Uno arranca siempre una mudanza con cierto ánimo inaugural, medio alborozado, y la acaba 'ajobachado', una palabra que aprendí de García Márquez, y preguntándose si ... de verdad era necesaria. Hoy, por suerte, estoy al final del proceso. Acabo de finiquitar el traslado, que me ha servido para descubrir tres cosas: una, había sido demasiado optimista con la mudanza –no repitas las cosas que en su día te salieron bien porque en el recuerdo tiendes a idealizarlas– y todo me llevó más tiempo, más sobresaltos y más vaivenes que nunca antes; dos, el papeleo es insufrible, no sé qué pasa en los bancos, pero cada vez están más de uñas, sí, la amabilidad de sucursal es filiforme, adelgaza por momentos (al menos, en la mía); y tres, alquilar algo si tienes un perro es, más que un alquiler, una odisea por una razón sencilla: casi ningún propietario lo admite.
Así que arranqué el proceso con ese ánimo auroral que tiene toda mudanza, pero los caminos se fueron torciendo, deshilachando, sin saber bien cómo. Ya me avisaron en la inmobiliaria cuando puse la casa en venta: calma, porque vienen momentos de estrés. Justo antes de venderla, comprobé que tenía bailadas las referencias de las plazas de garaje con un vecino, lo que me obligó a mil lances y peleas con la Administración para cambiarlas a tiempo, pero lo más rocambolesco me sucedió cuando me dieron las llaves de mi nuevo apartamento y comprobé que algo no iba bien. La tija, otra palabra que me gusta, se quedaba a medio entrar, así que volví al coche, escribí la dirección en Google Maps y... sí, de repente ahí estaba mi destino, pero ¡a dos kilómetros de donde había alquilado! Eché a rodar con el coche y llegué a otro edificio parecido al mío y gestionado por la misma inmobiliaria, pero, simple y llanamente, ¡no era el mío! Se había producido un malentendido y me habían asignado otro apartamento en un edificio distinto del que quería.
Tras hablar con ellos, cambiar el contrato y arreglar el entuerto, ya tuve que hacer la mudanza con el tiempo justo, a 'trago lo pavo', como diría mi madre (por cierto, lo he intentado al guardar las sábanas, pero nunca lograré doblar una sábana como ella, no sé cómo hace para que le queden sin una arruga).
Para acabar, ya en la notaría, el día de la venta se equivocaron con los cheques...
En fin, que he llegado al final exangüe y con el ímpetu achichonado. Hoy, perdido el ánimo inaugural pero recobrada la calma, voy a aprovechar el letargo para practicar y ver si al menos consigo una sábana perfectamente lisa, como mi madre...
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