De aquí y de allí
Apuntes desde la Bastilla ·
Uno aspira a explicar que Murcia y Sevilla son dos arrebatos de dignidad que la vida me ha regaladoEscribo con los pies aún manchados de albero, esa tierra dorada que he pisado en los mejores momentos de mi vida, cada vez que vuelvo ... a mi hogar, en Lorca, cada vez que llego a casa, Sevilla. El destino ha querido que mis días se diriman entre estas dos ciudades, tan diferentes, tan hondamente machadianas, de calles viejas y orgullo herido. Como soy transparente en los artículos, y esta columna es siempre una herida abierta de melancolía, conjugo la difícil tarea de publicar los domingos desde 'aquí', esta Sevilla por la caminan mis días, y que para usted, querido lector de periódicos, es un 'allí' lejano y pintoresco.
Ser de Murcia y escribir desde Sevilla. Estar atado a la actualidad desde la lejanía, con un ojo abierto a lo que sucede en el Mar Menor, cada vez que los nitratos ahogan nuestra laguna, a los devaneos políticos de una Asamblea que a veces parece un espectáculo circense, a la monotonía de lluvia (poca, escasa) tras los cristales, que es siempre lo que pasa en la calle, tragedias y jaranas, el mundo reducido a una provincia hermosa y desconocida, flagelada por los estereotipos. Escucho en muchas ocasiones a compañeros, a amigos ocasionales, a desconocidos consuetudinarios preguntarme qué hay en Murcia, con una expresión de extrañeza que supera varios niveles de ignorancia.
No es fácil escribir un artículo en plena Feria de Abril, ahora que he dejado el catavinos un segundo en la barra, como tampoco resultó sencillo juntar líneas en Semana Santa siendo de Lorca. Hay una franja de responsabilidad que aún mantengo y que me ata a este periódico, en las buenas y en las malas, en las fiestas y en los entierros. Me cuestiono, ahora que todavía no he aprendido a bailar sevillanas, a pesar de vivir seis años en la ciudad del Guadalquivir (seis años con sus ferias, pandemias y Macarenas y Cachorros por la calle Sierpes), qué significa realmente ser de aquí o de allí, cuál es el valor verdadero del hogar, el sentimiento borroso de pertenencia a una ciudad, a una calle concreta. Llevo en la sangre la Alameda Rafael Méndez de Lorca, el perfil de la plaza de toros y la estación de Sutullena. Mirar de frente los árboles con la sombra del castillo percutiendo la ciudad es lo más parecido a estar en el vientre materno, a pesar de que pasen meses sin que lo vean mis ojos. Mis artículos nacen de ese huerto en el que me crié, donde a los naranjos le crecen palmeras de altura kilométrica. La fe de mis mayores es ese huerto, hombres y mujeres partiendo almendras por la tarde. Y sin embargo, hace apenas unas semanas escuché, en tono despectivo, que yo era un sevillano que pretendía pasar por lorquino.
Mis artículos nacen de ese huerto en el que me crié, donde a los naranjos le crecen palmeras de altura kilométrica
Por supuesto que me es indiferente la opinión de personajes cuyo horizonte no supera las páginas de un pasaporte. En un país tan dolorido de nacionalismos, regionalismos, patrias chicas enfrentadas a otras, lo de menos es el comentario superficial de esas pobres gentes que caminan, para seguir con Machado. El dolor se agrupa en el costado al constatar que en esta España multicultural y multinacional, tener dos patrias ya es una utopía, siempre que no sean las establecidas por el interés político de turno. Uno no puede ser Azul y del Amor, uno no puede ser del Madrid y alegrarse de las victorias del Murcia. A uno lo cuestionan por hablar del Segura cuando sus paseos transitan por la ribera derecha del Guadalquivir. Ese aquí y allí acusatorio, ignorante, injustificado, que sirve como catapulta para desatar miedos y complejos, y que tiene un camino de ida y vuelta.
Porque en Sevilla este que escribe es, a veces, ese murciano que adopta la pose que le marca el catavinos de abril. Y en Murcia, cada vez con más frecuencia, este que publica los domingos se ha convertido en ese sevillano que asoma poco, salvo en las fiestas de guardar. Uno aspira a explicar que Murcia y Sevilla son dos arrebatos de dignidad que la vida me ha regalado, que el olor a azahar yo lo llevo reconociendo desde que nací, y que para mí describe no la primavera hispalense, sino el aroma que envolvía a mis abuelos. Ante las críticas de no ser de ningún lado (pudiendo ser de los dos) solo me queda la intimidad de la fortuna, el sentimiento de tener un hogar y una casa: la primera imborrable, maternal, el lugar al que siempre se vuelve y donde no existen las maldiciones; la segunda es la geografía de mi presente, el punto de partida desde el que nacen todos mis días. Aquí y allí son dos caras de la misma moneda. Y que alguien se apiade de los que creen que esto es una condena. De Lorca y de Sevilla. Donde quiera. Cuando quiera.
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