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Negacionismo

ALGO QUE DECIR ·

Me da mucho más miedo la estulticia consciente y recalcitrante que la crueldad explícita

Miércoles, 30 de septiembre 2020, 01:12

Yo creo que todo es por llevar la contraria, esa costumbre tan española que tantos disgustos nos ha traído, aunque, a decir verdad, se ha extendido por el mundo, y ya no es que neguemos las viejas especulaciones de Galileo, que con el paso de los siglos han terminado deviniendo verdades científicas, y en efecto, la tierra es redonda y se mueve alrededor del sol, sino que, en virtud de no se sabe qué ideas peregrinas de vez en cuando alguien proclama que la Tierra es plana y que el hombre no ha subido a la Luna nunca, que las vacunas son perjudiciales y algunas otras lindezas de ese jaez, aunque el caso es que ni usted ni yo lo hemos comprobado fehacientemente y, si lo sabemos, es porque nos fiamos de las autoridades en la materia, de las imágenes que hemos visto y porque le damos crédito al mundo virtual que habitamos.

Pero lo que ya me parece el colmo es negar la enfermedad y sus terribles consecuencias, negar que existe un bichito impertinente y asesino que ha acabado con miles de vidas en el mundo y, de paso, oponerse a una vacuna futura que, como ha sucedido en el último siglo con otras enfermedades terribles como la viruela, terminará por extinguir también esta, sin duda.

Algunos grandes líderes políticos fueron reacios desde el principio a adoptar medidas para controlar la pandemia, como Trump y Bolsonaro, y ahora se enfrentan a cifras desorbitadas de afectados por el coronavirus, y otros, como Boris Jonhson, dieron positivo y no tuvieron más remedio que rendirse a la evidencia. El obispo Cañizares declaró sin que le temblara la voz durante la misa del Corpus que se trataba de una desgracia más, obra del diablo, y en la prensa hemos leído de boca del arzobispo de Valencia que la vacuna se busca mediante 'fetos abortados', ocurrencia que nos recuerda bastante la vieja e inexplicable obsesión del dictador Franco por la conspiración judeomasónica, a lo que habría que añadir la especie desafortunada y casi apocalíptica de que las vacunas van a ser una forma sibilina y efectiva de meternos en el cuerpo a los miles de millones que vivimos en esta planeta sofisticados nanocontroladores para tenernos siempre a mano.

Y la verdad es que ya está bien, porque resulta muy fatigoso escuchar bobadas, sobre todo cuando nos estamos jugando la vida. Me da mucho más miedo la estulticia consciente y recalcitrante que la crueldad explícita, porque, al fin y al cabo, el hombre que desprecia cuanto ignora, en palabras de Machado, solo es responsable del miedo atávico a lo desconocido, pero el que pretende manipularnos a conciencia, el que juega con la vida y con el mundo mientras propala noticias interesadas y falaces, ese mismo que, cuando le duele la cabeza, acude al médico y acata sin rechistar su prescripción completa, es bastante peligroso, sobre todo si su voz se oye en grandes foros y es un personaje conocido.

Cada vez que hablamos en este país y emitimos una opinión, miramos a un lado y a otro y nos cercioramos de los que nos acompañan o pueden oírnos, y solo entonces decimos una cosa o decimos otra. Nuestro destino o nuestra maldición es convertir a la política en un trapo sucio con el que intentamos limpiarlo todo. Las simplezas y las banalidades son nuestro pan de cada día porque reflexionar en profundidad, buscar una salida dialéctica brillante u original para formular un juicio más o menos solvente nos llevaría demasiado tiempo y bajaría irremediablemente la audiencia. De política se habla aquí como se disparaba en el Chicago de los años 30, con rapidez y sin pensar demasiado.

Y no es que nos vaya demasiado bien.

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