson' de Roland con su olifante, pero sin muerte final. Fue el presidente de nuestra nación el encargado de poner, negro sobre blanco, el sentir militante de un hombre capaz de todo. Un ejemplo a seguir. Lo llamó Pedro Sánchez «el último aizkolari socialista», como si fuese un diamante perdido y hallado en el templo, el último vestigio de la divinidad socialista, recuperado en pos del progreso. De él dijo la pluma del presidente que era «un titán contra los desahucios». La mitología siguió su curso y lo tildó de «gigante de la militancia navarra», «guerrillero de grandes dimensiones físicas», y pasó al terreno político, que es el que nos gusta a todos, calificándolo de «referente en la lucha contra los efectos de la crisis y las políticas de derechas».
Donde Sánchez pone el verbo, Koldo pone el hacha. No se puede negar la meteórica carrera del sujeto, amante de la madera y las comisiones, algo más despreciativo con las normas y la ley. Hoy sabemos que en el peor momento de la pandemia, el aizkolari elevado a los altares del socialismo se lucraba con la muerte de los demás, estafaba a las administraciones públicas y usaba sus buenas relaciones en los Ministerios (quién sabe si en Moncloa) para ganar contratos irregulares. En plena pandemia, en los peores momentos, cuando usted no podía enterrar a un familiar y consumía su tristeza entre cuatro paredes, Koldo, bajo el amparo del Gobierno, estructuraba una red clientelar para ganar millones de euros.
No deja de ser paradigmático que el Gobierno que basó su nacimiento en la lucha contra la corrupción se encuentre ahora inmerso en una ciénaga de mordidas, comisiones, irregularidades y desfalcos que afecta no solamente al Ministerio de Transportes, sino que apesta también la sombra alargada de Armengol, presidenta del Congreso, tercera autoridad del Estado, a Illa, ministro-héroe de una gestión pandémica olvidada, a Santos Cerdá, el emisario calabrese que negocia con Puigdemont la amnistía y una serie de socialistas que ayer prometían manos limpias frente al escáner del Parlamento y hoy se encierran en un silencio ensordecedor.
Hemos pasado de la pulcritud fundacional del sanchismo a intentar ocultar la corrupción mentando desde la tribuna el nombre de Ayuso, para espantar los demonios que se ciernen sobre la rosa. Como si la fiscalía española y europea no hubiesen demostrado que no existía delito alguno en la Comunidad de Madrid, como si importase algo la verdad a estas alturas de legislatura. Como si lo nuclear en el lenguaje sanchista no fuese seguir en Moncloa un poquito más, sin importar los compañeros caídos, la madera cortada en el camino.
Koldo demuestra lo maravilloso que puede ser este país. Un hombre con una carrera vertiginosa de éxito al amparo socialista, que pasó de ser un segurata de un puticlub a tener un pase vip en el Ministerio de Transportes, el fontanero de Ábalos que todo lo limpiaba y todo lo reparaba, un hombre no de Estado, sino de partido, las cloacas que hacen funcionar los engranajes del sanchismo, cuya sombra ahora se extiende también hacia la primera dama de nuestro país.
Aún estamos a tiempo de salvar a Koldo. Queda una semana para devolver al Congreso la ley de amnistía. A estas alturas ya sabemos que un nombre más o un nombre menos no cambia la sustancia teológica de este momento crucial para nuestra democracia. Propongo que se incluya también a Koldo entre los agraciados, para así poder seguir disfrutando de su estilo olímpico a la hora de cortar leña, apilarla y convertirla en fuego económico en los innumerables pisos que se ha comprado en lo peor de la pandemia. Sánchez lo sabe, aunque ahora niegue quién fue el último aizkolari socialista. Pero eso tampoco es un problema para España. Al fin y al cabo, hace un par de años rebajó el delito de malversación, decía, para pacificar Cataluña. Hoy sabemos que esa gracia también huele a madera quemada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión