Murcianos en Madrid
Apuntes desde la Bastilla ·
Caí en la cuenta entonces, con una especie de orgullo regional que pocas veces he tenido, de lo que se estaba produciendo en aquella sala madrileñaLa sala parecía Águilas en verano. Al menos ese pueblito de pescadores de mi infancia, el que yo recuerdo, el que llevo dentro de mí. ... Rostros conocidos por genealogías y algunos madrileños buscando sitio cerca del mar, asombrados de que en este rincón de España, tan al sur, tan al Levante, brillase una luz así de pura, salida de un cuadro de Sorolla. Miraba hacia el fondo y contemplaba la estancia llenándose. Apenas quedaban unas sillas vacías que no tardaron en ocuparse. Terminaron las pruebas de sonido y se encendieron los grillos. Alguien dijo que podíamos empezar. Y ahí estábamos, tres murcianos subidos a la tarima, en el templo de los viajes que asoma a Recoletos, la sede de B travel experience, hablando de mi libro, sin que yo tenga perfil de Umbral, invitado por la Sociedad Geográfica Española.
No se crean que este es un artículo de autobombo o una excusa para alzar la moral de este que les escribe. Ni siquiera pretendo aumentar el número de ventas. Les hablo de una sensación que experimenté cuando empezó la presentación el miércoles de esta semana. Figúrese usted el vértigo escénico de los micrófonos encendidos, saliendo al ruedo en una plaza como Madrid, tan grande, tan multitudinaria y a la vez tan desolada. A mi izquierda estaba Paco Nadal, probablemente el murciano que más países ha recorrido y que mejor los ha contado; y a mi derecha, Lola Escudero, cartagenera que ha llenado con su labor editorial las bibliotecas de los hogares españoles de expediciones y aventuras. Tres murcianos, dije al empezar a hablar, descubriendo una especie de paradoja para que los ochenta asistentes reconociesen el peso de nuestra tierra. Las tres Murcias, acerté a decir, bromeando sobre la responsabilidad que tenemos los murcianicos de vivir constantemente entre dos Españas y tres parcelas de huerta.
Caí en la cuenta entonces, con una especie de orgullo regional que pocas veces he tenido, de lo que se estaba produciendo en aquella sala madrileña. No solamente éramos tres murcianos que viven lejos de la Región y que, sobre todo Paco y Lola, han triunfado fuera de los muros de la patria mía, como dijo Quevedo sobre Roma, sino que en la sala había murcianos que, en diferentes generaciones, había abandonado el sol y el limonero para labrarse la vida en Madrid. No sentí tristeza, porque el derrotismo siempre esconde las fauces del nacionalismo, y Murcia es muchas cosas, pero no le ha alcanzado ese mal. Lo que se despertó dentro de mí fue orgullo. Sí, orgullo de la tierra en la que he nacido, la que me ha visto crecer, la que ha formado los puntos cardinales de mi vida y la que me espera siempre, aunque nuestros caminos, probablemente, no vuelvan a encontrarse más que durante las vacaciones, las bodas, los entierros y las melancolías varias que nos depara el calendario.
Escruté los rostros de los asistentes, muchos amigos, arquitectos, economistas, abogados, farmacéuticos, militares y demás oficios de la corte de los milagros capitalina, y supe que ellos componen una élite intelectual, social y económica de este país. Tuve la certeza, y he sido testigo de ello, de que la vida de estos hombres y mujeres está marcada por el esfuerzo, el sacrificio de dejar a la familia a quinientos kilómetros, de trabajar duro para pagar un alquiler cerca del Retiro, de las horas en Talgo, Alvia, Ave o las denominaciones posibles que han acercado o alejado la capital de nuestro hogar. Son ejemplos puros de lo que Alberto Aguirre escribía la semana pasada, en su artículo titulado 'Región de talentos', sobre el potencial de una Comunidad Autónoma que exporta brillo y que, en ocasiones, solo recibe de los medios de comunicación nacionales sombras en forma de humor poco inteligente, chistes manidos y comentarios altamente clasistas.
Murcia exporta talento, mucho más del que le gustaría. Entiendo que en un mundo globalizado es más fácil encontrar un puesto de trabajo adecuado en las inmediaciones de la Castellana que, por ejemplo, en la avenida Juan Carlos I de Lorca. Este artículo no pretende ser un canto a lo perdido, sino un reconocimiento a los murcianos que pueblan la geografía española, que abarrotan las paradas de metro de las principales ciudades del país y que siempre tienen una mirada puesta en el rincón de la piel de toro que es España, una ventana abierta donde escuchar a una madre que sufre por la distancia, un padre que mira el tiempo de la ciudad en la que duermen sus hijos, un arco de medio punto hacia un huerto, el olor a tierra seca, el mar duplicado por una franja de tierra que alguna vez fue virgen. Una geografía sentimental que compartimos todos los que estuvimos el miércoles en la sala madrileña, ese mapa que es inexacto, construido de líneas oníricas y que llamamos Murcia, pero que es otra forma de nombrar la infancia.
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