Historia de un Peugeot
Apuntes desde la Bastilla ·
A Sánchez lo miran todos. Es el guapo. Está radiante. Tiene en su mirada la certeza de que va a cambiar España. Cerdán, Ábalos y Koldo se quedan atrás, protegiéndoloCanto al Peugeot y al hombre, a los esbirros que acompañaron a Sánchez por su quijotesca empresa de recorrer España durante meses, de norte a ... sur, de este a oeste, con sus singularidades, con sus lenguas cooficiales ensayadas delante del espejo, los moteles de mala muerte, las áreas de descanso, el guiño antes de entrar en el local, la satisfacción al salir de él, el olor a puchero casero rebosante en los asientos tapizados, las ventanillas bajas en primavera, para reconocer el aire de cambio. ¿Quién conduciría ese Peugeot 407? ¿Quién se sentaría en el asiento del copiloto, le indicaría las rutas, le aconsejaría los atajos hacia la casa del pueblo más cercano? En la ternura del sueño, me imagino a Sánchez adormilado. Su cabeza cayendo en el hombro de Santos Cerdán. Qué buenos hombros tienen los tres, en realidad. Un partido de hombros. Un partido de hombres era el que se estaba creado. Santos, Ábalos y Koldo. Y Sánchez dirigiendo la cuadriga de la rosa y el bar de carretera.
Las grandes historias se construyen así. A esos tipos noventayochistas les dolía España y por eso querían hacerla nacer de nuevo. Los imagino hablando de feminismo. Podría haber sucedido así, desde luego. Ábalos mirando por la ventana fijamente el campo extremeño. Sánchez preguntándole, como la joven y prometedora promesa del socialismo, sobre políticas de igualdad. Koldo es el experto, le dice Ábalos. Muchos años trabajando en el sector. En aquel tiempo no existían ni Jéssica ni Mikaela ni mujeres elegidas por catálogo y pagadas a precio de ático en Madrid. En el Peugeot se piensa en un país puro. De cigarro en cigarro se es feminista. Eso dicen cuando llegan a una casa del pueblo y hablan con los militantes. Gente noble que trabaja con sus manos el pan que lleva a sus hijos. A Sánchez lo miran todos. Es el guapo. Está radiante. Tiene en su mirada la certeza de que va a cambiar España. Cerdán, Ábalos y Koldo se quedan atrás, protegiéndolo, hablando con las militantes. Las señoras de sesenta años y el pelo rosa prefieren a Sánchez. Hablan su mismo idioma. Tras el baño de masas vuelven al Peugeot, a la fonda, al chupito de hierbas y a la propina en el sujetador. Sánchez espera dentro del coche a que los otros se alivien. Lo hace por España. Lo hace por el socialismo.
Hablarían también de ecologismo. Vengo de una estirpe que ha conducido muchos Peugeot. Sé lo que escribo. Ahí está el rocinante del progresismo, un diésel que avanza por la manchega llanura soltando humo como los cigarrillos de Sartre. Veo a Ábalos preocupado de nuevo. Tenemos que construir un país que no contamine, dice. Y Sánchez, a lo Machado, anota en su cartera otro milagro de la primavera La suya será una España limpia, sin emisiones, un país de trenes veloces y sin retrasos. Santos y Koldo se desperezan en la parte de atrás del coche. Se limpian con la uña la mancha de la camisa, el aceite en el pantalón. Ellos también ven ese país que está por construir. Huelen la oportunidad de un mundo mejor. Lo dicen en voz alta. Pedro, en el siguiente pueblo de Valencia di eso, que crees en un mundo mejor, y Pedro sube el volumen de la música (¿qué música escucharían, 'Suspiros de España'?) y ve crearse en su cabeza una idea sensacional, ardiente. El Azorín del siglo XXI que para eludir los peajes conduce por carreteras nacionales.
La arquitectura de estos últimos siete años va dentro de este habitáculo, con las ventanillas bajas
El Peugeot es un tratado de buenas intenciones, de olores salpicados de sudor y perfume cómplice, el de las mejores ocasiones, ese que rocía el cuerpo de madrugada, en camas ajenas. Porque pensar en España acarrea unos esfuerzos terribles. Y ellos llevan a España en la cabeza. La arquitectura de estos últimos siete años va dentro de este habitáculo, con las ventanillas bajas. Ábalos también sueña. Claro que sueña. Tiene la ilusión de un niño. A Sánchez le sorprende su promiscuidad de ideas, la decisión de sus movimientos. Se pide el Ministerio de Transportes, cuando accedan al poder. El poder, esa sustancia oscura que aún no pueden ni imaginar. Las puertas del ministerio abriéndose, la Moncloa con sus habitáculos enormes, con sus coches oficiales. Sánchez siente ya nostalgia del Peugeot, aunque aún le quedan kilómetros, mítines en locales con humedades y la bandera de la UGT. Siente pena por los días dorados que está viviendo. Es un sentimental, y eso lo saben las militantes, que lo miran a él e ignoran a Cerdán, Koldo y Ábalos, sus hombros grandes de árbol centenario. Las militantes abandonarían a sus maridos por Sánchez, por su sonrisa y sus ojos de telepredicador. Por eso sabe que llegará el día, que las puertas del Peugeot se abrirán al mundo y España tendrá la silueta del león del coche, la fragancia de Ábalos, Koldo y Cerdán, la élite noventayochista de nuestro tiempo, saliendo de un bar de carretera con las luces de neón a la espalda.
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