Perder los papeles
Empecé a pasarlo mal con las primeras becas que pedí en el instituto. Rellenar aquellas solicitudes era un calvario
Mi peor pesadilla ha sido siempre perder los papeles, traspapelar u olvidar documentos que debo entregar en alguna ventanilla o en algún mostrador, incumplir los ... plazos y no llegar a tiempo, equivocarme en la cumplimentación de los formularios y otros asuntos de ese jaez que me han llevado por la calle de la amargura y que en algunas ocasiones me han sucedido realmente. Empecé a pasarlo muy mal con las primeras becas que pedí en el instituto. Rellenar aquellas solicitudes encriptadas era un auténtico calvario, sobre todo para mí que tenía una letra indescifrable. Con las matrículas de cada curso me sucedía otro tanto, eran papeles importantes y nunca estuve a su altura. Es verdad que si he llegado donde he llegado es porque no lo hice mal del todo, aunque muchas veces tengo la impresión de que me van a llamar un día de estos para amonestarme por errores burocráticos antiguos, para demandarme papeles que no entregué bien o a tiempo y para quitarme alguno de aquellos beneficios que no merezco.
En todo esto que cuento ha salido a mí mi sobrino Mario, con el mismo terror burocrático y la misma incapacidad para desenvolverse en una oficina, porque también a él le persiguen los fantasmas de la burocracia y le acaecen contratiempos innumerables. Se le pierde el carné, se le pasan los plazos de entrega, se lía con los papeles, se agobia en las colas de las oficinas donde ha de tramitar sus asuntos y termina considerándose más inútil de lo que es en realidad. Aunque no tiene empacho alguno en decirle a su madre con toda la calma del mundo, cuando esta le pregunta si lleva las fotografías para que le renueven el carné en las oficinas de la policía, que allí tendrán seguro más fotos suyas.
No quiero pensar que esto sea una tara genética heredada y que mis nietos la padecerán también, porque los que lidiamos con este mal lo sufrimos en silencio, como las hemorroides, y tenemos la sensación de que una amenaza divina pende sobre nosotros como si estuviésemos pagando un viejo error, algo que hicimos mal y que debemos corregir.
Hoy, por cierto, estoy en una de esas. Debo ir al médico a que me renueven la baja por una afección muscular en las piernas. Mi mujer, que, por fortuna, lleva todos mis papeles con un orden cartesiano e infalible, me ha pedido el documento de la baja anterior y no lo encuentro, he revuelto mi mesa del escritorio varias veces y sigue sin aparecer. Sé que está ahí, pero no sé dónde. A mi sobrino le pasa igual y le dice a su madre que en su piso hay un agujero por donde se cuelan todos los objetos y todos los papeles que se le extravían, que han de estar en alguna parte ocultos y que algún día tal vez los halle todos juntos con una expresa actitud de burla, como si se hubiesen escondido a propósito y supiesen que los estamos buscando en vano, y yo creo que a mi sobrino ya mí nos duele más esta burla cruel que la propia pérdida de los papeles.
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