Paco, ¿quieres un café?
ALGO QUE DECIR ·
Francisco Sánchez Bautista, el hombre humilde, era, sobre todo, un hombre culto y muy inteligenteResultaba muy difícil ser más rápido que él para decir estas pocas palabras que tanto significaban cuando te lo encontrabas por la calle, por la ... avenida Alfonso X el sabio, por Santo Domingo o por cualquier otra parte por donde él transitaba casi a diario, a veces junto a su mujer Teresa, en compañía de algún amigo o solo.
Tengo a mucha honra la circunstancia de que leía mi primer libro, 'El intruso', en la propia librería González Palencia, y de que más o menos fue allí donde entré en contacto con él o, mejor aún, donde me abordó él para felicitarme por mi libro. Lo leía en los ratos libres que pasaba allí y me dijo que le estaba gustando mucho, así que al día siguiente le dejé un ejemplar firmado en aquella pequeña y gloriosa estafeta que gobernaba con mucho acierto Alfonso.
A cambio yo le dije que lo venía leyendo desde mi adolescencia, que había sido el escritor murciano al que más había admirado, porque desde el principio me pareció un clásico. Contaba yo por aquel entonces catorce años y leía a Machado, a Hernández, a Bécquer o a Rubén. De la Región solo encontraba en la vieja biblioteca de mi pueblo un puñado de nostálgicos terruñeros, jóvenes rabiosamente vanguardistas y poco más. Todavía no había entrado en contacto con Pedro, Eloy, Gaya o Espinosa, que muy pronto devoraría como un adolescente transido por una pasión irrefrenable. Pero a él sí lo había leído, lo había leído y me gustaba.
En muchas ocasiones coincidimos y departimos sobre literatura y poesía. Desde el principio no me permitió que lo llamara de usted, y muy pronto me sentí amigo de uno de los más grandes poetas murcianos y de un clásico de la literatura de la España de la posguerra; de hecho seguiría toda su andadura poética, desde los primeros libros de carácter social hasta el culturalismo y la parodia crítica y divertida de los últimos, porque Francisco Sánchez Bautista, el cartero, el hombre humilde de la huerta de Murcia, era, sobre todo, un hombre culto y un hombre muy inteligente. Cuando te lo encontrabas por ahí te sentías acompañado por un clásico, al menos yo me sentí muy bien con él, valorado como escritor y como persona, amigo y confidente, aunque Paco, de más está que yo lo diga, tenía un millón de amigos, y muchos profesores y críticos del ámbito nacional e internacional lo consideraban y lo tenían en cuenta, entre ellos Francisco Javier Díez de Revenga, que le dedicó las mejores páginas y escribió el prólogo de su poesía completa.
Escribí sobre la mayoría de sus obras, y cuando dirigí la Feria del Libro le hicimos un homenaje, pero nunca acaba de despedirse uno de sus mejores amigos, de los que merecen la pena y se marchan sin decir adiós, sin que puedas compartir con ellos ese último café, esas últimas palabras de despedida, tal vez porque nunca concebiste la idea de no volver a verlos al día siguiente. Fui a verlo a su casa y lo llamaba en contadas ocasiones en los últimos años porque sabía que no estaba para muchos trotes.
Sus palabras siempre fueron de elogio hacia mis libros. Desde aquel primer tomo de cuentos, que le impresionó, conté con su amistad y con su admiración, y esto fue para mí todo un premio. Lamentablemente se van los mejores, pero de Paco queda toda su obra y una extensa memoria que es un regalo, el presente de un hombre bueno y sabio, su verdad más profunda.
Allí donde esté seguirá haciendo gala de ese sentido del humor zumbón, irónico y muy lúcido. Aunque aquí, en este mundo, nos habría hecho más falta.
Un abrazo, Paco.
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