Quiero ser rico
Apuntes desde la Bastilla ·
Vivimos en una época de esplendor progresista, de fervor revolucionario pagado con monedas de oro, mientras los sueldos se resientenDurante mucho tiempo pensé que el dinero no era importante, que la felicidad la otorgaba algo más intangible que el vulgar conteo de billetes en ... la cuenta corriente. No sé, en mis sueños franciscanos veía un amanecer, sentía el tacto de la piel sobre la hierba y escuchaba el silencio de la noche frente a una hoguera. Todas escenas que podrían condensarse en un poema, la lírica de los sueños para un voto de pobreza necesario. La mística, que es el grado más excelso de felicidad, siempre se encontraba en los lugares más humildes, alejados del mundanal ruido del capitalismo.
Pero basta una nómina para darse cuenta de que también, de este lado, la batalla está perdida. La pobreza anhelada no dura tanto, en realidad. El amanecer es más hermoso si se contempla en una playa desierta, en un vuelo transoceánico. El tacto de la piel sobre la hierba resulta más placentero cuando el césped es de tu propiedad y para conseguir el silencio frente a una hoguera no hacen falta chispas o troncos, sino metros cuadrados para alejar a los vecinos. Desde ese momento entendí que yo nunca había querido ser místico, sino rico.
Por descontado, utilizo una estrategia que prometieron infalible en las escuelas públicas a las que acudí. Me dijeron que el trabajo gratifica y asegura esos ingresos tan esperados. Todo está en el sudor, en las ganas que uno le pone a la vida. Me puse a la tarea, no se crean. Doy clases en un instituto (aún no voy armado), escribo libros, garabateo artículos, hablo de literatura y otras mundanidades en la radio y extiendo mi cuenta corriente gracias a conferencias sobre Marco Polo. Soy un hombre del Renacimiento con una nómina medieval, pero sigo creyendo en la meritocracia.
Porque hacerse rico es un acto de fe. Tal vez el camino más fácil no sea ser funcionario, ni comprarse un piso, ni hacer la compra todas las semanas. Los tacos de salmón hay que pagarlos. El trigo sarraceno y la leche de soja no se cultivan con monedas de céntimo, esas de cobre que apenas queremos tocar. Vivimos en una época de esplendor progresista, de fervor revolucionario pagado con monedas de oro, mientras los sueldos se resienten, la gasolina se acerca a los precios de Suiza pero sin los Alpes de fondo, con la llanura manchega y el Mar Menor de decorado.
Es otra forma de ver la realidad. Leí hace unos días que el Gobierno se felicitaba porque más de dos millones de personas disfrutan del ingreso mínimo vital. La conciencia me dicta que estamos ante dos millones de personas que no llegan a final de mes, que viven de la beneficencia del Estado, con un pie en la pobreza y otro en la caridad. Pero ante tanto aplauso a uno solamente le queda fingir que vivimos en un país de éxito, o que todos tenemos voluntad de convertirnos en franciscanos, con sandalias y saya llena de agujeros.
Mi voluntad de alcanzar la riqueza, de salir dos días a la semana a cenar con mi mujer a un restaurante y permitirme un viaje de vez en cuando aún resiste los devaneos de la inflación. Sé que hay caminos más cortos para alcanzar ese sueño ávido de dólares. Uno, por ejemplo, consiste en hacerse político. Hasta hace poco pensaba que había que valer para eso de coger un micrófono y alzarse por encima del estrado para expresar un pensamiento. Luego, como los globos después de un cumpleaños infantil, se desinfló mi optimismo. No está muy exigida la carrera de político. Al menos intelectualmente. Hay que aguantar otras cosas. Contradicciones, por ejemplo, aunque eso depende siempre del lado de la bancada en la que te toque sentarte.
Si eres de izquierdas, te puedes ausentar de una votación sobre la reducción de la jornada laboral y exponer con orgullo el motivo. Ir al cine con tu mujer. Tal y como están las entradas de los cines, entiendo que es un lujo de nuevo rico asistir a una sesión. Y más si la película se llama 'El cautivo', para aumentar el mensaje subliminal. Dos entradas con palomitas, oiga, como si fuese caviar. Y que soporten otros el pesado trabajo de ser diputado.
Si eres de izquierdas, hoy sabemos que puedes construir toda tu carrera pública y política criticando a los que viven en chalets, en barrios pijos, con perros elegantes y piscinas. Me refiero a esos indeseable, enemigos de clase, que mandan a sus hijos a colegios privados y hacen tesis doctorales en universidades de pago. Esos yonquis del capital a los que hay que destruir en cuanto pisemos un poco de moqueta, nos dijeron. Hoy ya llevamos ocho años de huellas en la moqueta y descubrimos, nosotros que tememos que llenar el tanque de gasolina con espasmo y miramos los estantes del Mercadona como si fuese la sección Gourmet de El Corte Inglés, que esos políticos ya consiguieron la riqueza a golpe de salmodia. Sí se puede, grabaron a fuego en la piel. Y vaya si pudieron. Por todo lo alto.
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