Murcia, ¿qué te han hecho?
Dejémonos de gilipolleces como el 'pin parental', que está acabando con la poca imagen que nos quedaba, y pensemos en qué queremos ser de mayores
En los 90 nadie hablaba de Murcia. No llegábamos al nivel de aislamiento de Teruel pero nuestras apariciones no solían ser positivas. La década, informativamente, empezó con el crimen de los novilleros en diciembre de 1990 y acabó con el asesino de la catana el 1 de abril de 2000. Recuerdo haber pensado a principios de la década siguiente que los murcianos teníamos tremendo nivel en cuestión de crímenes, una idea que se vio corroborada cuando, el 19 de enero de 2002, la parricida de Santomera mataba a sus hijos con un cable. Los asesinos murcianos, tan famosos desde el sádico Chipé en la Cartagena de los años 30 a la demoniaca niña Piedad, que envenenó a sus cuatro hermanitos para poder tener más tiempo para jugar en 1956, son flores raras orientales. Los crímenes murcianos pasan a la historia de la cinematografía como el crimen de las tres copas, convertido en la película 'El extraño viaje' por Fernando Fernán Gómez en 1964.
Fuera de aquellos tristes acontecimientos, en aquellos lejanos primeros años de los 2000 nuestra región transitaba las noticias en la tabla media. Todo el mundo en Madrid conocía La Manga y Mazarrón. La estampa era Salzillo y el pastel de carne y se empezaba a vislumbrar el futuro que traería a Cartagena el Teatro Romano. Aquel era el confort de una ciudad de provincias 'comme il faut', con un equipo de fútbol que caía en manos de depredadores para hundir el orgullo infantil de los tiempos de Guina y Moyano, con una historia que pocos conocían, una gente simpática de acento parecido al andaluz, una gastronomía notable y un clima excelente.
Creo que ahí empezó el cambio, cuando nuestro clima pasó, imperceptiblemente, de ser excelente a infernal. El calor de Murcia, que no es peor que el de Sevilla o Córdoba, empezó a ser motivo de chistes. El principio de las redes sociales encontró Lepe obsoleto y decidió que Murcia sería el nuevo destino de los chistes con una diferencia, la que va de la ingenuidad de Jaimito a la crueldad y la necesidad de 'likes' de los 'haters' de internet. Si de Lepe se contaba que la policía llevaba en el techo del coche una bañera para la sirena, 20 años después 'El Mundo Today' contaba que la NASA había mandado una expedición a Murcia para ver si había vida inteligente. Luego se apuntó 'El Intermedio' con los chistes sobre Totana, que eran muy graciosos al principio. Sin que nos diéramos cuenta pasamos a ser el 'punching ball' de todo aquel que tuviese que sacar la carcajada a alguien. Siempre hubo mala leche con nosotros, ahí están las parodias de 'La hora chanante' y 'Muchachada nui', en la que el personaje del murciano es recurrente y el Robin Hood de la huerta se va sin cobrar por no hacer factura, pero todo se fue de madre.
¿Qué pasó, por qué nosotros?
Las tormentas empiezan con poco. Es el aire que mueve la pluma que guarda Forrest Gump en su libro. Ese aire que endulza la historia de América como la de un disminuido intelectual, se torna huracán cuando cuenta la historia de Murcia como la de un anormal al que no se entiende hablando y que ha devastado su entorno natural. La crueldad con la que se trata esta región no tiene parangón, no ha habido un clima tan jocosamente agresivo contra un territorio español. Esto no es la broma del catalán roñoso, ni del bilbaíno ególatra, ni del sevillano 24 horas chistoso, ni de los gallegos marcianos: están diciendo que somos gilipollas.
No hay que llorar por el árbol caído, esta situación ya se ha consumado: somos el chiste de España por aspirar las eses, acabar las palabras en 'ico' y por otras cosas más que los sociólogos deberán estudiar; por lo tanto, hay que pasar a la acción. Murcia necesita reivindicarse.
Esta imagen es mala para todo; para los negocios, para la cultura, para el desarrollo de la identidad propia y tantas cosas más. He hablado de esto otras veces y la solución es conocimiento. Primero hay que dar a conocer la realidad de una región histórica a la que nadie en Europa puede mirar desde arriba. Ese conocimiento debe ser hacia fuera y hacia dentro. Debemos educar a los niños en la historia regional, en el arte y el pensamiento que ha producido un selecto número de luminarias, desde san Isidoro o Ibn Arabí a hoy. El orgullo de pertenencia a un reino histórico debería ser una idea estratégica. Dejémonos de gilipolleces como el 'pin parental', que está acabando para siempre con la poca imagen que nos quedaba, y pensemos en qué queremos ser de mayores, qué Región deseamos para que crezcan nuestros hijos. Hablemos mejor de ideas de futuro, de arte, historia, filosofía. Demos a conocer lo que hemos sido y repensemos lo que queremos ser. Para eso deberíamos tomar conciencia de la realidad actual, de ese descomunal problema de imagen que nos hace aparecer en los telediarios como nunca hubiésemos querido.
Tal vez era mejor cuando, en los 90, nadie hablaba de nosotros pero no me resigno a pensar que esto va a ser siempre así. Tenemos que cambiar esto y para ello necesitamos sentarnos a pensar. Tal vez sea eso lo que nos hace falta, embestir menos y pensar más.