El barquero de la Albufera y su secreto
Aguardó el momento en que alzó el vuelo una de las aves más sublimes
José, uno de los barqueros de la Albufera, bromea sobre la existencia de cocodrilos cuando el pasaje ya está subido al bote y sin escapatoria. ... El agua no es nada clara. Luego nos dirá por qué. Pone rumbo con la percha, el palito con el que antiguamente empujaban y giraban las barcas antes de que se impusiera la navegación a motor por este humedal con aspiraciones a ser declarado Reserva de la Biosfera de la Unesco. Las grúas del puerto de Valencia asoman al fondo. El bochorno es considerable, por lo que durante todo el paseo la gente se cruza de un lado a otro en busca de la sombra.
Dejamos atrás el embarcadero municipal, y enseguida asoma una típica barraca valenciana, con armazón de madera de chopo, tejado a dos aguas y una cubierta vegetal tejida sobre un entramado de cañas de borró, esparto o junco. Es como esas casas que todos empezamos a dibujar de niños. Ahí no vive nadie, pero se alquila para bodas y comuniones, y para el rodaje de series y documentales.
Sale enseguida el nombre de 'Cañas y barro', la serie de TVE estrenada en 1978 y basada en la novela de Blasco Ibáñez, de 1902, con el Tío Paloma como protagonista. Es la historia de una familia de barqueros de El Palmar, la isla de la Albufera donde hay una treintena de restaurantes, rodeada de arrozales, como hoy, y su adaptación a nuevos tiempos y desafíos. De la Albufera al Mediterráneo salen tres canales, controlados por compuertas, que regulan la entrada del agua salada. Porque la del lago es dulce, y de ella depende en gran medida la agricultura del entorno, sobre todo, la cosecha de arroz.
Lo más tradicional aquí es la pesca de la anguila de forma artesanal, sin cebo, pero la mayoría de capturas son llisas (Mugil cephalus), un tipo de mújol; también abundan las carpas y el cangrejo azul. Son peces que se adaptan al agua dulce o salobre, según nos cuenta el barquero. No logro distinguir su acento, debe ser latino; su cuento parece un sueño en pleno sesteo.
No son aguas profundas. Una señora que viaja con su hija pregunta con curiosidad. Metro y medio como máximo; medio metro, lo mínimo. La extensión es formidable. Una vastedad de un marrón intenso, incluso rojizo, como anaranjado, pues el agua se calienta tanto que las algas cambian su color rápidamente. En otras estaciones recuperarán su verde bonito. Nos sobrevuela una especie nómada y cosmopolita, el morito común (Plegadis falcinellus), un ibis de lindísima apariencia, con un pico en forma de hoz. En el parque natural hay unas sesenta aves nativas –está permitido la caza de patos–, pero por aquí llegan a pasar a lo largo del año unas 300 especies diferentes.
Pensé que este lugar alimentado por barrancos, manantiales y por el río Júcar me estaba dando una gran lección en una actualidad de noticias caóticas. Las variaciones climáticas, ecológicas y urbanísticas nos obligan a buscarnos siempre la vida.
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