Las noches blancas de Jim Jones
PROFILES ·
Jim Jones pertenece a la estantería del horror histórico. Lo encontramos en la categoría de sucesos, mentes retorcidas, violencia y perfiles psicopáticos.
¿Quién era ... este sujeto? Era el pastor de una secta, responsable del suicidio de 917 adeptos. Alrededor de 200 eran niños. Él se pegó un tiro. Pum. Corría el año 1978. El día antes había asesinado al congresista Leo Ryan y a seis periodistas que le acompañaban. Hicieron una expedición a la comuna porque algo olía a podrido en Jonestown. Así se llamaba su creación final, en un arrebato de narcisismo sin precedentes. Allí malvivían sus feligreses, sus hijos, su mujer, sus sicarios y sus incontables amantes.
A principios de los 50 fundó una congregación en Indianápolis, denominada el Templo del Pueblo. En su cabeza concomitaban el comunismo de Karl Marx, Stalin, Malcom X y el carisma de los evangelistas populares del denominado cinturón de la biblia de los Estados Unidos. Sus intenciones eran buenas. Quería acabar con la desigualdad, la pobreza y el racismo. Era la única iglesia presidida por un blanco con la mitad de sus seguidores afroamericanos. De hecho, hasta recibió una condecoración Martin Luther King. Pero algo oscuro residía en este hombre que ya de niño jugaba a dar sermones a perros y gatos, a los que luego sacrificaba, imitando los rituales de las tribus ancestrales escuchados por boca de su madre. Para dormir nada de cuentos: el National Geografic.
Aprendió todos los trucos de los falsos pastores y de las denominadas curaciones por fe. Entrenaba a sus feligreses para vomitar un hígado de pollo que previamente habían ingerido: «Ahí lo tenéis, este pecador ha eliminado el cáncer de su vida». Magia potagia.
El Templo del Pueblo comenzó por rechazar la biblia, después se estableció en Los Ángeles y San Francisco escapando del racismo sureño. Sin embargo, estas grandes ciudades no protegían los abusos como en el viejo Sur. La prensa denunció la explotación laboral que sufrían sus seguidores y las brutales palizas para las familias que querían escapar de su iglesia. Por supuesto, ya había amasado una fortuna que escondía en paraísos fiscales.
Jones y casi mil de sus seguidores escaparon a la Guayana francesa, en América del Sur. 15 kilómetros de tierra yerma, con 40 grados de media. Previamente, los obligó a vender todas sus posesiones y darles su dinero. Las condiciones de vida eran terribles. Los feligreses vivían enfrascados en la tediosa tarea de cultivar legumbres y verduras que serían su único alimento. Nada de banquetes del paraíso. Las jornadas son de sol a sol, domingos incluidos. Los niños también trabajan. No se puede tener sexo con nadie fuera de la comuna. Las rebeldías son castigadas severamente. A algunos pequeños los encerraban por días en cajas de metal o dentro de un pozo y les tiraban insectos inmundos para que conviviesen con ellos durante su confinamiento.
Jones vivía con cierta paranoia y manía persecutoria. Organizaba las noches blancas. Obligaba a sus fieles a beber algo que él les preparaba y que podría ser, o no, venenoso. Casi siempre eran simulacros, salvo la fatídica velada del 18 de noviembre. La masacre sucedió días después de la visita y asesinato del gobernador y los periodistas. Muchos de sus seguidores, incluido su escudero más fiel, se querían marchar con ellos. Jones no lo permitió. Convencido de que la CIA iría a por él, preparó la gran noche blanca. Dio un elocuente sermón: «Esto no es un suicidio, sino un acto revolucionario».
Su voz grave queda registrada en un magnetófono que él mismo acciona esa noche, que graba los gritos desgarradores de los niños, atrapados por el dolor que provoca el cianuro. Graba una seguidora que le pide que pare, que no es necesario hacer eso. Que, por favor, no mate a los niños. Sin embargo, son los primeros en morir. El hijo menor de Jones es el primero que alegremente ingiere la mezcla letal. Escuchar la cinta es aterrador. Algunos supervivientes relataron con horror lo acaecido. Otros regresaron aún convencidos de que Jones era un dios. La grabación fue transformada en disco. Se convirtió en un éxito de ventas.
Los desesperanzados verán en el chisporroteo del loco, un faro iluminador que lo sacará del barro, al menos brevemente. Pero los locos siempre llevan a la muerte.
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