Narcohambrientos
La necesidad y la injusticia son las dos grandes fuerzas que mueven a veces al hombre a cometer ciertas tropelías
La mafia, como un grupo cerrado de supervivientes y de resistencia al poder establecido, se creó en cada caso y siempre por la necesidad de ... la gente que habitaba los pueblos miserables donde imperaba el crimen. El hambre ha sido muy a menudo el sicario más temible y cruel, y frente a un enemigo así cualquiera de nosotros podría haberse levantado en armas y haber cometido el desafuero más grave. Por eso, yo creo entonces que la causa de todo esto que está ocurriendo ahora en el Estrecho, lo que pasó en su día en el sur de Italia y en algunos barrios de las grandes ciudades americanas y en la Galicia pobre de la costa es el hambre, la obligación de los hombres y de las mujeres de sacar adelante a los suyos de cualquier manera, aunque nos parezca inconcebible y aunque no lo entendamos del todo, porque la necesidad y la injusticia son las dos grandes fuerzas que mueven a veces al hombre a cometer ciertas tropelías.
Justo lo que sucedió con los bandoleros españoles del XIX cuando se echaban al monte y tomaban la justicia por su mano y protestaban de alguna forma contra la tiranía de la nobleza y la escandalosa situación social en la que se hallaban ellos. Asombrados e indignados nos quedamos los que vimos el otro día el altercado criminal de Barbate en el que murieron dos guardias civiles cuando una motora se estrellaba intencionadamente contra ellos con intención homicida. Pero lo peor llegó cuando los espectadores jalearon a los narcos como si se tratara de una fiesta sangrienta en la que unos héroes del pueblo lucharan contra los miembros de la Benemérita. Fue en ese momento preciso cuando se quebró la confianza y se rompió el pacto tácito entre el pueblo y las fuerzas de orden público, y por unos segundos dejamos de saber quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos, y eso no puede ocurrir nunca en un Estado de derecho, en una verdadera democracia. Y por eso desde entonces este país está patas arriba y en estado de 'shock'.
Pero resulta fundamental entender el proceso, de dónde procede el entusiasmo de los jaleos, lo que sentían los hombres que gritaban en la playa, cuál era su afiliación, a quién le debían fidelidad y a quién no tanto; si habían comido lo suficiente sus hijos aquella semana, si sus mujeres albergaban en sus pechos el suficiente orgullo para pasar el mes, porque no todo se resuelve con una mera reflexión maniquea, están con nosotros o contra nosotros. Es un poco más complejo, por supuesto, pasar hambre nos pone de muy mal humor y modifica nuestras supuestas lealtades, a veces hasta las cambia del todo, porque el ser humano está hecho para serle más fiel al estómago que al corazón, sobre todo al estómago de su familia hasta el punto de que las emociones cambian de un momento a otro. Nos percatamos de cómo viven nuestros vecinos, de la ropa que visten sus hijos y sus mujeres, de los viajes que llevan a cabo cada año, de los coches que conducen, y nos decimos que tal vez nos estamos equivocando y que quien más nos quiere no está con nosotros, nos ha dejado abandonados, no se ocupa de nuestras necesidades.
Y entonces advertimos que son otros muy distintos los que nos amparan de alguna forma y a los que, por tanto, les debemos pleitesía y sumisión. Escuchamos el grito de la tribu aplaudiéndolos y animándolos y reconocemos en este gesto a los nuestros, a los que nos protegen. Y de pronto nos mana el aplauso del corazón, de un modo irracional y paradójico, sin que esa idea haya pasado por nuestro cerebro con la suficiente lentitud reflexiva, porque es fruto de un chispazo, de un pronto vital, sin que hayamos podido calibrar si es buena o es mala, pues en estos casos la moral nos la juega, y ya ignoramos quiénes son los buenos y los malos, los que nos procuran el sustento y los que luchan denodadamente contra ellos.
En fin, el misterio insondable de la supervivencia.
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