Un trasvase lo arregla otro trasvase

No hace mucho, un lector de LA VERDAD, don Pascual Sánchez Carrillo, publicó una carta al director, en la que decía que como «el agua es vida (y el Ebro la tiene más que de sobra), en vez de mandárnosla directamente, podrían pasarla primero al Tajo, beneficiando antes que a nadie a la Mancha, y desde allí a Almería, Murcia, Alicante y otros lugares». Sería una desescalada, ¡je!, hídrica, de arriba hacia abajo. Desde la España Húmeda hasta la España Seca.

Ya en los años treinta se hablaba de un plan a gran escala, sirviéndose del río Ebro (tan desaprovechado), pero también del Duero. Dejaríamos de hablar de una cuenca que únicamente limosnea a otra, pues lo que resultaría del nuevo esquema es una red de equilibrio nacional. Se trata de enmendarle la plana, como han hecho otros países, a una Naturaleza equivocada que no cayó en la cuenta de que España no acaba en Toledo, sino que sigue bajando y bajando hasta el mismísimo estrecho de Gibraltar. Y que, entre la imperial ciudad y la de Cádiz, hay millones de españoles que, sin tener culpa de nada, no pueden sacarle a la tierra igual fruto que si la regaran.

Por si alguien cayera en la tentación de echar mano del tópico de la 'obra faraónica', atienda al mismo señor Sánchez cuando afirma: «Parece que pudiéramos pedir mucho, pero no lo crean. En la cercana Francia hay más de 8.000 kilómetros en canales». Si no se hace algo grande y definitivo en materia de regadíos, llegará la fin del mundo y todavía estaremos enzarzados. Como si fuésemos masoquistas de esos que únicamente lo pasan bien cuando lo pasan mal.

–¿Pero usted cree que Moncloa estará por la labor?

Pues qué quiere que yo le diga. Puestos a arriesgar, filigranas más curiosas estamos viendo últimamente.