Antonio Ballester, tan querido
La vereda del Capitán ·
La exposición que preparan sus amigos será una gran fiestaLa sonrisa de Antonio Ballester, en el día de su Primera Comunión, es la que conoceremos siempre; la del niño avisado y novelero que de ... adulto soñaría, y no solo una vez, que un tornado feroz hacía volar el caserón del barrio del Carmen donde vivió muchos años con su padre, Mariano Ballester, y con su madre, Monique Les Ventes. Dicen que soñar eso es augurio de caos, de cambios radicales sobrevenidos, de nuevas perspectivas vitales, y superación (en caso de supervivencia) de grandes dificultades. Katarzyna Rogowicz lo tendrá como «un orquestador de sueños». Lo cierto es que ese niño, ya muy pronto atraído por la velocidad, iba a quedar seducido también por mujeres «admirables», adjetivo con el que definía a su madre. Sus desnudos femeninos serían con el tiempo un homenaje sin comparación «a la inteligencia de las mujeres».
Sé, porque así lo reconocen, que todos estos amigos son también sus favorecidos herederos; no solo en lo material (de lienzos, papeles, brochas, lápices, tiralíneas, cartelas, tijeras, esprays y pinturas... que el propio Antonio preparó para su reparto y con los que todos han trabajado un paquete de serigrafías, 'Femmes' (mujeres), que dejó sin firmar), sino en lo sentimental, pues está presente y ha servido de inspiración para las piezas originales que cada uno aporta a esta propuesta. Está pintando al natural, como lo recuerda Alfonso Albacete; con lodo hasta las cejas en el Mar Menor, lo descubre Carmen Artigas; fundido en un abrazo, con el aura glacial de Pedro Cano; transmutado en un caballo de las montañas de Karachái, en el Cáucaso septentrional, que bien conoce Carlos Pardo; o haciendo suyo el cielo como un aviador, pues, como anota Manuel Pérez recordando a 'Peter Pan', «sólo los que son alegres, inocentes e insensibles pueden volar». Debe ser también uno de esos gatos y gatas del políptico de Marcos Salvador Romera que indagan en la ferocidad del ser (en el Caserón del Carmen llegó a convivir con once gatos), o el alienígena primigenio de la instalación de Ana Martínez. Algo de extraterrestre, desde luego fuera de lo común, tenía Antonio Ballester, quien contó una vez a Antonio Arco en LA VERDAD que su padre hizo para él una especie de amuleto cuando nació en París para ponerlo encima de la cuna: era una bruja, cuya cabeza hizo con un garbanzo, a la que no le falta detalle, incluida la escoba en la que va montada como si se tratase de un caballo. La exposición que están organizando sus amigos en septiembre en Murcia será, sin duda, uno de los mejores tributos al artista. Todo casará con el añorado 'collègue' que se ha marchado tan pronto privándonos de su humor y misterio.
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