Rabal frente a Torquemada
El caso de desmemoriar el legado del actor aguileño es clarividente de estos tiempos en los que el país ha enloquecido de estupidez, a uno y otro lado
Cuán grita esos malditos, debe escucharse por las noches en la cuesta de Gos, un rincón mediterráneo destinado el descanso y la memoria de Francisco ... Rabal. Hablamos de uno de los artistas más representativos que ha tenido España sobre las tablas, delante de una cámara, con la voz como un camino pedregoso, decidido a convertirse siempre en el papel que representaba. Porque Rabal no fue un simple actor. Fue el personaje que le tocaba ser en cada escena. El rostro que iluminó las casas de este país a través de una pantalla, llamando con graznidos a la 'Milana'. O la memoria de un pintor decadente, Goya, que encamina el exilio de un país de estúpidos. Rabal bajó a los infiernos con su Tenorio y babeó palabras inconexas con la mejor interpretación que le recuerdo, con el Azarías.
Rabal ha vuelto a la palestra, pero ni siquiera para que su nombre se llene de fango, ahora que está tan de moda el elixir de la mediocridad. La nueva política cree estar condenando al actor aguileño retirándole el nombre de una plaza de Alpedrete. Pero no lo condenan. Todo lo contrario. Lo revitalizan. En muchas ocasiones, la calidad de la ofensa y el autor de esta hacen que se convierta en un elogio. No pierde el matrimonio Rabal-Balaguer con esta cacicada a todas luces estúpida. Pierden los ciudadanos de Alpedrete, que bastante tienen con estar gobernados por Torquemadas. Aunque imagino que el fraile dominico al menos leía los papeles que censuraba.
El caso de desmemoriar el legado de Francisco Rabal es clarividente de estos tiempos en los que el país ha enloquecido de estupidez, a uno y otro lado. Sospecharía que detrás de esta maniobra se esconde la esencia de la venganza, el ajuste de cuentas cobarde contra una persona fallecida hace ya demasiados años. Pero eso sería otorgarle a la corporación municipal algún tipo de estrategia o inteligencia. Albergo razonables dudas de que la concejal de cultura, Amaya Acosta, de Vox, y el alcalde popular, Juan Rodríguez Fernández-Alfaro, hayan visto una sola película de Francisco Rabal, aunque sea por descuido, haciendo 'zapping' en una noche de tedio, mientras saltan los anuncios en la Isla de las Tentaciones. Las razones habría que buscarlas más en lo sentimental, como todo en política.
Ha sido el mejor actor español que ha dado el siglo XX, y lo diré siempre, sin importarme el sentido de su voto
La fiebre de reescribir la historia no se basa, en este caso, en un exhaustivo análisis vital o artístico de la trayectoria de Paco Rabal, sino en la más ignominiosa ignorancia y sectarismo. No borran a Rabal por sus acciones, sino por sus ideas. A mí me resulta inconcebible que una persona culta y brillante como Paco Rabal pudiese militar en el comunismo, ya sea en su vertiente de la gauche caviar, como Alberti, o desde la trinchera del hambre. Pero eso no me conduce hacia la ceguera irreflexiva de no valorar su obra artística. Rabal ha sido el mejor actor español que ha dado el siglo XX español, y lo diré siempre, sin importarme el sentido de su voto, si rezase a Dios o a Stalin, a Alá o a Lenin.
Pésimo juego el de estos políticos de pacotilla, que creen encontrar su minuto de protagonismo en lugar de estar solucionando los retos de la ciudadanía. La esquizofrenia de este país con su pasado está convirtiendo la historia en una trinchera llena de cadáveres. Es ignominioso que el aeropuerto de Murcia no pueda ser nombrado Juan de la Cierva por una ley que ni siquiera sabe esclarecer la verdad de los años treinta (ni lo pretende, claro). El callejero de las ciudades españolas se ha convertido en un ir y venir de cuentas pendientes, de ecos de ignorancia que vuelan aprovechando el oportunismo del primer político sin amor propio. La izquierda se ha especializado en eso. Con el caso de Rabal, la derecha sigue ese mismo sendero espinoso.
Para mí, Rabal siempre será eterno. El nombre de los políticos pasará. Otras elecciones barrerán sus obras, pequeñas, grises, interesadas, y el hombre que había nacido para interpretar a Goya quedará en la memoria colectiva del pueblo español. Nadie recitaba la 'Elegía a Ramón Sijé', de Miguel Hernández, como Rabal. Lo vi siendo apenas un niño, en Lorca, con los ojos enrojecidos, a pesar de haber repetido esos versos miles de veces a lo largo de su vida. Ahí supe que 'su pueblo y el mío' era algo sentimental, y no solo físico. Que la poesía tenía vida. Y voz. La suya. Setenta años después de la muerte de Ramó Sijé, ahí estaba Rabal para revivirlo, escarbando la tierra con sus dientes, los de la interpretación. Por eso el reino de Rabal es universal, y no se reduce a una plaza. Es una sala de cine repleta. Una escena en blanco y negro. Un espectador que se estremece con su voz. Y eso, queridos Torquemadas, no nos lo podéis quitar nunca.
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