El terrorismo bueno
Apuntes desde la Bastilla ·
No sé cuántos españoles están dispuestos a no aceptar que todo vale con tal de ver a los suyos en el poder. Temo la respuestaLes juro que hoy les venía a hablar de Homero. De sus playas soleadas de septiembre y sus héroes de torsos de calistenia. Ya podía ... tocar con la punta de mis dedos que escriben este artículo el tapial de las murallas de Troya, la rugosidad del salitre y las cagadas de gaviota incrustadas en las torres, blancas y negras como los días. Pero resulta que la actualidad me ha sacado de los hexámetros dactílicos como si me cayera un jarro de aceite hirviendo desde lo alto de un portón. Fue por casualidad, con la radio encendida, haciendo algo tan trivial como preparar un café, cuando escuché al ministro Bolaños declarar, en un tono sibilino, que había un tipo de terrorismo que no atentaba contra los Derechos Humanos. Como si los soldados griegos que asediaron Troya no hubiesen portado lanzas y flechas, sino pancartas a favor de la paz y flores en la cabeza en lugar de cascos.
Terrorismo bueno, Aquiles plantando árboles, dándole de comer a los hambrientos y acompañando el dolor de los troyanos. Esta semana nos ha dejado, en la épica política de nuestros días, un episodio que amenaza con competir en heroicidad con la hazaña del caballo de madera por el que entraron los griegos en Ilión. Tenemos a un Gobierno entero, a un partido político, con sus abogados, juristas, estatistas, pensadores y servidores patrios construyendo un relato, no ya homérico, sino sánchico, sobre cómo el terrorismo puede tener fines bondadosos, o, al menos, no tan perjudiciales para la sociedad como todos nos hemos creído durante siglos, viendo cómo los cementerios se llenaban de víctimas y se vaciaban las playas de Troya.
Resulta estremecedor que un país que ha sufrido tanto por el mal del terrorismo ahora se preste a tal sumisión intelectual y jurídica y corra el riesgo de disputar uno de los momentos más infames de nuestra democracia. España, que se ha despertado cada mañana durante décadas con un reguero de muertos en las calles, ya fuesen de ETA, del yihadismo, de la decena de organizaciones marxista-leninistas, de la extrema derecha, sufre de una desmemoria impuesta, a la que no le faltan colaboradores. Sus recuerdos de dolor se le llenan de agua y oportunismo, en el País Vasco, en Navarra, pero también en Cataluña, y en cualquier lugar del país donde haya un solo español dispuesto a justificar, con la fiereza de un Ajax, con la pobreza argumental de un Paris, que el terrorismo y sus actos desaparecen por necesidad electoral.
Si se está dispuesto a esquilmar la acción del terrorismo, la violencia descontrolada contra inocentes para un fin político, el Estado habrá perdido definitivamente su alma democrática. Y así se corroen las democracias, no desde fuera, esperando la invasión de un ejército enemigo que venga en barcos, sino desde dentro, atacando la separación de poderes, creando un código penal a la medida de los condenados, de delincuentes y forajidos que incendiaron con altas dosis de irresponsabilidad Cataluña y ahora vuelven a la escena política no atados al carro de la justicia, sino frente a las puertas del Parlamento para hacerlo arder, para ver caer sus muros constitucionales. Y dentro del hemiciclo, la mayoría de diputados están dispuestos a abrirles las puertas, proporcionarles la gasolina y arrojarles las flores de la victoria desde la tribuna. Mucho de la Troya perdida hay en nuestra democracia de hoy.
No puedo evitar sentir inquietud cada vez que vuelvo a la 'Ilíada', y siempre espero que Aquiles hierre su lanzada contra Héctor. Soy un iluso, claro, porque desde hace tres mil años, los troyanos sucumben al metal griego. Sin embargo, como la realidad siempre ha sido escrita antes en palabras más hermosas que las que acompañan a nuestros días, mis sospechas sobre el devenir de la amnistía no pueden ser más funestas. Me siento identificado con esa Casandra que advertía a su pueblo de los males del caballo dejado por los griegos como ofrenda. Llevo años intentando que el pesimismo no se convierta en nihilismo, luchando porque merezca la pena seguir defendiendo nuestra Troya constitucional. Pero soy pesimista. El ataque a los jueces se ha convertido en una costumbre de soldado de arrabal, la Carta Magna ya no es la ley de todos, sino un carro que desmontar a placer. La política ya no sirve para edificar mundos mejores, sino para el desenfreno y la arbitrariedad de los victoriosos. A ningún troyano le podrían convencer de que los griegos los asediaban con buenas intenciones, y que entre sus actos violentos hay mensajes bondadosos. Por eso Troya resistió diez años. No sé cuántos españoles están dispuestos a no aceptar que todo vale con tal de ver a los suyos en el poder. Temo la respuesta. Desde esta semana sabemos que hay dos tipos de terrorismo, el que viola los Derechos Humanos y el que permite dormir a pierna suelta en el Palacio de la Moncloa. Fíjense si no está el caballo ya dentro de las murallas.
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