Negar la Navidad
ALGO QUE DECIR ·
Parece mentira que la gente siga muriéndose a pesar del buen rollo en el ambiente y que las guerras no se detenganAnadie le gusta la Navidad, por supuesto. La nostalgia a raudales nos ahoga, se nos echan encima todos los recuerdos, extrañamos tanto a los que ... no están que nos duele vivir sin ellos, aunque solo sea por unos pocos días, comemos y bebemos hasta reventar, como si no hubiera un mañana y como si no estuviera cerca la cuesta de enero que no podremos subir porque estamos muy gordos; la indigestión y el coma etílico nos amenazan constantemente y es preciso, obligatorio, casi un sacramento, ser feliz sin interrupción, a todas horas, que no falte de nada y que no falte nadie, ni siquiera aquellos que no vendrán nunca porque se fueron para siempre; esa magia de la que hablan los anuncios de la tele y los moralistas es un improbable equilibrio emocional que casi nunca mantenemos del todo porque en el último instante algo falla. En Navidad lo más importante pende de un hilo fino que en cualquier momento podría romperse y nada de lo proyectado saldrá bien del todo, pues al final no habíamos encargado el marisco y la pierna de cordero la han vendido al mejor postor, y a ti empieza a dolerte todo el cuerpo, tal vez porque acaban de pincharte la vacuna contra la Covid y la muy perra te va a dar buena parte de las fiestas.
La Navidad no le gusta a nadie porque se trata de un puro chantaje emocional y las cosas no siempre salen como hubiésemos querido. Es una extraña época de abundancia pantagruélica, exceso sin cuento, deseos de felicidad a troche y moche y el sumun de la cordialidad y del acuerdo, de la paz y de la armonía, pero en Navidad también ocurren sucesos terribles; parece mentira que la gente siga muriéndose a pesar del buen rollo en el ambiente y que las guerras no se detengan, como si el universo entero apenas advirtiera algún mínimo cambio en esos días de supuesto calor humano, muchas veces impostado, casi siempre fraudulento.
Por eso hallamos un ejército de detractores y negacionistas del espíritu navideño y no tantos partidarios de comulgar con ruedas de molino, menguan los prosélitos de estas fiestas tramposas en las que se ofrece mucho más de lo que se da, además de que nos vamos haciendo mayores y ya no creemos tanto ni tan bien, y menos aún en asuntos invisibles, cuya materia pertenece al corazón y a los sueños.
Como si el universo apenas advirtiera un cambio en esos días de supuesto calor humano
A los que ya no creían en una Tierra plana y en la subida del hombre a la Luna, a los que han negado la Covid para su vergüenza, a pesar de que se les estaban muriendo sus amigos y su familia, se les suman ahora todos los que empiezan a apartarse del entrañable clima navideño, porque se sienten vulnerables y frágiles, porque esa predicación continua del amor y de la paz les suena a hueca y falsa, porque no están dispuestos a admitir que en algún lugar del mundo se halla algo bueno para ellos y prefieren denostar la esperanza, clamar contra la alegría de los días luminosos y las noches heladas, de las sonrisas que nos abren el paraíso, pues una sonrisa es siempre una puerta abierta a la verdad, porque les ha fallado la familia o los ha dejado el amor de su vida y ya no hay nada por lo que importe luchar, y la tristeza, el pesimismo y la angustia tienen más prestigio ante los hombres que la ventura, la luz y las promesas del porvenir; de manera que no merece la pena alegrarse porque se acercan los días de diciembre, empiezan a sonar los primeros villancicos, hace frío y soñamos con nuestros años de infancia cuando todo parecía más posible y nos acordábamos todos los días de ella, le habíamos echado el ojo a una bicicleta nueva y todavía quedaban muchos días para volver a clase porque el futuro estaba aún muy lejos. No teníamos nada salvo la ilusión y unos pocos amigos de la calle y mi madre me mandaba al horno del Domingo para que le trajera una caja de suspiros mientras iba cayendo la noche en el barrio del Castillo.
Y hace tan poco de todo eso que bien podría haber sido ayer, porque la Navidad tiene el don de suceder en cualquier momento, no es una época, sino un estado de ánimo, que no volveremos a sentir hasta el próximo año.
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