Ya llega el sol
Este invierno viajé mucho por las carreteras de España y me di cuenta de que los horizontes ya no son claros
Ha sido un largo invierno, decían los Beatles. Ha sido el invierno de nuestro descontento, decía Shakespeare. 'Winter is coming', decían los Stark. Ha sido un invierno de mierda, decíamos todos los demás y es verdad. Cuando aún faltan tres semanas para que se vaya ya sabemos que nadie añorará su tenue y fría caricia matutina porque apenas existió; no hizo frío más que algunos días, como a traición, y siempre un frío extraño, racheado.
Este invierno viajé mucho por las carreteras de España y me di cuenta de que los horizontes ya no son claros. Recorría ese infinito corredor que va de Puerto Lumbreras a Granada y una bruma sutil, un polvo en suspensión hacía siempre los contornos borrosos. La definición fría de los paisajes al amanecer ya no existe. Encima del más pequeño de los pueblos se concentra un humo traslúcido, una niebla apenas perceptible pero que está de la forma que están las dioptrías que nos hacen perder verosimilitud del mundo. Busqué los picos altos y sí encontré la nitidez pero, al mirar a los valles, la boina sobre Murcia desde La Cresta del gallo o Granada desde el Veleta me provocaron una gran pesadumbre. Entonces, y sin que venga a cuento, cogí la gripe. Todos la cogimos en casa, menos Carolina que está por ver que no sea extraterrestre. Siempre son tres días y llevo siete quejándome por los pasillos con fiebres de récord. Soy un enfermo español; ruidoso y quejica. Ha sido una gripe agotadora que, además, no se termina de ir. El de este año es un virus sucio, enrevesado, como el aire, como el clima. No puede ser una casualidad. De pequeños nos explicaban la saturación y nosotros hacíamos experimentos llenando un vaso de agua con todo lo que pillábamos; ketchup, ColaCao, azúcar, sal, pimentón..., lo que nuestra madre no vigilase en ese momento. Es algo natural, mi hija lo sigue haciendo. Tanto nos gustó que lo hemos hecho con nuestro entorno: lo hemos saturado. Lo hemos llenado de partículas de todo tipo acelerando procesos y consumiendo como si fuésemos oligofrénicos drogados en pleno ataque de ansiedad. En algún punto el experimento de nuestra infancia se derramaba y el mejunje que tan amorosamente habíamos preparado manchaba el mueble, tal vez irremediablemente, porque si podíamos le echábamos vinagre al experimento. Entonces deseábamos no haberlo hecho y llorábamos. En eso estamos hoy también, diciéndonos que «ojalá no lo hubiera hecho», pero eso lo dicen los niños y solo funciona en las películas. Lo hemos hecho. Nos hemos cargado nuestro hábitat. Con dos cojones.
El nuevo mundo es más áspero y nos lo han creado ya con el miedo dentro. Es un miedo necesario al derroche en plásticos, al sobregasto energético y la irresponsabilidad alimenticia que lleva los platos llenos a la basura. Se nos está metiendo miedo y está bien que así sea. Tal vez incluso, abandonemos la idea de hacer ese crucero que sería mejor convertir en un verano recorriendo en tren Grecia o la Toscana. El miedo no nos hará libres pero ¿y si funciona? Antes del miedo ya estábamos modificando nuestro comportamiento en un mundo con una sensibilidad diferente a la de nuestros padres. Las plazas de toros ya no se llenan, cada vez hay menos festejos y las protestas son mayores. Socialmente el cazador es un personaje mal visto y lo que una vez fueron elegantes trofeos ahora son cabezas amputadas y colgadas. No me gusta la caza, así que no todo en esta revolución ecológica forzosa es negativo.
El nuevo mundo es más áspero y nos lo han creado ya con el miedo dentro
Casi todos hemos asumido esto. El cambio climático es demasiado obvio como para negarlo. Queda algún integrista pero hasta los más abstrusos saben que lo que está en marcha debe ser detenido antes de que empiecen las enfermedades de verdad, antes de que las epidemias vuelvan por sus fueros. En esto nos han rendido un servicio impagable los seres humanos más tontos de los que se tenga registro: los antivacunas. El caso es que vamos a salvar el planeta y conseguiremos limpiarlo pero lo que en realidad merecemos es la extinción solo por contar en nuestra especie con especímenes de este porte. Dentro de todos los miedos que lleva este artículo este me es especialmente inquietante: que los padres de alguno de los amigos de mi hijo sean antivacunas. Este sistema educativo y sanitario debería advertirnos de la presencia de niños no vacunados, es un peligro demasiado grande como para no haber tomado una medida ya. Lo vamos llevando, silenciamos la cuestión pero este problema tan real está ahí y acabará explotándonos en la cara.
Pero llega el verano. Sabemos que el futuro es difícil pero no se puede vivir siempre con la nube negra de los dibujos animados. Incluso sabiendo cómo está el patio tenemos que esperar que llueva y se limpie, afrontar la vida con una alegría que nos haga más fuertes para asumir retos. Llega el verano y los ánimos van siendo distintos hasta en una ciudad como Murcia, que tanto necesita alegría, optimismo y motivos para sentise orgullosa de sí misma.
El sol no curará todo pero sí lo hará más llevadero.