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Nuestro Ginés

Emocionó a Murcia con el Tío Vania y Murcia 'lo sacó a hombros'

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Martes, 13 de noviembre 2018

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Cuando convoqué a Ginés García Millán para la 'Impertinente', apareció con un tinto y un blanco. Liquidado el tinto, le sugerí descorchar el blanco. Pero lo que puso encima de la mesa fue una butifarra de Puerto Lumbreras, su pueblo. Según me desveló, «el blanco le gusta mucho al Rey de España» (antes de emérito). Me explicó también que «comer blanco es bueno para prevenir la gripe A».

Estaba rodando la serie en la que interpretaba a Adolfo Suárez. Le pregunté si vio claramente que el presidente no se llevaba bien con el Monarca. Entonces dijo: «Cuando el Rey quiere nombrar a Armada segundo jefe de Estado Mayor, Suárez se opone, diciéndole: 'Eso sería poner al zorro a cuidar de las gallinas'».

Pero su paso por Murcia quedaba esta vez muy lejos de aquello. El Festival de Cine de Cartagena le ha rendido homenaje. Y, en el Teatro Circo -después de que Ginés emocionara a la concurrencia con una excelente y entregada interpretación de Ivan Petrovich-, la Murcia congregada en el coliseo lo ovacionó, yo diría que con un apasionamiento sobrehumano. Todo el mundo puesto en pie, emocionado, aplaudía mucho y fuerte, y gritaba 'bravos'.

El título de la pieza quiere ser desconcertante: 'Espía a una mujer que se mata'. Es una versión del 'Tío Vania', de Chéjov. La escena muestra una desoladora economía de atrezzo, que se ameniza más que de sobra con siete personajes que, bañados en vodka, parecen setecientos.

El público disfrutaba subyugado, por gracia de Chéjov y del elenco. Porque actores y actoras dieron suelta a un torrente tumultuoso de palabras y situaciones. Todo muy expresivo, muy sugerente. Nuestro Ginés bordó al Tío Vania y se creció asumiendo al entrañable personaje.

La acción tiene lugar en la Rusia campesina. Pero, por las cosas que suceden en el escenario (y por cómo suceden), y porque uno de los actores es 'nuestro', la acción parece trasladarse a Murcia. Y entonces se produce el milagro de la emoción compartida. Solo ya en el escenario, Ginés se toca el corazón, llora y sopla besos. Nosotros, entusiasmados, le rebotamos sus cariños, haciendo pucheros. Y nos abrazamos en un alboroque sin blanco, ni tinto, pero igual de espirituoso.

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