Parece obvio que no es este el mejor momento para el amor, salvo para el amor divino, al que no parecen afectarle las cosas del siglo, o para el amor conyugal, que en la mayoría de los casos se ha quedado atrapado en el domicilio familiar y no tiene más remedio que persistir o doblegarse a la eventualidad de algún futuro plan de divorcio. Son demasiadas horas para compartir una casa y soportar lo que en otras circunstancias hubiese sido un pequeño capricho o un mínimo defecto de nuestra pareja y, en las actuales, empieza a convertirse en una trinchera insalvable de la que estamos deseando salir. Un día se sucede a otro día y las manías y las fobias se multiplican de un modo exponencial, y la cosa empieza a no tener ni puñetera gracia.
Necesitamos respirar el aire libre, ver otros rostros y seguir abrazando a los que tanto queremos. Algunos se quedaron lejos de nosotros y ahí están, aguardando el permiso para volver con sus parejas, pero otros parecen separados por una distancia mínima que, sin embargo, resulta insalvable, eso que viene denominándose distancia social, pero que también afecta a los novios, los amigos, los 'amigovios' y, aun, los 'follaamigos', que gozaron tanto de los viejos días de libertad en los que tan fácil era tocarse.
Los que poseen el amor lejos se conforman por la propia lejanía, pero los que tienen su ventura en un barrio distante dentro de la misma ciudad, en una población cercana o en el 10º B, no tienen más remedio que infringir las normas del confinamiento, jugársela como los antiguos enamorados de la Edad Media cuando visitaban a su amada por la noche y partían al amanecer. Tal vez hayamos vuelto a ese tiempo de restricciones e impedimentos, de férreas morales y obstinadas normas de conducta que apenas permitían la visión clandestina del amante.
Un día se sucede a otro y las manías y las fobias se multiplican de un modo exponencial, y la cosa empieza a no tener ni puñetera gracia
Mi sobrino Luis ha permanecido junto a su madre estos dos meses de encierro, mientras que su novia Mª Ángeles hacía lo propio con la suya, aunque ambos residían en la misma ciudad y podían verse en la calle si hubiesen quedado cualquier día con las medidas de seguridad oportunas, o en la casa de los dos, donde podrían haber residido todo este tiempo como una pareja normal. Ambos han demostrado su responsabilidad con la finalización de sendas carreras y están ya preparados para vivir una existencia libre e independiente. Y, sin embargo, ahí continúa cada uno, en la casa materna, con los suyos, aislados y separados.
Yo tenía el afecto mucho más lejos y no he podido hacer nada salvo ocupar mi tiempo en leer y escribir, en visionar antiguas corridas de toros, hablar por teléfono y ver una película, al menos, al día.
Y es que el amor en el tiempo del coronavirus no ha sido fácil y tampoco ahora, a partir del desconfinamiento, lo va a ser más, muy al contrario, andaremos por el mundo desconfiados y alerta, remisos y distantes, adeptos al roneo y poco más.
Porque por cada beso húmedo y cada acto de amor completo tendremos que pedir un sinfín de certificados médicos y garantías sanitarias, un calendario de vacunas indispensable, una dieta rigurosa, un protocolo de seguridad exhaustivo y agotador que a buen seguro nos quitarán las ganas definitivamente de estar con la otra.
Recuerdo ahora esa extraordinaria imagen de Florentino Ariza y Fermina Daza, que han recobrado su amor primigenio en la ancianidad y que, amparados precisamente en un barco con bandera amarilla y el peligro extremado del cólera, emprenden su último viaje por el rio Magdalena en dirección al amor eterno.
Lástima que algunos sigamos varados 'sine die' y esperando en el puerto equivocado.