¿Y de nuestra memoria histórica qué?
La reciente retirada de la lápida conmemorativa existente, desde su apertura, en el zaguán del Museo de la Ciudad, en la capital, que recordaba al ... visitante la fecha de su inauguración y la relación de personas que formábamos el comité científico, entre los que figuraban los catedráticos universitarios Juan Torres Fontes, Pedro Lillo Carpio, Francisco Flores Arroyuelo y otros como yo mismo, me ha llevado a plantear al lector una reflexión sobre lo poco cuidadosa que ha sido la sociedad murciana con los recuerdos de nuestra historia, y los personajes ilustres que la han ido construyendo a lo largo del tiempo. La misma sociedad, un tanto hipócrita, se ha escandalizado durante lustros por la pérdida de los Baños Árabes en el antiguo Arenal, pero sin importarle la contemporánea desaparición de los conventos de Santa Isabel y Madre de Dios, para abrir la misma Gran Vía Escultor Salzillo, el de S. Francisco a la entrada del Malecón y otros como los palacios de Los Vélez y de Riquelme.
La misma sociedad también que en los años sesenta y setenta del pasado siglo asistió y colaboró en la demolición sistemática de gran parte del casco histórico, entre cuyos escombros tantos documentos gráficos y escritos, lápidas conmemorativas y mobiliario se perdieron, hasta el punto de hacer cierta la lapidaria frase del catedrático y académico Cristóbal Belda Navarro, quien afirmó en su día que «durante esos años mencionados, parece como si en Murcia se hubiera producido un bombardeo».
Desapareció, durante un largo período de tiempo, la lápida conmemorativa de la Reconquista de Murcia en 1266 por el rey Jaime I, de la plaza de Sta. Eulalia, que, con evidentes errores históricos, recordaba la existencia allí de una de las puertas de la muralla medieval, por la que entró el ejército de dicho monarca, y él mismo, durante la mañana del 2 de febrero del mencionado año. Afortunadamente fue recuperada de un almacén municipal por los propios vecinos del barrio, reponiéndose en su lugar original. Desapareció también, de la calle Simón García, la que se dedicó en su día, en marzo de 1919 (por discípulos, con aportaciones no superiores a 2 pesetas) al ilustre catedrático de Geografía e Historia del Instituto capitalino, natural de Alhama, en la calle de su nombre y casa donde vivió y murió.
También desapareció la que el Círculo de Bellas Artes dedicó al pintor Alejandro Seiquer en la C. de La Gloria, en septiembre de 1922. Asimismo desapareció la dedicada al poeta Francisco Frutos Baeza en la antigua calle del Trinquete, asimismo erigida por cuestación popular, con aportaciones no superiores a cinco pesetas (en marzo de 1919). La dedicada a Francisco Frutos Valiente, obispo murciano en Jaca y Salamanca, dedicada por el barrio de Santa Eulalia a su hijo eximio. (Esta fue sustituida en tiempo del alcalde Miguel Ángel Cámara por otra de menor contenido, por cierto tapada por dos señales de tráfico en la actual calle de Mariano Vergara...). Y se perdió el busto que el escultor José Planes hizo en homenaje al citado poeta Frutos Baeza, colocado originariamente en el viejo parque de Ruiz Hidalgo (y luego en otros sitios de la ciudad, hasta su desaparición), dedicado por el Círculo de Bellas Artes en septiembre de 1921. Dejo a la consideración del lector la ampliación de la lista en la que no puedo seguir por falta de espacio.
Finalmente, mientras en la Región celebramos los cuarenta años de nuestra autonomía con conciertos, exposiciones y actividades varias, desde confortables despachos de Madrid (algunos de ellos con delegación en Murcia), y por personas que nunca han estado en la Región, se nos prohíbe, por mor de una ley, dedicar el aeropuerto internacional de la Región a uno de nuestros más ilustres ciudadanos: Juan de la Cierva, inventor del autogiro, a quien sí se deja homenajear en otros lugares. Entiendo que las leyes son reglas de convivencia, y las reglas tienen sus excepciones (que las confirman) hasta en la ortografía, pudiéndose haber hecho la excepción con De la Cierva pues su discutible error en los comienzos de la guerra civil, de ser cierto, tampoco fue decisivo en el devenir de la misma. Este hipotético 'error' se habría pasado por alto benevolentemente de haber sido nuestro personaje oriundo de otras comunidades más reivindicativas o con gobiernos 'necesarios' para el poder establecido.
En definitiva. Se nos exige cumplir rigurosamente la legislación por ser comunidad 'de segunda' en las necesidades del Gobierno de Madrid, mientras nosotros, consciente o inconscientemente, hemos olvidado a los constructores de la Región, descuidando nuestra propia memoria histórica, y ello mientras celebramos cuarenta años de autonomía.
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