Era el 94 o el 95. Los rusos entraron en Grozni y el horror se hizo cotidiano, lo cual no era raro porque veníamos de ... la Primera Guerra del Golfo. Entre escenas de tanques y ruinas, un plano que duró segundos: de un edificio grande unos civiles sacaban un enorme retrato de grupo dieciochesco. Eran personajes sin cara. Los soldados rusos habían saqueado el museo de la capital y se habían llevado los cuadros que podían. A los grandes les habían cortado las cabezas con una navaja en rectángulos, como hará unos años después en Yugoslavia Arturo Pérez-Reverte en una iglesia en llamas. Se los habían llevado para venderlos o como recuerdo. En el mercado negro les darían unos rublos a cambio de destruir el pasado de una nación, de disolver sus imágenes. Las imágenes siempre están en guerra, unas veces como propaganda, otras como testimonio. En realidad siempre acaban siendo utilizadas por una u otra propaganda y nosotros siempre consideramos que la nuestra es la buena. Tal vez la lluvia me esté volviendo loco, pero todo se ha vuelto en estos días el augurio de grandes tiempos históricos. Suena bien, pero es malo. El ser humano es tan necio que piensa que la gloria la da la guerra.
Publicidad
Una noche, en un bar de Palma de Mallorca, cené con Carolina, Sonia y Fod. Le había regalado a Sonia 'Sobre la violencia', un libro de Hannah Arendt que hoy es necesario, casi urgente. Era una taberna regentada por argentinos, llena de manifestantes del 8-M. Todo era morado y feminista. Hablamos de Arendt y de la banalidad del mal en los que sirven a Putin y de una idea que nadie podrá rebatir, tratada por Susan Sontag en 'Ante el dolor de los demás', otro libro imprescindible. En él trata el debate entre Virginia Woolf y un abogado en 1938 a cuenta de nuestra Guerra Civil. La conclusión era la de hoy, la de siempre: la guerra la hacen los hombres, nunca las mujeres. Pero el mundo lo dirigen hombres. Podríamos pensar que son hombres extraordinarios, a la altura de la historia, pero a estas alturas de mi vida sé que la mayoría son gente corriente que ha tenido suerte, picardía, crueldad o tenacidad. Eso no implica inteligencia, ni bondad. Arendt escribió que la crueldad solía ser ejercida por hombres mediocres que solo cumplían órdenes, pero hoy debemos pensar que los hombres mediocres están dando órdenes, como ya ocurrió con Eichmann.
Tal vez sea esta lluvia depresiva lo que me coloca hoy en un estado emocional sombrío. Todo es tan excepcional que nunca había vivido una racha de 10 días de lluvia con 7 más por delante en Murcia. También es cierto que en la tele un exfuncionario de cuando veíamos las películas de la Guerra Fría está amenazando a mi familia con lanzarles bombas nucleares. Pienso en cómo convertir el sótano de mi casa de la huerta en un refugio antiatómico y pienso que, quizás, yo también me haya vuelto imbécil. O tal vez no. Mientras escribo, el presidente de Corea del Norte ha ordenado lanzar un misil cerca de Japón. No cabe un tonto más, dios mío. No cabe un tonto más.
Hoy, más que nunca, necesitamos los museos vivos, los que tenemos y los saqueados en las guerras
Antiguamente el museo era el sitio al que se iba a ver cuadros. Con el paso de los años, se han convertido en espacios de pensamiento, los santuarios que deberían conjurar toda la idiocia que he relatado arriba. El museo es, o debe ser, una garantía de que los tontos no ganarán la batalla. No es un sistema perfecto, de hecho hay incapaces dirigiendo museos, pero en la mayoría de los casos el sistema funciona hacia la excelencia. En un museo deberíamos estar protegidos de la barbarie, pero vemos cómo la barbarie de ese estado fascista que es Rusia va a destruir los museos ucranianos.
Publicidad
En Málaga se mantiene 'Guerra y paz' en el Museo Ruso. Decenas de enormes cuadros cuentan la historia de un país en sus batallas. Por una parte es horrible, por otra maravilloso. La propia existencia del museo ha despertado una tensión poco frecuente en nuestra adormilada vida cultural, pero yo imagino un congreso en esas salas. Creo que ese museo debería ser hoy un foco internacional de atención y un lugar de encuentro, con toda la complejidad de su mensaje y contenido. Es el momento de utilizar esas salas para hablar de la paz. También pienso en Ramón Gaya y en los refugiados que tuvieron que huir de nuestro país ante la presión de una invasión militar también fascista, y recuerdo que en Murcia hay un museo dedicado a él que debería reivindicar esa historia aterradora y esencial nuestra a la vez que estar con los refugiados y perseguidos a lo largo de la historia, pero sé que eso nunca ocurrirá y en ese edificio los intereses son otros; salas y más salas en las que ver cuadros bonitos. Que nada nos complique la vida.
Los museos deben ser un antídoto contra la barbarie, incómodos y en movimiento, garantes de la mejora de nuestra sociedad. Hoy, más que nunca, necesitamos los museos vivos, los que tenemos y los que han sido saqueados y arrasados en las guerras, porque su ausencia, la destrucción de sus tesoros, es un 'memento mori', el recuerdo de que nuestro mundo está en el filo de la navaja que sujeta en su mano alguien más peligroso que cualquier dios furibundo: un imbécil poderoso.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión