Palabra
Hay millones de personas felizmente burladas de sostener los embustes en una cena familiar, en un tuit, en un artículo e incluso en el Parlamento
Mi hijo ha pronunciado su primera palabra. Lo juro. Estaba jugando con una pelota, o con un libro que cuenta de forma tierna lo que ... comen los animales, y me ha mirado. Ha dicho pa-pá, así, con las sílabas separadas y el acento agudo. Lo volvió a repetir y sentí que me temblaban las piernas. No hay mejor cotidianidad que la del hogar en otoño y la de un hijo que descubre el mundo en la alfombra del salón. En ese pa-pá se concentra el cosmos. Una civilización con todos sus emblemas y espíritus, con sus grandezas. El primer pa-pá que escucha un padre es el génesis de la felicidad, un paraíso sin manzanas y sin pudor. Un Edén, vaya, vestido con árboles hermosos de hoja caduca.
El valor de la palabra me hizo reflexionar. Para mi hijo, su universo lingüístico es pa-pá, su idioma. Pa-pá actúa como manera de reclamar la atención, su Quijote y su haiku. Con estas dos sílabas tan similares, tan diferentes, anuncia su presencia en el mundo, su papel en la vida. Es una verdad irrenunciable. Gracias a pa-pá otorga sentido a sus días, comienza a entender que la realidad es lenguaje, que las cosas existen porque las nombramos.
Tal vez el ser humano fue desterrado del paraíso porque aprendió a decir más sílabas que las de pa-pá o ma-má. Supo que las palabras no solo servían para explicar la realidad, sino también para cambiarla, para ocultarla. Me resulta triste mirar a mi hijo con sus primeras aventuras fonéticas y saber que un día ese mismo lenguaje que está empezando a experimentar servirá para engañar, para retorcer la vida, para manipular la sociedad en la que vivimos.
Hoy sabemos que la palabra ha perdido su valor absoluto, que el Gobierno lleva años vaciando de sentido la verdad
Es lo que tiene el otoño, que tras los cristales se cuela el frío de la tarde, la lluvia de la actualidad, mojando hasta la intimidad más bella. Escucho en la radio que Sánchez mantuvo una reunión con Otegi cuando Mariano Rajoy era aún presidente del Gobierno. Esos años de inacción y pasividad nos parecen ahora un remanso de paz. Melancolía de la dejadez, podríamos llamar los años de gobierno de Rajoy. El caso es que Sánchez durante esos días juraba espantarse ante la sola idea de pactar con Bildu. Eran los vibrantes tiempos en los que media España culpaba a Rivera de haber obligado al PSOE a arrojarse al destino cruel de los asesinos y los extremistas. Pobre socialismo, tan centrado y tan necesitado de infamias.
Hoy sabemos que Sánchez fue siempre Sánchez, que la culpa de que dejara de ser Sánchez no la tuvo Rivera, sino un electorado que le permite todo y que sigue justificando cualquier tropelía enmascarada en escapismo. ¿Qué vale la palabra de un tipo como Sánchez, que ha cimentado su carrera política, su imagen como persona, en la mentira, en la eliminación de escrúpulos con tal de ganar el relato? La dialéctica de esta época tiene el nombre de Sánchez, y es la mentira su hábitat natural. Pero en la España de hoy solo se engaña quien tiene a bien ser engañado. Hay millones de personas felizmente burladas y orgullosas de sostener los embustes en una cena familiar, en un tuit, en un artículo periodístico e incluso en el Parlamento. Se han aprendido tanto el manual de resistencia que defienden que la banda del Peugeot era un proyecto para regenerar España, y no una organización criminal. Tres de ellos ya han conocido la cárcel.
Hoy sabemos que la palabra ha perdido su valor absoluto, que el Gobierno lleva años y años vaciando de sentido la verdad y acomodándola a su propio beneficio. Hay tantos ejemplos que resulta abrumador citarlos todos. Me quedo con esos cinco días de crisis en los que Sánchez meditó dejarlo todo cuando saltaron los escándalos sobre su mujer. Sánchez se mostró como una víctima, como un perseguido. Casi como uno de esos exiliados republicanos que cruzaron la frontera francesa a pie. A tal crueldad estábamos arrastrando a nuestro presidente. Hoy sabemos que Leyre preparaba chantajes y hábitos mafiosos para acorralar e influir a los jueces y fiscales que debían juzgar a Begoña Gómez. De marido dolido a capo siciliano. Todo sin renunciar a la palabra. Y a los manifiestos contra el fascismo mediático, claro.
La verdad no se filtra, se defiende, dijo García Ortiz, otra víctima de Sánchez por querer salvarlo de su inexorable camino hacia la expulsión del paraíso. Hoy la palabra de Ábalos y Koldo hace temblar al Gobierno. Dos tipos que mientras usted no podía enterrar a su padre durante la pandemia, bebían champán sobre el cuerpo de prostitutas elegidas por catálogo y pagadas con sobres recibidos en Ferraz. Esa es la verdad de estos años. Esta es la palabra de esta década tan sucia y tan tolerada por el progresismo y la izquierda de nuestro país. Yo, humildemente, me sigo quedando con el pa-pá que me regaló mi hijo ayer.
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