Pensar en euros, sentir en pesetas
ALGO QUE DECIR ·
Es como si las divisas tuvieran su corazoncito, su humanidad, y nuestra memoria ande asociada a su nombreLa implantación de la nueva moneda nos pilló a medio camino y con el paso cambiado. Toda una vida valorando en pesetas nuestro patrimonio y ... ahorrando en esa misma moneda y, de repente como el que no quiere la cosa, nos degradan los valores del dinero y nos imponen un estatus más poderoso y por eso mismo más humillante, porque no es igual cobrar un sueldo de medio millón de pesetas que tres mil humildes euros, además de la fatigosa y constante labor de ir traduciendo o convirtiendo de una moneda a otra para conocer el precio exacto de las cosas.
Llámenme antiguo o lerdo, pero yo sigo muy apegado a la peseta y las cantidades de euros que manejo continúo convirtiéndolas a la antigua moneda para hacerme una idea más clara de la fortuna que atesoro, es decir que no tengo más remedio que pensar en euros pero sigo sintiendo en pesetas.
Es como si las divisas también tuvieran su pequeño corazoncito, su humanidad, y nuestra memoria ande asociada a su nombre, a su cantidad y a su número en recuerdos tan entrañables como el precio de los helados que nos tomábamos en la infancia o lo que costaba el cine unos años más tarde, cuando acudíamos al Trieta con nuestra primera novia y comprábamos las entradas en la taquilla de la Glorieta.
Recordamos que la primera tele que entró en nuestra casa le costó a nuestro padre unas veinte mil pesetas, que hoy serían al cambio unos ciento veinte euros, aunque por aquellos años nuestro padre no ganaba esa cantidad en todo un mes de trabajo y hoy nos sobra un día para cubrir el montante y aún nos quedaría.
El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, como cantaba Pablo Milanés, pero nuestras emociones siguen ligadas a aquel entrañable diminutivo de peso, al símbolo de nuestra historia contemporánea y, sobre todo, de nuestra personal biografía. Cuando empezaron a darme las becas de estudio eran pesetas lo que me daban, cuando me pagaban los jornales del trabajo en la huerta lo hacían en pesetas y cuando me abonaron, siendo ya profesor, mi primera nómina lo hicieron también en pesetas y a veces tengo la certidumbre de que todo el valor de lo que hago y de lo que soy, nóminas profesionales, premios literarios, emolumentos variados, derechos de autor y otras pequeñas regalías que constituyen mi verdadero precio fueron tasados en una moneda que ya no existe, y a veces creo que con ella también se fue nuestra estimación personal, el importe y la suma reales del mundo en el que vivimos.
Algunos seguimos habitando aquellas épocas en las que un kilo de sardinas costaba cien pesetas, un kilo de tomates, treinta pesetas y una caña con su tapa, cinco duros, aunque mi padre apenas me daba para pedir un cubata en la discoteca del Reflejos y yo le sisaba de las cantidades que le pedía para hacer fotocopias y me compraba algún libro de poesía de vez en cuando.
¿Cómo voy a olvidar que cuando me fui a Madrid en el 86 a las oposiciones en la cartilla mi padre me metió veinticinco mil pesetas, que estuve veinte días en Madrid, que pagué una pensión, comí, fumé y aún me tomé algún café con mis colegas, que cuando conocí las notas y supe que ya era profesor me compré 'La vida breve' de Juan Carlos Onetti en El Corte Inglés y desayuné de nuevo aquella mañana para celebrar por todo lo alto el acontecimiento, y vine aún a Moratalla con dinero en la libreta, y ese dinero eran pesetas?
Así que no tengo más remedio que cobrar y pagar en euros, pero mi corazón sigue sintiendo en pesetas.
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