Échate un traguico, nene
LA ZARABANDA ·
Después de mercarte un botijo pintado, que ayude a reparar una ceña de maderaConviene recordar que, incluso con pandemia de por medio, la Huerta sigue estando donde estaba. Más o menos.
–¿Cómo más o menos?
Quiero decir ribazo arriba, ribazo abajo. Si usted se echa al camino y lo sigue, lo más probable es que acabe allí donde principia la Huerta. ¿Cómo conllevan allí lo del virus? –se preguntará, desde la Trapería, el lechuguino desocupado y curioso. Y la respuesta sería que como pueden. En general, mejor que en la ciudad. Lo digo porque están abiertos a todos los aires y siempre tendrán a la mano un alcacil y un manojo de acelgas.
También se registra allí, para que no se diga, actividad cultural. Estoy hablando de una colorista exposición cerámico-pictórica, que luce en una sala del Museo de Alcantarilla, pegado a la Rueda.
–Usted se refiere a los botijos pintados.
Correcto. Me explico. Estamos hablando de un montonazo de botijos que, en 1967, con motivo de la inauguración del Museo, se colgaron en los árboles, como si fueran frutos de bancal. Resulta que ciento veinticinco han sido decorados por otros tantos artistas. Quieras que no, trampeando con el virus de los cojones, la Asociación de Amigos del Museo se ha decidido a restaurar varios enseres que allí se exponen. Entre ellos (si es que a este se le puede llamar enser) una preciosa ceña ¡de madera! Que necesita, no ya un burrico que tire, sino algunas reparaciones imprescindibles.
¿Y cómo resolvemos esto? Pues poniéndolos a la venta, como lienzos que se acomodan a las curvas de la cántara. Es lástima que en la zarabanda no se permitan los santos. Porque, si me dejaran, podrían contemplar los lectores aquí mismo esas ciento veinticinco estampas. Pero, visto que no, cualquiera puede acercarse al Museo y, como dijo el tío aquel del anuncio, si encuentras un botijo mejor, cómpralo.
Al mismo tiempo podrás ojear (y hasta quedártelo) el último número de la revista 'Cangilón', que trae en la portada una mona (digo de las que se comen) pintada por el muy prestigioso Pedro Cano. También ofrece en la contraportada una explicación manuscrita de la romería blanqueña en homenaje a San Roque.
(¡Ay, qué coño! ¡Pues no que parezco el perráneo!).