Mabel Martínez: habitar la tierra
Conocí a Mabel Martínez (Calasparra, 1964-2019) hace cerca de quince años. Yo concluía mi tesis doctoral sobre el arte antivisual y ella iniciaba una investigación sobre el Land Art y la estética de la naturaleza. Era una pensadora, pero sobre todo una creadora. Desde el principio, me admiró su pasión por el arte contemporáneo. Un entusiasmo que compartía con su marido, Paco Vivo, pintor fundamental para toda una generación. Mabel supo integrar el arte en su vida cotidiana. Vivía y respiraba arte. Un arte que la ayudó a sobrellevar la enfermedad y que acabó convirtiéndose para ella en una plataforma de expresión y comunicación con el mundo.
Recuerdo su exposición de 2007 en el Centro Puertas de Castilla. Tuve el placer de escribir el texto para el catálogo y conocer de cerca su compromiso profundo con la creación. Allí reflexionaba sobre la violencia contra la mujer, el dolor, la ausencia y el silencio. Ese fue uno de los temas centrales de su arte -del que mostró y del que guardó para ella-: la preocupación por la injusticia, la identidad y el olvido. El otro, tal vez aún más persistente, fue la toma de conciencia de nuestra relación con la naturaleza. Una obsesión por la tierra, la geología y el lugar del cuerpo en el tiempo del planeta. Eso atravesó toda su producción. El fósil, la espiral, la huella... y una necesidad constante de habitar la tierra y fusionarse con el espacio. De sentir la piedra e integrarse en algo más grande y remoto que lo humano.
Empleó todos los medios que tuvo a su disposición. Transitó por la escultura, el dibujo, la instalación, el vídeo o la performance. Pero, sobre todo, adoptó el arte como razón de ser y modo de vida. Como Ana Mendieta, Mabel se obsesionó con la huella, el eco y la silueta, con lo que queda de nosotros cuando ya no estamos, con aquello que persiste cuando todo se desvanece.
'Nada es permanente', tituló uno de sus trabajos. Y mostró que todo fluye y se integra en un devenir continuo. En una espiral de tiempo que nos engulle y a la vez nos reconecta con el cosmos original.
Hoy ella ya no está. Se ha ido demasiado pronto. Y, a riesgo de contradecirla, me atrevo a escribir que algo sí permanece. Permanece su trabajo, su pasión, su compromiso, su energía. No es consuelo, pero es lo que nos queda. Eso, y la memoria. Eso, y la imaginación. Sí, también la imaginación. Y esa imaginación es la que ahora me hace verla descansar al fin en la espiral, formando parte de esa naturaleza con la que tantas veces soñó integrarse. Convertida en huella, tiempo, materia, ausencia presente.