¿Qué ha pasado este año?
ALGO QUE DECIR ·
Es posible que sea un optimista redomado, pero nunca inauguré un año nuevo sin la certidumbre de que sería mejor que el anteriorTenemos la costumbre de usar estos días, entre otras cosas, para echar la vista atrás y pensar en el año que ya no viviremos nunca; ... nos empapa la nostalgia, que es la más falsa de las emociones, como lo es el concepto de tiempo, porque todo sucede de una vez y nosotros vamos con cada uno de los sucesos y no hay nada antes ni después, nada ayer o pasado mañana. Estamos en el mundo y en la vida que es la única forma de ser, de existir, y este año que viene volverá a acaecer como un segundo, en el que cabe todo: el miedo a las enfermedades y a la muerte, el temor a la infelicidad, la emoción ante lo nuevo o la esperanza por ese regalo secreto que nos deparará el destino.
Seguramente ya no nos enamoraremos como lo hemos hecho este último año, porque la excelencia y el milagro suceden una vez y no suelen repetirse, tornará a acecharnos el aburrimiento y el sórdido tedio de los días iguales, pero seguirán estando con nosotros los amigos y la familia, que muchas veces resultan una misma cosa.
Es verdad que hemos leído muy buenos libros, pero nos quedan tantos por abrir como aventuras insospechadas nos aguarda la existencia, y hasta es posible que escribamos y publiquemos nosotros alguno que nos depare cierta satisfacción. En alguna medida le hemos perdido el miedo a esa última terrible enfermedad, quizás porque la mayoría nos hemos vacunado y porque la lucha contra los gérmenes contribuye a normalizar el paso de los días, como si ya le viéramos el fondo a este túnel tenebroso de la pandemia con la que tendremos que bregar durante bastantes años, como lo hicimos con tantas enfermedades de antaño.
Es posible que sea un optimista redomado o que mi única fe resida en el progreso y en el futuro, pero nunca inauguré un año nuevo sin la certidumbre de que sería mejor que el anterior, de que me destinaría algunas sorpresas agradables, quizás porque mi curiosidad al respecto no tenía límites. De manera que antes que lamentarme por los errores y las penurias del año que se iba, prefería albergar infinidad de expectativas en los siguientes doce meses. Si me dan a elegir, prefiero las vísperas antes que el día, los prolegómenos antes que el suceso, los aperitivos a la comida propiamente dicha.
Un año más no es otra cosa que una muesca en nuestra propia conciencia, porque ya hemos convenido que el tiempo no existe y que andamos enredados en las andanzas y las mudanzas de cada día, inconscientes e ignorantes, casi absueltos de consignar en nuestra memoria los lances cotidianos. Tal vez sea preferible no apostar en exceso a un optimismo inseguro y aceptar resignados lo que nos venga en este nuevo año, como venimos haciendo desde antiguo. Sea lo que Dios quiera, murmuraban sentenciosos nuestros mayores. Sea lo que tenga que ser, deberíamos decir nosotros.
Pero de una manera o de otra torearemos este nuevo 2022 con una faena de fundamento o con unos pases de aliño, según nos venga el morlaco. Vivir es siempre un ejercicio de osadía. Necesitaremos de una cierta arrogancia y de la seguridad empecinada del imprudente, del que no las tiene todas consigo porque vivir no ha sido nunca una tarea fácil ni cómoda, aunque no negaremos que en estas fechas sobrevuela en el aire una emoción diferente, por muy cerebrales que nos pongamos, en el fondo casi insondable de nuestra esperanza hallaremos un espacio para el entusiasmo y para el coraje. Por eso no nos vamos a dejar vencer, no nos doblegaremos ante nada y ante nadie. Respetaremos las normas, pero seguiremos en pie pese a las pandemias, las restricciones, la crisis y la ausencia de abrazos.
Porque somos invencibles le pese a quien le pese.
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